Un milagro navideño en la Cañada Real Galiana

Niñas, jóvenes, mujeres, ancianas. Más de 8.000 personas enfrentan su quinto invierno sin luz en Valdemingómez, epicentro de la droga. Artículo14 lo recorre con ellas

Varios niños conviven entre escombros en el sector 6 de la Cañada Real Galiana
Varios niños conviven entre escombros en el sector 6 de la Cañada Real Galiana

Irina nació en el 78 en Siberia. El frío no la asusta. Conserva la piel clara, aunque ajada por la intemperie, los años y el dolor. Conoció el infierno de las drogas en su Rusia natal, y vino a España con un programa para desintoxicarse: en 2005 ingresó en un centro de rehabilitación, pero no salió bien. En nuestro país conoció una nueva forma de perversión: ese año, España fue el primer consumidor de cocaína mundial. Irina se hundió en la miseria.

En la actualidad, casi el 2,6% de la población española consume esta sustancia, pero los datos aumentan cuando hablamos de alcohol o de cannabis. En el primero, nos hacemos con el podio: según el último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ‘Health at a Glance 2023’, España está a la cabeza de consumo de alcohol con 11 litros por persona en población mayor de 15 años. En el segundo, sólo nos gana Bélgica, con una permeabilidad social que asusta a psicólogos, sociólogos, profesionales de la salud y trabajadores sociales.

Irina nació en Siberia, y vino a España en 2005. Actualmente vive en el Centro Acogida San Isidro, pero acude a la Cañada Real para conseguir droga

Irina nació en Siberia, y vino a España en 2005. Actualmente vive en el Centro Acogida San Isidro, pero acude a la Cañada Real para conseguir droga. Lupe de la Vallina

“El alcohol, como los porros, son drogas blandas por las que se empieza a consumir. Son más peligrosas de lo que la gente cree”, confiesa Irina, que actualmente vive en el CASI (Centro de Acogida San Isidro), pero recorre a menudo los 22 kilómetros a la Cañada Real para conseguir droga. Mira a cámara; sus ojos grises resplandecen entre los escombros. “Tu belleza permanece intacta”, le dice Lupe de la Vallina, la fotógrafa de Artículo14. Ella parpadea, con los iris resistiéndose a la dureza de los años. “Yo no nací para ser yonqui”. Ni ella ni nadie.

Un método revolucionario: la amistad

Nos encontramos con ella en la explanada adyacente a la Parroquia de Santo Domingo de la Calzada, donde sobreviven pequeños montículos de chatarra que son, en realidad, cabañas hechas a base de escombros. El año pasado uno de sus “habitantes” habló más de la cuenta y prendieron fuego a su vivienda provisional. Él desapareció del mapa. Este es el lugar del sector 6 al que acude la Asociación Caritativa Bocatas cada viernes (llueva, nieve o granice) para repartir comida, aunque como dicen sus fundadores, la comida es sólo la excusa para proponer una forma nueva de vivir, un método revolucionario: el de la amistad.

Pastillas y jeringuillas cubren el suelo del sector 6 de la Cañada Real, en Madrid

Pastillas y jeringuillas cubren el suelo del sector 6 de la Cañada Real, en Madrid. Lupe de la Vallina

Ignacio Rodríguez –Nachito–, Jesús de Alba –Chules– y Jorge Catalá fueron los que empezaron hace casi treinta años, allá por 1996, a repartir bocadillos y caldo caliente entre los mendigos que se refugiaban del frío en los bajos de AZCA. Durante algunos años fueron a Las Barranquillas, el poblado chabolista que funcionó como un auténtico hipermercado de la droga (el más grande de Europa) hasta su desmantelamiento en 2006. Desde entonces, toda la actividad de venta de droga se ha trasladado a Valdemingómez, en el sector 6 de la Cañada Real, aunque hoy en día ya se ha extendido por el resto de sectores.

“La pobreza es un factor humano que debe tener una respuesta humana”, nos explica Chules, presidente de Bocatas, que hoy cuenta con un espacio propio en el distrito Ciudad Lineal donde han comenzado a dar formación y a acompañar a aquellos que lo necesitan. Él es nuestro guía entre chapas y bidones donde crepitan los fuegos: un quinto invierno sin luz hace temblar a las familias que habitan aquí, a pesar de la resolución del Comité Europeo de Derechos Sociales del Consejo de Europa, en la que condena a España por la vulneración del derecho a la vivienda y el derecho a la salud como consecuencia de la falta de suministro eléctrico.

Susana, drogodependiente de la Cañada Real

Susana, drogodependiente de la Cañada Real. Lupe de la Vallina

“Somos un grupo de amigos dedicados al acompañamiento integral de personas en exclusión social relacionadas con el mundo de la droga. Pero no somos solo eso. Nosotros entendemos que el método de la vida consiste en la amistad y que el corazón del ser humano está hecho para darse, que la ‘ley última’ de la existencia, del ser y de la vida es la caridad”. No son ingenuos, y trabajan también con abogados, agentes sociales y otras organizaciones, pero su método no es ese. “No venimos a sacar a nadie de la droga. No nos movemos por el resultado, sino por el amor. El cuidado y la ternura por los otros sólo puede nacer de un cuidado y una ternura por uno mismo”. “Es la ternura lo que yo he conocido en el poblado. Yo llegué a la droga no por venir de un entorno de pobreza, sino al revés, por tener demasiado dinero y no saber qué hacer con él. Ahora estoy atrapada”. Susana se detiene el tiempo justo frente a nuestro objetivo para poder capturar una mirada llena de compasión hacia sí misma.

Un oasis al fondo del sector 6

En pocos minutos se llega en coche desde el centro de Madrid hasta la Cañada Real Galiana, pero parece que uno hubiera atravesado un túnel hacia un mundo lejano, primario, sin ley o, mejor dicho, con sus propias leyes. Un mundo donde todo se compra y se vende, y donde existe la esclavitud. Los esclavos son los drogodependientes, que entregan todo su dinero, su cuerpo, su alma, su vida y sus esperanzas a la droga y a los traficantes. Al fondo de la hilera de casas que han surgido a ambos lados de esta vía pecuaria se encuentra la incineradora de Valdemingómez; muchas de las “colinas” que rodean la Cañada son, en realidad, gigantescos montículos de basura sobre los que ha crecido la vegetación. Esta zona es susceptible de derribo (hay una orden para evitar el efecto llamada), pero quedan familias viviendo debajo de la incineradora. ¿Y cómo se realoja a 1.400 familias?

Sandra, en el centro socioeducativo conocido como El Fanal, donde se aglutinan entidades como Cáritas, Cruz Roja, Barró o Con Techo

Sandra, en el centro socioeducativo conocido como El Fanal, donde se aglutinan entidades como Cáritas, Cruz Roja, Barró o Con Techo. Lupe de la Vallina

Allí, junto a los humos de la incineradora de basuras, hay un oasis: en la conocida como “Fábrica de Muebles” se han hecho fuertes varias asociaciones que comparten espacio, pero también vivencias, conocimientos y compañía. Como no es vivienda residencial, es legal; pagan un alquiler para poder desarrollar su labor social. Allí están Cruz Roja, Cáritas, Barró, Reducción de Daño, Con Techo y El Fanal (con niños de 0 a 3 años, un servicio de guardería por las mañanas y por la tardes apoyo de Primaria a la ESO). Sandra nos abre las puertas de Cáritas, que lleva 12 años trabajando en este centro socioeducativo (antes de que se desmantelara Las Barranquillas ya venían a la Cañada Real) y nos habla con claridad: “O te gusta o no te quedas. Esto exige mucho nivel de trabajo; cuanto más le das, más te pide”.

A su lado, Cristina, responsable del programa de infancia de Cáritas en Cañada Real, nos explica que muchos de los niños no van al colegio en la Cañada. “Están escolarizados, y tienen que ir, pero es muy difícil. Hacemos refuerzo educativo con los que vienen, dos horas al día. Tenemos unos 130 chavales, la mayoría de origen marroquí porque su ‘barrio’ está más cerca; en cambio, los gitanos son los que menor índice de escolarización tienen. En muchos casos, las familias se oponen. Les ponemos un autobús para que vengan… pero es difícil”. En el edificio de Cáritas hay clases, baños con duchas (“A veces vienen aquí a asearse, porque no tienen agua”), comedor. Los viernes hacen actividades de ocio, incluso a veces salidas. Hay talleres laborales; cursos de alfabetización, de cocina y de peluquería; gimnasio. “Nos coordinamos entre las entidades para que cada familia tenga como referencia a una: primero evaluamos la situación, a veces mediante trabajo de calle, y después valoramos las necesidades”.

Cristina Casado, responsable del programa de infancia de Cáritas en Cañada Real

Cristina Casado, responsable del programa de infancia de Cáritas en Cañada Real. Lupe de la Vallina

Entre los niños hay bebés; son de las pocas asociaciones que dan apoyo a los niños entre 0 y 3 años. “Estos niños no salen nunca de la Cañada Real. Este es uno de los problemas más graves. No hay transporte, y tendrían que caminar demasiados kilómetros para llegar a la boca de metro de Valdecarros. “Somos diez técnicos, tres trabajadoras sociales, dos psicólogos infantiles y dos de psicomotricidad. Desde aquí vamos al terreno: tenemos 300 familias aquí y en la parroquia de Santo Domingo atendemos a 200 más, con situaciones muy complicadas. No hay Correos, los trámites son imposibles, los requerimientos no llegan. Es una lucha diaria. Por ejemplo, la falta de suministro eléctrico hace que si necesitas un respirador, no puedas tenerlo, así que tratamos de realojarlos”, añade Sandra.

A oscuras desde octubre de 2020

Hay niños. Hay víctimas de violencia de género que se separan de sus agresores y no tienen a dónde ir. El Samur social no entra en la Cañada Real, y las ambulancias, por lo general, tampoco. “Gracias al Pacto Regional para la Cañada Real Galiana, firmado en 2017 por las administraciones públicas y varios actores sociales, se han puesto en marcha programas para la regularización y relocalización de viviendas y la introducción de servicios básicos como agua potable, electricidad y transporte. Pero aún seguimos esperando. No hay médicos ni forma de llegar a ellos, el nivel de analfabetismo es muy elevado, no pueden interpretar la documentación, tienen problemas con el idioma”.

Sheila es de etnia gitana, y vive junto a su marido y a su hija en una chabola hecha de chapa

Sheila es de etnia gitana, y vive junto a su marido y a su hija en una chabola hecha de chapa. Lupe de la Vallina

Los problemas se multiplican. Las condiciones en las que viven son tercermundistas: son los olvidados de los olvidados, viviendo junto a la basura, sin casa, sin luz, sin agua, sin servicios básicos. “No podemos llegar a toda la Cañada, pero todo el que viene a nosotros encuentra ayuda. Tienen que aprender el idioma, a leer y a escribir, para que si algún día logran salir de aquí, puedan tener una vida. Nuestra prioridad es la escolarización, pero hay muchos más niños en la Cañada que capacidad tienen las escuelas. No podrían acoger a todos los niños que hay”. Sandra no deja de sonreír mientras afirma que el poblado no ha dejado de crecer: “Sigue viniendo gente, cada vez más. Crece y crece. Los servicios sociales están colapsados. Somos el mayor poblado chabolista de Europa: 14 kilómetros, atravesando los municipios de Madrid, Rivas-Vaciamadrid y Coslada, de personas abandonadas”.

Sandra y Cristina nos invitan a desayunar. El que menos tiene es el que más comparte. Podríamos hablar con ellas horas, días, semanas, y no abordaríamos todos los temas necesarios: el consumo de alcohol y drogas, las consecuencias psicológicas de estas condiciones de vida, la escalada de la violencia. “Uno de los mayores problemas de la Cañada es la violencia de género. Las cifras escapan a cualquier estadística. Aquí, la mujer es una posesión más, y la violencia vicaria está a la orden del día”. Nos hablan de las piedras que cada persona va metiendo en su mochila, la más grande de las cuales es, según explican, la soledad. “Es muy duro pero hay que lidiar con esas piedras”. Volvemos al epicentro de este infierno del narcotráfico y la marginación: nos cruzamos con decenas de niños jugando, precisamente, con piedras. Es  jueves, están solos en la calle, jugando con palos y con fuego, dando patadas a lo que se les pone por delante, haciendo chiquilladas. Ríen, a pesar de todo. Esta es su vida.

A sus 24 años, Ángela tiene un niño de 8 años y está esperando el segundo

A sus 24 años, Ángela tiene un niño de 8 años y está esperando el segundo. Lupe de la Vallina

Ser gitana en la Cañada: casa, hijos, miseria

Las personas de etnia gitana son las que mandan en la Cañada. Ellos trapichean, pero no consumen. Los clanes se extienden a lo largo de los 14 kilómetros; muchas veces construyen por la noche, duermen allí y por la mañana ya hay alguien viviendo dentro, y no se puede derribar. Sheila apenas supera la veintena, pero tiene ya una niña de 8 años. Sólo quiere posar, pero no hablar: su marido la mira fijamente mientras coloca adornos navideños en su pequeña casa realizada a base de planchas de chapa: muy fría en invierno, muy calurosa en verano. Ha salido el sol y ella se recoge la melena con una pinza, coqueta, mientras lava la entrada de su casa y su hija juega con el agua.

En la casa de al lado, Chules saluda a Iván y Ángela: son viejos amigos de Bocatas. Están preparando una parrilla al sol, y nos hacen unos bocatas para almorzar. De nuevo, una fraternidad que no conoce fronteras. Ángela tiene 24 años y prefiere no salir en las fotos, pero nos enseña sus uñas de gel, sus oros, su pelo. “Dicen que para que te crezca el pelo tiene que tocártelo una gitana embarazada”, revela mientras pasa sus uñas por nuestras melenas. La miramos con ojos como platos: ¿otro niño? El primero, Yerai, tiene 8 años, lo que supone que se quedó embarazada con 15, y ella espera el segundo con una sonrisa resignada. “Ojalá sea una niña. Estoy tan cansada…”.

Laura tiende la ropa de sus cinco hijos en la Cañada Real: Isra, Tina, Mireia, Jesules y Manuel

Laura tiende la ropa de sus cinco hijos en la Cañada Real: Isra, Tina, Mireia, Jesules y Manuel. Lupe de Vallina

En la siguiente esquina, Laura está tendiendo la ropa. “Uy, que no me vea mi marido. Se pone muy celoso, no le gusta que hable con la gente”. De una casa sin puerta empiezan a salir niños: son Isra, Tina, Mireia, Jesules y Manuel, sus cinco hijos, algunos descalzos, otros sin vestir; la mayor lleva a un bebé en brazos y nos quiere enseñar sus gallinas. “Además tenemos dos perros, Bella y Aquiles. Muchas bocas que alimentar en tan pocos metros cuadrados”. Sin embargo, ella no pierde la sonrisa ni un solo segundo, se ríe, posa, nos quiere enseñar, llena de orgullo, lo que ha construido.

Abandonamos el poblado, paso a paso. Nos cruzamos con una joven de una belleza desorbitante: se llama Manar, es marroquí, tiene 19 años y se dirige a sus clases: está cursando el Grado Superior de Laboratorio en un centro en Las Musas; cada día tiene más de dos horas de ida y más de dos horas de vuelta para poder estudiar. “Mi familia migró desde Marruecos y nos mudamos aquí cuando yo era aún muy pequeña, pero no quiero estar aquí para siempre. Quiero estudiar, y sé que hay vida más allá de la Cañada Real”.

Manar es marroquí, tiene 19 años y estudia el Grado Superior de Laboratorio en un centro en Las Musas

Manar es marroquí, tiene 19 años y estudia el Grado Superior de Laboratorio en un centro en Las Musas. Lupe de la Vallina

“Es increíble que estéis aquí. A los drogadictos nadie nos mira, somos lo último, la escoria. A un alcohólico se le perdona, incluso a los presos… yo estuve varios años en la cárcel, donde aprendí a leer, pero a los drogadictos es muy difícil que se nos perdone”. Resuenan las palabras de Santi, uno de los machacas (los que vigilan los lugares donde se vende droga) amigos de Bocatas, cuando abandonamos la Cañada Real. Al otro lado de la carretera la vida sigue igual, la gran ciudad bulle con sus idas y venidas, ajena a la revolución de los que más sufren. Así se lee en la cita de Bohdan Cywinski que da la bienvenida en Bocatas: “Ya ve: aquí esta surgiendo una revolución inédita. No hay rabia, no hay violencia. El malestar ante la injusticia se ha dirigido antes que nada a cambiarnos a nosotros mismos, a decir la verdad, a vencer nuestros miedos y nuestros egoísmos. Nos hemos hecho libres interiormente y por eso sabemos ser solidarios, responsables y valientes publicamente”.

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