Generación conectada

Un hombre alemán crea un clon inteligente para seguir presente tras su muerte

Consciente de su condición de enfermo terminal, un berlinés ha optado por prolongar su presencia de forma virtual. En una emotiva despedida con sus amigos, Michael Bommer ha anunciado su voluntad de crearse un avatar que recoja todo su legado y que su familia pueda seguir escuchándolo y consultándolo

Michael Bommer sabe que su tiempo se está agotando, por eso ha optado por convertir su despedida en un eterno legado. En lugar de observar pasivamente cómo se le va la vida, el hombre ha decidido organizar una emotiva despedida. Invitó recientemente a sus queridos amigos a un último adiós en su apartamento de Müggelsee, a las orillas del lago. Compartió con ellos un último mensaje, algunos recuerdos y su último proyecto.

A través de un clon digital desarrollado por la empresa Eternos dejaría almacenadas “ad aeternum” sus vivencias y anécdotas. La empresa americana permite crear una copia de sus memorias y hasta generar potenciales reacciones, opiniones o replicar virtualmente sus propias actitudes.

Para ello, Michael Bommer ha tenido que relatar, y eso durante horas, más de una centena de episodios de su vida: desde sus juegos de escondites en los bosques, sus travesuras de adolescente, sus vacaciones soñadas en Bora Bora, hasta su exitosa carrera en informática. Toda una existencia grabada en una computadora, “para siempre”, o al menos hasta que la humanidad lo decida.

En base a todo lo grabado, su voz -reproducida artificialmente- podrá seguir diciendo “buenos días” o “buenas noches” a su esposa u ofreciendo sus sabios consejos a su nieta. Aunque la voz de Michael pueda parecer suya, será una fiel recreación generada por unos servidores y unas máquinas. Su tono, su pausa o habitual sosiego, serán perfectamente reproducidos, dando la sensación de que sigue aún bien vivo.

Como informático de profesión, no carece de sentido su decisión. Lejos de ser un mero experimento tecnológico, este proyecto de inmortalidad digital se inscribe en una tendencia de hacer perdurar nuestro legado existencial tras nuestro destino final.

Seguir dejando una huella

Hace muchos años, y al ver desaparecer desgraciadamente usuarios de redes sociales, algunos llevados por accidentes o largas enfermedades, se me pasó por la cabeza ofrecer un servicio de características similares. ¿Quién se quedará con todas esas fotos, esas memorias digitales, el día que ya no esté? Desde entonces, algunas empresas ofrecen la solución a esa delicada herencia. Generan unos contenedores gigantes, donde se pueden volcar todo tipo de contenidos e inteligencia. Al pagar una cuota definitiva, el cliente sabe que, en algún servidor, su memoria seguirá intacta.

Probablemente, y al pensar en la muerte, otra de las grandes dudas que nos asalta, es lo que habremos aportado aquí en nuestra corta estancia. De hecho, muchos escritores o cineastas han dejado algunas obras con sus reflexiones póstumas. Rousseau, Mandela, Welles o Hitchcock, sin olvidar nuestros pintores Picasso o Dalí, grabaron sus memorias para la posteridad y para el futuro de la condición humana.

Sin embargo, aquí lo novedoso, es que se pueda oírlos contestándonos con su propio criterio, su propia voz, como si aún estuviesen entre nosotros. Estas fascinantes iniciativas se suman a otros proyectos que buscan reanimar a figuras icónicas. Los hologramas de Elvis Presley o Michael Jackson volvieron a llenar estadios, permitiendo a sus fans experimentar conciertos en directo, a pesar de llevar años enterrados.

Dichos eventos han permitido también a las familias de estos rostros conocidos, seguir viviendo de su imagen y de sus sustanciales ingresos. Se verán cada vez más tributos con artistas difuntos, anunciando canciones o temas musicales que hubieran podido dejar compuestos.

Hoy cualquier hijo de vecino, sin gran bagaje tecnológico, puede pedir a ChatGPT, DeepSeek o Qwain, ser asesorado en una duda, por una científica desaparecida o un astrónomo. Se han creado todo tipo de chatbots capaces de mantener conversaciones con Albert Einstein u otros cerebritos, basándose en sus memorias, sonidos de archivos y entrevistas en televisiones. Todos estos ejemplos ilustran también cómo la tecnología podría estar cambiando la forma en la que concebimos la vida, la muerte, nuestro legado y su memoria.

Ética y vida digital después de la muerte

El deseo de seguir siempre vivo, y a través de la tecnología, plantea interrogantes sociales y éticos como nunca. En el caso de este ingeniero alemán, la intención es profundamente personal y cargada de un gran significado individual. Quiere seguir formando parte de su familia, contando historias y ofrecer consejos a quienes le amaban, tras su vida. Este afán de trascendencia toca temas sensibles sobre cómo afectará el duelo sobre su gente más cercana, ya que les proporcionará la ilusión de una continuidad afectiva. Asimismo, surge el riesgo de que estas interacciones generen efectos indeseados, como no poder superar una perdida, pasar página o rehacer su vida, cuando se pierde una pareja.

En el sentido contrario, la posibilidad de revivir a familiares a través de la tecnología puede ofrecer un consuelo tangible. La capacidad de “hablar” con un ser querido que ya no está físicamente presente puede aliviar el dolor, permitiendo que la memoria se mantenga viva de una forma interactiva y emocionalmente enriquecedora. Invita, no obstante, a una reflexión sobre cómo queremos ser recordados ya que una vez desaparecido, nuestra imagen y recuerdo ya no estarán jamás en nuestras manos.

La creación de estos avatares que reproducen perfectamente esas voces, comportamientos y personalidades, reproducidas fielmente por algoritmos y servidores, suscitan también otras cuestiones fundamentales y legales.

¿Puede una persona que contrate estos servicios anticipar todas sus implicaciones? Al no ser presente, ¿quién se haría cargo y sería el responsable? El uso indiscriminado de la imagen y la voz de un fallecido dejaría paso a manipulaciones que podrían distorsionar lo que fue su realidad y erosionar la autenticidad de su pasado. Podrían surgir inquietudes sobre un mal uso de estas tecnologías, sobre la posibilidad de distorsionar la historia, provocar corrientes equivocadas o incluso que algún desequilibrado encuentre en ellas una justificación para cometer crímenes, lo que constituiría una real amenaza.

La ausencia de marcos legales y éticos en este ámbito intensificará probablemente la incertidumbre en estos próximos años, haciendo que cada avance tecnológico se convierta en un espejo en el que se reflejen tanto nuestras aspiraciones como nuestros mayores miedos.

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