“Salimos por la mañana desde el restaurante La Curra”. Este es el mensaje que Iván, tío de los niños Rubén e Izan, nos mandó cuando estábamos cubriendo la DANA en Valencia. Cada mañana comenzaban su triste empresa en el restaurante en el que se vio por última vez a los pequeños, de 3 y 5 años, y recorrían el barranco de los Caballos, que así se llama a su paso por Torrente.
Les acompañamos en la batida. Las botas se hundían en el fango mientras contemplábamos con desolación la implacable huella de la fuerza del agua: una pared arrancada en una casa, el puente que une Torrente con Alacuás cortado, troncos de árboles y maleza esparcida por doquier… Durante 15 días, familiares, amigos y voluntarios buscaron sin descanso. El 13 de noviembre, por fin, llegaba la noticia: habían sido encontrados a casi cinco kilómetros del lugar en el que desaparecieron.
La historia de los niños es desgarradora. La tarde fatídica del 29 de octubre, de la que ahora se cumple un mes, sobre las 18:30 h., esperaban en su casa de campo a cenar, junto al barranco de l’Horteta en Mas del Jutge. Su padre se encontraba en ese momento en la cocina, y la madre de los niños, trabajando. De repente el agua empezó a correr con fuerza hasta que la luz se fue por completo. Un ruido ensordecedor asustó a la familia, que se encontraba en el salón. Era un camión que, empujado por la corriente, destrozó el muro de la vivienda, que acabó arrastrando a los tres miembros por el barranco por la riada de agua que irrumpió salvajemente y destrozó la casa.
El padre de los pequeños consiguió agarrarse a un árbol, pero tuvo que aceptar que sus pequeños fueran arrastrados por la corriente con fuerza. El padre intentó sostenerlos pese a las graves heridas que tenía en las piernas y por las que ha tenido que ser intervenido quirúrgicamente en varias ocasiones. Pero finalmente no pudo aguantar.
“Esto no lo cura el tiempo”
Un mes después, el tío de los niños, Iván, agradecido, atiende a Artículo14. Los padres de los pequeños se han trasladado a Valencia y ni quieren ni pueden atender a nadie que no sean ellos mismos. Están en tratamiento psicológico y recuperándose aún, también físicamente, del mes más traumático de sus vidas.
“En cuanto aparecieron mis sobrinos, abandonaron Torrente. Yo vivo al otro lado del pueblo y desde luego no me pienso acercar jamás por allí”, explica Iván, que fue quien lideró las batidas durante los 15 días que sus sobrinos permanecieron en paradero desconocido. “Estamos igual que entonces, destrozados. Esto no lo cura el tiempo. Habrá que aprender a vivir de nuevo”.
El familiar de dos de las víctimas más jóvenes de la DANA se muestra aturdido. Dice haber desconectado de todo, incluso quizá algo de sí mismo, desde el día en que aparecieron los cuerpos sin vida de Rubén e Izan. “No sé nada más. No sé cómo está el pueblo. No sé cómo está su casa, ni el restaurante, ni nada. No sé si han arreglado el puente, no sé si ha vuelto el agua, no sé qué pasa en otros pueblos. Me centro en sobrevivir cada día”, expresa.
Sí reconoce que, gracias al psicólogo que le han facilitado desde el ayuntamiento de Torrente, ha podido descansar mínimamente. “Aunque en realidad no del todo; son mis sobrinos, sangre de mi sangre. No hay por dónde coger esta tragedia. Nadie puede estar preparado para vivir algo así”, se corrige. Reitera que sus padres están “destrozados”, que también se centran en vivir día a día pero que les parece imposible. “Mi hermano y su mujer se han ido a vivir a Valencia con los suegros. No pueden volver a Torrente”.
Le queda un hilo de voz para dar las gracias, para emocionarse con el cariño recibido, y para reivindicar lo que todos los valencianos reivindica: “Hemos recibido mucha ayuda de los voluntarios, pero del Gobierno nada. Tengo muchas quejas; sigo pensando que, en cierta medida, esto se podría haber evitado. Pero ahora tengo que centrarme en este dolor. No puedo ni pensar lo que será para la gente seguir viviendo allí…”. La conversación se entrecorta. “A no ser que sea preciso, no queremos volver. Seguimos haciendo el duelo”. Da las gracias, y dice adiós. “No puedo hablar más”.