Parece que cada vez más vivimos o formamos parte de una sociedad marcada por la velocidad y lo efímero, donde el tiempo está convirtiéndose en algo escaso y donde las experiencias se desvanecen en minutos. Este fenómeno, exacerbado sin duda por el uso intensivo de la tecnología y las redes sociales, nos está situando en un contexto en el que la información y las emociones tienen una vida útil extremadamente corta. Según estudios recientes, la capacidad de atención media de un ser humano ha disminuido de 12 segundos en el año 2000 a solo 8 segundos en la actualidad. Y hablando en plata, esto significa que apenas nos damos tiempo para reflexionar sobre lo que vemos, sentimos o creamos, con el problema grave que eso nos puede llegar a suponer.
El riesgo de no emocionarnos con lo que hacemos, de limitar nuestras comunicaciones y capacidad de atención a segundos (véanse fenómenos como TikTok o los nuevos reels de Instagram), así como de no encontrar sentido ni valor en las actividades que realizamos, parece estar siendo cada vez mayor. Todo se consume rápido, sin tiempo para la reflexión o el necesario disfrute. Este hecho se convierte especialmente preocupante en campos como el diseño, donde el proceso creativo debería ser un ejercicio de calma y análisis. Diseñar, que al final tiene el propósito de crear soluciones para la vida moderna, no debería centrarse solo una cuestión de satisfacer demandas inmediatas o modas pasajeras, sino de desarrollar soluciones que resistan el paso del tiempo, con un enfoque claro en la funcionalidad, la estética y el impacto a largo plazo. Y es ahí donde parece difícil hablar de sostenibildiad sin tiempo de análisis o reflexión que le acompañen.
Cuando hablamos de estrategias de comunicación, pareciera que las actuales están siendo diseñadas para durar apenas unos minutos, alimentando la sensación de que todo es temporal y fácilmente olvidable. Las campañas publicitarias se diseñan para captar la atención durante segundos y luego caer en el olvido, lo que reduce su capacidad para generar un impacto significativo y duradero. Y esto ya no solo afecta a los consumidores, que reciben mensajes cada vez más triviales y fugaces, sino también a los creadores, que deben ajustarse a estos tiempos rápidos, sacrificando la calidad por la inmediatez. No obstante, en un momento donde emocionarnos es crucial, parece que lo único verdaderamente capaz de impactar será aquello que resuene a nivel emocional y sea capaz de permanecer en la memoria del espectador. De nuevo, no hay marca sin deseo y lo que no se recuerda, no ha existido. Al menos en los mundos del branding, que cada vez van más de la mano con el mundo empresarial.
Crear contenidos que inviten a la reflexión, en lugar de simplemente bombardear con estímulos superficiales, parece ser una buena forma de contribuir a una comunicación más significativa, duradera y verdaderamente sostenible. Y al mismo modo, de empezar a diferenciarse de la competencia, que parece enfocada en seguir de manera común una misma estrategia.
Es crucial que como profesionales empecemos a trabajar desde una perspectiva más calmada que nos invite a la reflexión y a la creación de valor real. Solo construyendo con una visión diferenciadora y desmarcándonos de esta tendencia hacia lo efímero, podremos verdaderamente innovar y contribuir de manera significativa. El valor del diseño y de cualquier creación, radica en su capacidad para perdurar y resonar, no solo en el presente inmediato, sino en el futuro. Frente a un mundo marcado por la velocidad y la fugacidad, tenemos la oportunidad de replantear cómo vivimos y creamos. Apostar por el diseño reflexivo, la desconexión consciente de la tecnología y una comunicación más profunda son pasos que nos permitirán no solo adaptarnos a los desafíos actuales, sino también construir un futuro más significativo. Solo recuperando el tiempo para pensar, disfrutar y crear con propósito, podremos encontrar el verdadero valor en lo que hacemos y compartirlo con los demás. Y es aquí donde grandes oportunidades pueden y deben surgir.