DANA letal

Sobrevivir a dos riadas (y que te olviden)

Las personas mayores de los municipios más afectados por la DANA son los grandes olvidados: personas vulnerables que, en su mayoría, vivieron también la riada de 1957. "No hay punto de comparación. Esto ha sido una 'barbaritat'"

“No tengo nada, pero soy la mujer más rica del mundo: tengo cuatro nietos que son la alegría de mi vida”. Quien habla es María del Don, una vecina de Alfafar que lo ha perdido “todo”. Desde la puerta de su casa, y hablando en valenciano, es capaz de afirmar el bien de una vida que va más allá de lo material, pero sin ingenuidades. “Va a ser muy difícil recuperarnos de este golpe. La casa está inundada, hemos perdido también el coche que estaba aparcado en el patio. Pero estamos bien”, reconoce su marido, Cristóbal.

Figuras de cerámica y de cristal cubiertas de barro se acumulan en una mesa alta: hay patos, falleras, platos, ceniceros e incluso una foto de comunión. A la salida del patio hay una imagen hecha a partir de azulejos: es la Virgen del Don, patrona de Alfafar, que da nombre a todas las generaciones de mujeres de la familia. La hija del matrimonio aparece cargando bolsas: ya está bien, esto no puede ser, se los lleva consigo a vivir a su casa. En general, las personas mayores se resisten a abandonar los hogares en los que han vivido la mayor parte de su vida. Pero en estos casos, hay poco que abandonar.

María del Don, en su casa de Alfafar

María del Don, en su casa de Alfafar

Pero no todos tienen la suerte de María del Don y Cristóbal. No todos tienen hijos cerca, o con capacidad de acoger a sus padres. O directamente los hijos han sufrido las mismas consecuencias, o más, que sus progenitores. Es el caso de Antonia, vecina de Paiporta, que se encuentra “encerrada” en la calle Florida: todavía con barro en las calles, es incapaz de salir, y su familia no tiene posibilidad de llegar. “Mi nieta me llama todos los días, pero me entristece estar sola. Ya son muchos días”.

Las historias en los barrios más envejecidos se suceden: personas mayores, muchas de ellas viudas, que se han quedado atrapadas en el fango, algunas de ellas con la puerta aún bloqueada. Manuela lleva toda la vida viviendo en Masanasa y el Ejército tardó cinco días en despejar su calle; los vecinos le subían comida por el balcón, le preguntaban cómo estaba y trataban de acompañarla, pero el trauma será probablemente permanente.

Las Barracas, el casco antiguo de Catarroja

“Mi padre vive en la montaña, y estaba solo. Gracias a que vino una voluntaria a los cuatro días de la DANA pudimos llevarle en volandas, en la silla de ruedas, hasta Albal, que está pegado a Catarroja. De allí ya pudieron llevarle a Játiva, donde vive mi hermana”. Concha es una de las vecinas de Catarroja que ha sufrido el abandono de las autoridades: al tratarse de una de las pedanías más alejadas del núcleo de la ciudad de Valencia, ha tardado mucho más en llegar la ayuda. “Ya hemos empezado a ver mosquitos y ratas; si no nos quitan la basura, no nos va a matar la riada, sino las infecciones”. Ella lo tiene claro: “Cuando viene el aire de allá hacia acá (señalando el túnel cercano a la estación), huele a muerto. Yo ese olor lo tengo metido dentro, no lo puedo olvidar. No me deja dormir”.

En las calles más antiguas, las mujeres mayores salen a la puerta y se hacen compañía. Comentan lo que han vivido una y otra vez, se visitan (las que pueden caminar), se cuidan. “Estamos todos bien, gracias a Dios. A mí me traen las medicinas, pero me hago un lío”, explica Carmela desde la puerta de su casa. “Con la riada pasé muchísimo miedo. Sin luz, sin agua… Mira lo que tenemos que hacer, mira cómo tenemos que vivir”. Cada vez que pasa un voluntario, les pregunta qué llevan: busca un inhalador para el asma, bayetas y algo de leche. Ella también vivió la riada de 1957, pero apenas se acuerda de aquello. “Entonces estábamos todos unidos…”.

Carmela recoge la ayuda que le proporcionan los voluntarios desde la puerta de su casa

Carmela recoge la ayuda que le proporcionan los voluntarios desde la puerta de su casa

En la misma calle viven Carmen y Teresa. Carmen, que tiene 90 años, asegura que preferiría haber estado muerta a vivir la DANA. “Esta ha sido una de las cosas más horribles que he vivido en mi vida. Y además, si no hubiera sido por vosotros, los voluntarios, ¿qué habríamos hecho? Yo ni siquiera me puedo mover, no puedo caminar ni valerme por mí misma”, revela con lágrimas en los ojos sentada en su silla de ruedas, en la puerta.

Tere Polit vivió la Guerra Civil, la inundación de 1957 y ahora trata de recuperar la normalidad. “Yo ya no quiero vivir más desgracias, ya he tenido suficiente”. Teresa es la primera en hacer un juicio propio de su edad: “En el 57 pasamos días, semanas, limpiando todo, y todo lo recuperamos y lo guardamos, y lo hemos seguido utilizando hasta hoy. Sin embargo, ahora es todo es de usar y tirar: los muebles se han inflado y no ha habido más remedio que tirarlos”. Nos asomamos a su casa, y nos enseña dónde están sus posesiones: “Todo lo han sacado a la puerta, porque todo es desechable. Yo me he quedado encerrada ocho días, pero ayer por fin salí para ir a misa. Si no hubiera sido por la fe, yo ya me habría muerto”.

Teresa, de 82 años, agradece el trabajo que los jóvenes están haciendo en su pueblo, CatarrojaTeresa, de 82 años, agradece el trabajo que los jóvenes están haciendo en su pueblo, Catarroja

Aparece una voluntaria trayendo, por fin, fruta y verdura: carabassetes, orangetas, tomaca de l’horta, pomes… Las vecinas se alegran muchísimo. “Ya está, ya está mi rey, gracias cariñet, qué bonica eres”. Esta gente ha vivido siempre esta comunidad, esta fraternidad, esta forma de vivir los unos con los otros de verdad, ocupados y preocupados los unos por los otros. “Lo importante es que estamos bien, que podemos cuidarnos los unos a los otros. El barro sólo es barro. Yo nací en esta casa, y antes no había suelo, era todo tierra: vivíamos con los animales, con el horno en la misma sala en la que dormíamos, y no había alcantarillado ni cañerías. Y encima mi padre tenía una piedra amputada…”. Teresa recorre con su memoria aquellos meses que habitaron en el fango. “Como toda mi familia es del campo, yo empecé a mirar el tiempo… y me di cuenta de que venía una buena tormenta. Así que el 26 de octubre me metí en casa y no salí hasta ayer”.

Abandonadas y olvidadas, estas mujeres son en realidad el corazón del pueblo. “¿Era imposible de prever? Decían que iba a llover en Buñol a las 18:00 h., y si cae en Buñol luego suele venir hacia aquí… Sabía que Chiva iba a estar afectada. Así que me subí a la planta de arriba, paso a paso (Teresa lleva un andador), y allí pasé la tormenta, sola”. Teresa repite una y otra vez todas las desgracias que ha vivido, pero asegura que ninguna como esta. “Yo con 15 años me comía el mundo, y salía de cualquier dificultad, pero ahora… Si no fuera por la solidaridad de la gente, yo no habría podido salir adelante”.

Tere se emociona ante la solidaridad de la gente joven que la está ayudando

Tere se emociona ante la solidaridad de la gente joven que la está ayudando

En la calle paralela Paqui observa sentada cómo su nieta y otros voluntarios jóvenes limpian su casa. Vigila, pero con la mirada perdida. Enumera las calles que la rodean. “Tenemos de todo”, repite a cada voluntario que se ofrece a traerle algo. “Yo viví la riada del 57, pero no tuvo nada que ver con esta. Esta ha sido una cosa terrible, pero aquí no ha habido nadie a ayudarnos. Si no fuera por esta gente joven, yo no sé qué habríamos hecho; estábamos atrapados, olvidados por los que mandan. Mi casa ha quedado vacía”.

Más arriba, una anciana busca entre sus pertenencias. Aparecen fotos, un collar lleno de barro, adornos y recuerdos de toda una vida. Ella sigue rebuscando, y de repente coge un cajón. “La verdad es que estoy buscando ropa interior… No me ha quedado nada y creo que podría conseguir salvar algo, lavarlo y usarlo”. Tere sonríe a la cámara, llena de esperanza. Unos voluntarios pasan y le ofrecen crema de puerros. “¿Comida caliente? Sí, sí, gracias. Qué haríamos sin vosotros”, les grita. Detrás de ella, hay mensajes de apoyo y agradecimiento hacia los voluntarios pintados en un espejo roto. Es un día más entre montañas de lodo.

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