“Enhorabuena, es una niña”, felicita una doctora a una madre primeriza durante su ecografía de control. Desde ese momento, todo lo que viene después se polariza en un mundo de rosas y azules, de unicornios y dinosaurios, de inocentes princesas y fornidos superhéroes.
Estereotipos tradicionalmente interiorizados y normalizados por una sociedad con poco tiempo para cuestionarse las cosas. Hasta ahora. La generación millennial, tantas veces denostada y criticada por su hastío, su impaciencia y su alta dependencia a los dispositivos móviles, alza la voz para gritar al mundo que dejen de adornaros. A nosotras, que ya desde niñas nos marcan las bragas con lazos. “Desde que tenemos uso de razón, se nos moldea y dirige. Nos adornan y llenan de complementos, volantes, brillos y lacitos. ¿Cuántos calzoncillos infantiles has visto con lazos?”, pregunta Laura Castro, activista 2.0.
Pía Gutierrez fundó NOpink NOblue, una marca de ropa infantil sin estereotipos de género, para cubrir las necesidades de su hija. “Cuando empezó a dibujarse, nos fijamos que siempre se dibujaba con pelo largo y vestidos de colores. Nosotros siempre la hemos educado en un mundo sin etiquetas, en el que la ropa y los colores no tienen un género establecido. Así que cuando empecé a buscar tiendas de ropa sin estereotipos, fue una quimera. Fue entonces cuando pensé que tenía que hacer algo pensando que habría más familias que, como yo, quisieran vestir a sus hijos sin tener que clasificarles. NOpink NOblue nace para llenar de colores y formas a todas las personas”, cuenta.
Ropa unisex infantil hay poca. “Intenta llenar la cesta de la compra con ropa que no tenga unicornios, volantes y purpurina. Van de la mano. No encontrarás camisetas de unicornio que no sean de corte entallado”, afirma Laura.
Las etiquetas metafóricas sobre nuestra piel, como si nuestras vidas fueran frascos en una despensa perfectamente organizada, vienen de fábrica. Volvamos a Lola, la niña de nuestra historia. Quizá, con suerte, cuando nazca, saldrá del hospital sin las orejas perforadas. Sin embargo, poco a poco, los clichés de la moda irán calando en ella hasta taladrarla. “¿Cuántos bolsos de Hello Kitty, ridículamente pequeños, necesita una niña de 4 años?”, pregunta Laura, nuestra activista 2.0. Y ella misma se responde: “cero”.
Analicemos las camisetas de niñas y sus estampados y formas: desde el cansino “Beautiful Princess” hasta el empalagoso “Sweet Girl”. De corte estrecho, corto y ceñido, con mini bolsillos en los que no cabe ni una piedra ni un palo, que nosotras a indios no jugamos. Y si alguna lo hiciera, para eso tiene el bolso, el mismo que acabamos cargando las madres. Los pantalones tampoco se salvan de los estereotipos: más cortos, con fruncidos y algún que otro cinturón para hacer un lazo.
Carla es madre de Aina y Guillem, de cuatro y seis años. Les observamos desde un banco del parque en el que corretean por las tardes. Están jugando a pasarse la pelota mientras evitan pisar algunos obstáculos que dicen ser lava. “Siempre tuve claro que los educaría en la diversidad, pero la sociedad no lo pone fácil; es muy complicado salir de Matrix. Aun así, procuro que la ropa que lleven les permita desarrollar habilidades tan fundamentales como su motricidad o su creatividad”, cuenta.
El juego se ve interrumpido cuando la pelota golpea a otra niña, que sentada en el suelo con la mirada fijada en la nada, juega con los volantes de su vestido rosa y -como no- estampado de unicornios. Unas merceditas, que probablemente fueron blancas en algún momento, completan su total look, muy distinto al de Aina y Guillem, que visten prendas neutras, cómodas, minimalistas y libres de cualquier expectativa social basada en su género. Toda una declaración de intenciones. “Las niñas y niños necesitan poder tirarse libremente por los columpios, saltar a la comba, subirse a un árbol, hacer la rueda o el pino puente. Y, obviamente, hay ropa que ayuda y otra que entorpece y obstaculiza”, apunta Carla.
La ropa infantil sin género se enfoca en la funcionalidad, permitiendo, sobre todo a las niñas, que jueguen sin que sus movimientos sean restringidos por las prendas. Porque en ella no hay adorno que valga. “Niñas y niños merecen ropa que les permita fluir y crecer libres, sin que la sociedad les contamine con estereotipos impuestos”, reivindica Pía. Ella, que no tenía ni idea de coser, decidió romperlos creando su propia marca. “No es una marca para bebés molones, es un mensaje para todas las familias que quieran educar a sus hijos fuera de los estándares tradicionales”. Porque la ropa también es nuestra de carta de presentación al mundo.
Les animamos a cambiarse de chaqueta, ponerse en los zapatos de sus hijas y contribuir a diseñar un nuevo patrón: el de una sociedad menos encorsetada.