Igual que las vidas se agotan, algunas empresas también tienen fecha de caducidad. Es lo que le ha sucedido a la estadounidense Tupperware, fenómeno revolucionario para las familias americanas de los años cincuenta y cuyo nombre, táper, ya perdurará para siempre en nuestro vocabulario.
La compañía se ha declarado en bancarrota, incapaz de hacer frente a los nuevos tiempos y a la competencia. La Bolsa de Nueva York decidió la semana pasada suspender su cotización ante la inminente quiebra. Sus acciones se desplomaron un 57% y ya hacía presagiar lo peor: la compañía se estaba preparando para declararse en quiebra.
Tupperware nació en 1946 de una idea de un químico, Earl Tupper, que creó unos recipientes de plástico con una tapa hermética inspirada en las de los botes de pintura, que cerraban tan bien que el interior no se secaba. De esta manera, estos recipientes podían conservar los alimentos en el frigorífico durante más tiempo y en mejores condiciones.
Una idea brillante que se ejecutó con igual éxito gracias a la visión de Brownie Wise una representante de ventas de productos domésticos que se incorporó a la compañía y llegó a ser su vicepresidenta. Ella fue la inventora de las reuniones Tupperware, una fórmula de venta en la que las amas de casa, desde sus propias cocinas, invitaban a otras mujeres para mostrarles las excelencias de esos recipientes. Si conseguían venderlos, se llevaban una comisión. Un sistema de venta que hemos visto también con la cosmética o con los robots de cocina y que han tenido mucho éxito en el pasado.
Pero en el mundo de la empresa hay que renovarse o morir, y tardó demasiado en transformar el negocio y unirse a las ventas online. Aún así, Tupperware emplea a más de 5.450 personas en 41 países y cuenta con una red de más de 465.000 personas que venden sus productos como antaño lo hacían las amas de casa estadounidenses. En España, la marca llegó en 1966, veinte años después de su creación y no llegó a alcanzar la importancia que sí que tuvo en Estados Unidos. Era época de postguerra y las cajas de plástico no parecían estar entre las prioridades de las cocinas españolas.
Pero durante estos casi ochenta años, la empresa no se ha quedado anclada exclusivamente en los recipientes y su venta directa casa por casa. En los años 60, aparecieron nuevas líneas e incluso juguetes de la marca como el icónico Bolín. Un juguete con forma de sonajero con diferentes huecos en forma de círculo o cuadrado, triángulo para motivar a los bebés y familiarizarlos con las formas geométricas. Con la llegada del microondas, la empresa se adaptó con productos específicos para calentar los alimentos en estos aparatos e incluso con letras en braille para ayudar a los consumidores ciegos a utilizar sus envases de plástico.
Quizás lo más sorprendente de la empresa es que, casi un siglo después, la marca haya dado nombre al genérico. Igual que ha pasado con el rímel, las tiritas, o el papel albal, la palabra táper fue admitida en el diccionario de la Real Academia de la Lengua en el año 2017 sustituyendo el nombre de fiambrera, más obsoleto y antiguo, por el de táper o tupper.
Tupperware también fue durante un tiempo una marca que parecía apoyar a la mujer. En los años 50, la gran mayoría de las mujeres casadas no trabajaban y, por lo tanto, no eran independientes económicamente. Las reuniones de la empresa en sus viviendas, les permitía ganar un dinero con las comisiones sin que esto supusiera un problema para los hombres, puesto que se desarrollaba en el ámbito de la cocina y no resultaba una amenaza para una sociedad fuertemente machista en aquella época. Brownie Wise además, adquirió especial relevancia y fue la primera mujer en aparecer en la portada de la revista Business Week en 1954. Pero su visibilidad como mujer al frente de la empresa duró poco y la despidieron fulgurantemente.
Todavía hoy, si te metes en la página web en español, Tupperware ofrece sus históricas fiestas en casa, recetas, consejos y promociones y ofertas. Pero como decía Gatopardo, “todo tiene que cambiar para que nada cambie”.