Entrevista

López Romero: “Si me amenazan con elegirme, salgo corriendo y me encuentran en Sicilia”

El nombre del cardenal Cristóbal López Romero ha comenzado a circular con discreción en los pasillos donde se dibuja el futuro de la Iglesia. Él se descarta en una entrevista con Artículo14

El cardenal Cristóbal López Romero acaba de regresar a su habitación en Roma. Son pasadas las nueve de la noche y aún lleva en el rostro la expresión recogida de quien ha vivido un momento solemne. Hace apenas una hora, en la capilla de la Casa de Santa Marta, se despidió del Papa Francisco. “He estado viendo los restos, el féretro con el cuerpo, y hemos podido rezar allí un rato”, comenta a Artículo14 con voz tranquila, mientras se sienta y se permite unos minutos para hablar. La capilla, explica, ha permanecido abierta a empleados del Vaticano, a miembros de la policía, los bomberos, trabajadores de los museos y sus familias. “La plaza y todos los alrededores están atestados de gente. Porque el turismo no para. Y con el jubileo, menos todavía.” El cuerpo del pontífice ya ha sido trasladado a la Basílica de San Pedro, donde, desde las cinco de la mañana y hasta la medianoche, los fieles podrán despedirse. “Pasarán miles y miles de personas”, añade con la certeza de quien conoce bien el pulso de Roma en tiempos excepcionales.

En medio del duelo que sacude al Vaticano, su nombre ha comenzado a circular con discreción, pero con insistencia entre los pasillos donde se dibuja el futuro de la Iglesia. Arzobispo de Rabat desde 2018, salesiano, misionero, educador, Cristóbal López Romero representa con nitidez una de las herencias más profundas del pontificado que acaba de concluir: una Iglesia volcada en las periferias, que se arrodilla ante los olvidados, que prefiere el verbo servir al verbo mandar.

“Vine para amarles”, dijo al llegar a Marruecos. Y esa frase, lejos de cualquier adorno, se convirtió en un programa pastoral que ha sostenido con coherencia: amar a la pequeña comunidad cristiana que convive en tierra islámica, amar al pueblo que acoge, amar a los migrantes sin papeles ni patria, amar a los pobres con nombre y con rostro. Su voz, serena pero firme, ha denunciado las políticas migratorias europeas, ha defendido la posibilidad real de convivencia entre cristianos y musulmanes, y ha exigido justicia sin diplomacia ni eufemismos.

Hace dos años nos concedió una entrevista donde criticó sin rodeos el blindaje de las fronteras europeas, calificó de “hipócrita” la externalización del control migratorio y se ausentó deliberadamente de la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa como forma de protesta ante la exclusión de jóvenes africanos. Reivindicó entonces una Iglesia que no actúe como mediadora entre gobiernos, sino como madre samaritana: una Iglesia que se inclina, que cura, que no pregunta de dónde viene el herido ni a qué bando pertenece.

Ahora, desde Roma, Cristóbal López Romero observa el movimiento de la historia con la misma claridad con la que ha acompañado, durante décadas, a quienes no cuentan. Conoce la Curia, pero no la habita. Sabe de sínodos, pero prefiere las periferias. Cree en la sinodalidad como camino, en la fraternidad como método y en el Evangelio como hoja de ruta. Para él, el Espíritu sopla donde quiere, y a veces —recuerda— lo hace desde el sur: desde un país del Magreb, desde una comunidad de apenas treinta mil católicos, desde la voz templada de un obispo que ha hecho de la esperanza una forma de resistencia.

Un pastor con los pies en los caminos

Cuando se le pregunta quién ha sido Francisco para la Iglesia, López Romero no titubea. “Un buen pastor, en el sentido evangélico. Una persona que se ha preocupado de la oveja descarriada más que de las noventa y nueve. Una persona que ha salido al encuentro, especialmente de los que estaban en los márgenes, marginados, o en las periferias, como él nos ha enseñado a decir. Ha intentado ser como Jesús, que recorría los caminos, las ciudades, y quería llegar a todas partes”.

En sus palabras no hay lugar para la retórica. Francisco, afirma, ha sido un hombre de acción. “Más que organizar eventos, ha pretendido iniciar procesos. Procesos con largo recorrido, pero que transforman la realidad. No la maquillan.” Y menciona uno en particular: la sinodalidad. “Está en sus inicios, pero si conseguimos que se implante, que se extienda y que llegue a todas partes, será revolucionario. El hecho de marchar juntos todos, laicos y religiosos, ordenados y bautizados, hombres y mujeres, jóvenes y adultos. Seguir a Cristo hacia el Reino de Dios con toda la humanidad, con todas las personas de buena voluntad. Ese es el camino.

Para el cardenal, el pontificado de Francisco también se explica a través de gestos inéditos. “Ir a Lampedusa y lanzar flores al mar por los muertos en la migración. Arrodillarse y besar los pies a los dirigentes de Sudán del Sur, rogándoles que hicieran la paz. O lavar los pies a jóvenes musulmanes y cristianos sin distinción. Eso ha dejado una huella. Ha sido un Papa que primero hacía y después explicaba. Y eso ha sido conmovedor”.

Personas, no migrantes

López Romero rememora una conversación que tuvo con Francisco en Rabat, durante un trayecto en coche. “Me dijo que no hay que decir ‘migrante’, porque es un adjetivo. Lo importante es el sustantivo: personas migrantes. Personas en situación de movilidad. Seres humanos. Eso me lo enseñó él”.

Recuerda también que el Papa quiso viajar a Canarias. “Tenía ese proyecto, pero su salud ya no se lo permitió. Ojalá su sucesor lo conozca y lo retome. Porque su corazón estaba allí, con los más necesitados en situación de migración”.

El papel de la mujer en la Iglesia

El cardenal López Romero reflexiona con mesura, pero sin rodeos sobre el papel de la mujer dentro de la Iglesia católica y los avances impulsados durante el pontificado del Papa Francisco.

“El Papa ha dado un paso muy significativo en ese campo”, afirma. Pero no elude las tensiones que, según él, marcan cualquier intento de transformación en esta materia. “En lo que respecta a la promoción de la mujer y la reivindicación de sus derechos, ya se había trabajado mucho desde la sociedad civil, y las posturas están tan polarizadas que, hagas lo que hagas, para unos siempre será insuficiente y para otros, excesivo. Él se ha encontrado, por tanto, entre dos fuegos. Las feministas más radicales nunca están satisfechas, todo les parece poco, sin considerar de dónde se parte”.

El cardenal matiza que lo importante no es solo a dónde se ha llegado, sino desde qué punto se ha iniciado el recorrido. “Si partes de cincuenta y llegas a cincuenta y cinco, parece poco. Pero si partes de menos diez y alcanzas ese mismo cincuenta y cinco, el avance ha sido enorme. El punto de llegada puede ser el mismo, sí, pero hay que valorar desde dónde se ha empezado, tanto en el ambiente eclesial como en muchos otros contextos sociales”.

Ante la pregunta de cómo deben producirse estos cambios en la Iglesia, López Romero apuesta por la vía de la evolución cultural y no por la ruptura. “Hay que saber reconocer los avances y entender que, en estos asuntos tan profundamente ligados a la cultura, más que una revolución, lo que se necesita es una evolución, paso a paso. Una revolución exige muchas veces eliminar a quienes no se adhieren. Lo hemos visto en la historia: en Cuba, en China. Siempre acaba siendo coercitiva, de un modo u otro. Y quien no la comparte, debe callarse o adaptarse”.

La evolución, dice, permite avanzar sin imposiciones. “Es un proceso gradual, donde se avanza poco a poco, a veces incluso con retrocesos. Es más lento, sí, pero también más respetuoso con los ritmos de cada persona. No todos estamos preparados para correr la misma carrera al mismo tiempo”.

Para el cardenal, los últimos gestos de Francisco en este ámbito han sido especialmente reveladores. “Ha nombrado a dos mujeres para puestos de máxima responsabilidad en la estructura del Vaticano: una en el ámbito de la vida consagrada, y otra nada menos que al frente de la gobernación. Es decir, la gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano. Una religiosa. La máxima autoridad civil. Ella gestiona la policía, los sindicatos, las asociaciones… todo eso. Me parece muy valiente por parte del Papa haber confiado en ellas. Y estoy seguro de que lo harán bien.” López se refiere a la monja Raffaella Petrini, la primera mujer en ostentar el cargo del poder ejecutivo en el Vaticano.

¿Puede esto leerse como un primer paso hacia la ordenación sacerdotal de mujeres? El cardenal responde con prudencia: “Eso, si llega, será algo aún más lejano. Yo no soy teólogo ni biblista, y no me considero en condiciones de emitir un juicio definitivo. Veo argumentos a favor y en contra, y no sé cómo evolucionará este tema”.

No obstante, remarca que mientras ese debate más profundo avanza —si es que debe avanzar— no hay razón para frenar en lo que ya está claro. “Al menos avancemos en todo aquello en lo que no existe ninguna duda sobre la plena capacidad de las mujeres para asumir responsabilidades. Que no sigamos frenando por inercia cultural o por el machismo que, de una forma u otra, todos llevamos dentro. Porque en muchas cosas no hay ningún impedimento, salvo ese”.

Celibato opcional: una norma que “se puede quitar”

Preguntado por la cuestión del celibato sacerdotal, el aspirante a papa aclara que no se trata de una toma de postura personal, sino de una realidad dentro de la propia Iglesia católica: “No es que yo me haya pronunciado, es que en la Iglesia es así. No hay sacerdotes casados, hay casados que han sido ordenados sacerdotes. Y eso ocurre no solo entre los ortodoxos, sino también en las Iglesias católicas de rito oriental: la armenia, la maronita, la caldea, la siro-malabar, entre otras”.

López Romero explica que el celibato no es un dogma, sino una norma disciplinaria vigente principalmente en el rito latino. “La exigencia del celibato para quienes quieren ser ministros ordenados —diáconos, sacerdotes, obispos— no es una obligación teológica, sino una norma jurídica que, igual que se ha establecido, se puede modificar. Eso siempre ha sido así y es un consenso común dentro de la Iglesia”.

El cardenal recuerda que incluso en el Vaticano hay casos de sacerdotes casados: “El Papa dijo en una ocasión que había un sacerdote de rito ortodoxo que ejercía normalmente sus funciones en una de las iglesias encomendadas, y tenía tres hijos”.

Esta cuestión, según señala, ya está en discusión dentro del proceso sinodal: “El Papa creó diez grupos de trabajo para tratar los temas que surgieron en el sínodo y que no están directamente relacionados con la sinodalidad. Uno de esos grupos aborda precisamente los ministerios ordenados, lo que incluye el tema del celibato, pero también el de la participación de la mujer en la vida de la Iglesia”.

El cónclave y sus papeletas para presidir la Iglesia Católica

Respecto al cónclave que deberá elegir al sucesor de Francisco, el cardenal Cristóbal López Romero es claro sobre cuál debe ser su principal objetivo: “Lo que se espera es que cumpla su función, que es darle a la diócesis de Roma un obispo. Y ese obispo, por el propio hecho de serlo, se convierte automáticamente en el Papa, con un rol para toda la Iglesia Universal”.

López Romero desea que el próximo pontífice no rompa con el legado de Francisco, sino que lo prolongue. “Me gustaría que ese nuevo Papa mantuviera una línea de continuidad con lo que sus predecesores han hecho. Que no llegue diciendo: ‘hay muchas cosas mal, hay que corregirlas y volver atrás’. No. Preferiría un Papa que apriete el acelerador más que el freno. O al menos, que deje que la inercia siga adelante y que además aporte un impulso propio a los procesos ya en marcha”.

Para el cardenal, estos procesos no son opcionales, sino parte de una Iglesia que desea ser verdaderamente fiel al Evangelio: “No podemos escapar de ellos si queremos una Iglesia verdaderamente evangélica, es decir, nacida del Evangelio. La sinodalidad, por ejemplo, no es un invento del Papa. No es que una mañana se despertara con fiebre y dijera: ‘vamos a hablar de sinodalidad’. No. En los primeros siglos del cristianismo ya existían los sínodos, y conocemos sus nombres. Este mismo año celebramos los 1700 años del Concilio de Nicea, donde se reunieron todos los obispos”.

Además de los sínodos generales, destaca otras estructuras participativas: “También existen los consejos, los sínodos diocesanos… Todo eso genera ilusión en el pueblo de Dios, porque le permite participar, decir su palabra”.

Sobre la intervención del Espíritu Santo en la elección papal, el cardenal concluye con humor y humildad: “Veremos si el Espíritu Santo coincide conmigo. Pero lo más importante no es que Él coincida conmigo, sino que yo coincida con Él”.

Y ante la broma de un posible nombramiento suyo como nuevo Papa, responde entre risas: “Eso no puede ser. Como chiste está bien, pero el Espíritu sopla donde quiere, como quiere y cuando quiere… y no hace tonterías. Eso sería una gran tontería. El Espíritu Santo siempre actúa a favor de la Iglesia. Por tanto, me dejará tranquilo. Para bien de la Iglesia, y también —para qué negarlo—, para darme un poco de descanso”.

Cuando se le insinúa su posible elección, responde entre risas: “Si me amenazan con elegirme, salgo corriendo y me encuentran en Sicilia. Allí se está bien”. Pero agrega con seriedad: “Nadie está preparado para ser Papa. Pero objetivamente hay personas más preparadas que otras”. Cita algunos criterios: “Alguien que ha sido diplomático, pastor de una diócesis, ha trabajado en el Vaticano, conoce lenguas y culturas. Y también cuenta la edad. Uno de 65 años está en mejores condiciones que uno de 78. Si me dieran a elegir entre ambos, no lo dudaría”.

Sobre posibles candidatos, menciona al actual secretario de Estado, el cardenal italiano Pietro Parolin: “tiene muchas cartas. Ha sido diplomático en Venezuela, ha trabajado en el Vaticano. Pero le falta la experiencia de ser obispo diocesano”.

Y evoca el caso de Pablo VI: “Había sido un hombre de curia. Pero el Papa anterior lo envió como obispo a Milán. Allí adquirió experiencia pastoral directa. Y esa combinación fue clave para que lo eligieran. Nadie lo tiene todo. A todos nos aprieta el zapato por algún lado.”

Antes de terminar, el cardenal baja el tono, como quien se despide. “Que sea lo que Dios quiera. Que sea el Espíritu Santo quien hable. Y que nosotros sepamos, al menos, no interrumpirlo”.

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