“Se me vienen a la cabeza pensamientos horribles, de agobio”

Charo y Lola hacen memoria para Artículo14, aunque admiten que han querido olvidar muchos detalles. “Y ahora, ¿cómo vamos a vivir?”

A Charo le cuesta recordar aquel 13 de marzo de 2020. Escuchó estas palabras a través de televisión: “Estado de Alarma para los próximos 15 días”. Pero jamás pensó que esas dos semanas se convertirían en 100 interminables días. Tres meses de confinamiento. Hoy se sigue estremeciendo. “Se me vienen a la cabeza pensamientos horribles, de agobio, por eso he olvidado muchos detalles”.

La mente de Lola también ha querido olvidar algunos episodios de esa etapa. Al igual que Charo, se enteró por la pequeña pantalla de que los próximos meses no podría salir de casa y se hizo dos preguntas que sí recuerda con total lucidez: “¿Cómo vamos a comer? ¿Cómo vamos a vivir ahora?”.

Ambas coinciden que la vida cambió para siempre ese 13 de marzo. Charo, de 84 años, pasó el confinamiento junto a su marido en su casa en Pozuelo de Alarcón, Madrid. Sus días se tornaron todos iguales. Aconsejada por sus hijos, médicos, seguía todas las recomendaciones a rajatabla para no contagiarse: mascarilla, guantes, gel hidroalcohólico.

Un día empezó a encontrarse mal: “Me dolía todo el cuerpo, me costaba respirar y apenas comía y mi marido estaba igual”, rememora. El matrimonio entró en el Hospital Ramón y Cajal pensando que saldrían de ahí el mismo día, pero no fue así. Ocurrió lo que tanto temían. Positivo en COVID. Ambos fueron ingresados, en habitaciones separadas durante más de una semana.

“No puedo recordar bien los días que estuve allí, lo tengo un poco difuso, pero una semana o más”, explica Charo. La tristeza invadía las cuatro paredes de esa habitación. Fue eso quizá lo que, al echar la vista atrás, la haga perder la noción del tiempo. “Lo peor era estar sola, aunque el trato por parte de los enfermeros fue maravilloso, pero es duro. Estaba esperando la llamada de teléfono de mis hijos”.

Esa misma espera vivió Lola, de 89 años, en su piso de Alcobendas. Pasó el confinamiento completamente sola. Pegada a su teléfono móvil y a su máquina de coser. “Me pasaba los días cosiendo y haciendo ganchillo, he llegado a hacerme 3 vestidos en un día”. Esperando la fiel llamada de su hijo y cosiendo. “Yo soy una persona muy enérgica y durante la pandemia no quise parar, yo seguía con mi faena, estaba en contacto con los míos por el móvil”.

El móvil la ayudó a paliar la soledad, pero también le produjo cierto respeto. A Lola empezaron a temblarle las manos al abrir Whatsapp. “Cada día me enteraba de una nueva muerte de una amiga o amigo, de la asociación a la que yo iba todos los días, murieron más de 80 personas”.

Un día recibió la peor llamada. “Mi hermano, pobrecito mío, murió por COVID estando en una residencia”. Con la voz  temblorosa recuerda a su hermano menor, que tenía 73 años cuando falleció a los meses del anuncio del Estado de Alarma. “Sabemos cuando nacemos pero no cuando vamos a morir, y a mí en ese momento no me tocaba, pero es duro”.

A sus casi 90 años, la vitalidad de Lola sigue intacta y aguarda, más si cabe, aprendizajes valiosos, “hay que dar las gracias simplemente por estar aquí”. “La soledad no es buena para nadie”.

Charo y Lola no se conocen, pero comparten algunas enseñanzas que les dejó el COVID. Que la felicidad está en lo pequeño, una llamada, un paseo al aire libre o un abrazo de los tuyos. “En lo que creíamos nuestro y durante tres meses nos arrebataron”. “Vivir el presente, cuidarse a una misma, y a los demás, porque no sabemos cuándo esto se va a acabar”.

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