Orgullo

Salir del armario siendo testigo de Jehová: “Siempre me he sentido como una marioneta”

Patricia Cerdán lleva más de diez años sin hablar con sus padres que no aceptaron que su hija fuera lesbiana

Atrás dejó a familiares, amigos y una adolescencia en la que creía que debía seguir el patrón ‘normativo’ de ser heterosexual. Patricia Cerdán nació en el seno de una familia religiosa, testigos de Jehová. En esta religión no se le permite quedarse con un chico a solas, aunque él también sea testigo. Pero sí con una chica. Y un día que durmió con una de ellas, se dio su primer beso. Aunque eso tampoco está permitido en esta organización.

Ocultar ser lesbiana por tener que ser la hija modelo

Patricia Cerdán sabía cómo tenía que ser y lo que se esperaba de ella desde que era una niña. Nació en una familia que era testigo de Jehová, en la que, además, su padre tenía uno de los altos cargos de la organización, era anciano. Según su padre, ella tenía que ser un ejemplo para el resto de las personas, debían ser una familia modelo.

Siempre me he sentido como una marioneta“, recuerda Patricia. Los únicos amigos que podía tener debían ser de dentro de la religión. Aunque se le daban bien los deportes, nunca pudo competir. Tampoco podía estar sola con un chico, aunque este también fuera testigo, por ejemplo. Fue así como Patricia, pasando más tiempo con sus amigas, también testigos, se empezó a dar cuenta poco a poco de que le gustaban las mujeres. A los 19 años comenzó a sentir que se le ponía “el corazón a mil” y “la piel de gallina” con otra testigo.

Ella sabía que ese pensamiento dentro de la religión no era aceptado. De hecho, recuerda todas las noches rezarle a Dios para pedirle que pronto conociese a un chico testigo para poder casarse con él y así dejar de sentir lo que sentía. Pero era imposible. Tenía que ser fiel a sus sentimientos.

Poco tiempo después, cuando esa chica se quedó a dormir en su casa, ambas se besaron. Patricia lo recuerda como “¡guau! ¡Increible!”. Sin embargo, su amiga se arrepintió rápidamente. Dentro de la organización, cuando una persona realiza algún pecado, existe un comité judicial formado por los ancianos de la congregación que le hacen preguntas sobre lo que pasó para acabar preguntándole si se arrepiente. Después, ellos deciden si tiene que ser expulsada para que recapacite o tan solo le dan un toque de atención.

Patricia Cerdán tuvo que pasar por tres de estos comités. El primero después del beso con su amiga que le pidió que confesaran. Al año siguiente, se besó con otra testigo, por lo que tuvo que pasar su segundo comité. En ambos solo le dieron toques de atención porque era hija de un anciano. Patricia, al ver que no quería seguir así, decidió huir. Se marchó a Londres.

Sus padres fueron a buscarla para traerla de vuelta. Pero no lo consiguieron. La intentaron tener controlada por otros testigos de Inglaterra, pero Patricia hacía su vida. “No sabía ni quién era, ni qué me gustaba”. Se sentía sin identidad. Tuvo que cambiar hasta de número de teléfono, pero echaba de menos a su familia. Con tal de poder tener una relación con ellos, les prometío que volvería a ir a las reuniones de los testigos allí en Londres, aunque después llevaba una doble vida.

“Yo intento conocer a chicas. Tuve una relación con una, aunque fue un desastre por todo lo que yo tenía metido en mi cabeza y no sabía cómo gestionarme”. Finalmente, sus padres se enteraron de todo y volvieron a Londres a buscarla. Esta vez sí consiguieron traer a Patricia de vuelta a España. Pasó su tercer comité judicial y ahí rompió con todo. Se dio cuenta de que no quería eso en su vida.

Se mudó a Madrid donde la aplicación de Tinder se convirtió en su gran aliada: “Comencé a conocer chicas y a tener citas. Y un día que tenía agendadas dos, una por la tarde y otra por la noche, me enamoré de la chica con la que había quedado de tarde. Ella estaba de vacaciones en Madrid porque era de México y al día siguiente se iba. Me quedé toda la noche con ella y después la llevé al aeropuerto. Me enamoré”. Siguieron hablando y la mujer le compró dos billetes de avión para que fuera a visitarla. Decidió ir, se enamoró del país y se mudó con ella. Lo dejó todo en Madrid y, con el tiempo, llegaron incluso a prometerse. Por cosas de la vida, al final, no pudo ser. Pero Patricia sigue en Madrid, a sus 31 años luchando por la visibilidad del colectivo LGTBIQ+ desde COGAM, asociación de la que forma parte. Por desgracia, sus padres no la apoyaron, y ya hace más de diez años que no sabe nada de ellos, aunque tan solo les separen unos cientos de kilómetros. Ahora, sí se reconoce al espejo y sabe quién es y lo que quiere.

TAGS DE ESTA NOTICIA