14, 15 y 17 años. Cuesta asumir esas edades vinculadas a un asesinato como el ocurrido en Badajoz. Los investigadores hablan de un escenario del crimen sobrecogedor, en el que la violencia descargada sobre la educadora social fue desproporcionada. A Belén Cortés la mataron a golpes y asfixiaron con el único objetivo de quedarse con su coche. ¿Es posible tal desprecio por la vida a edades tan tempranas? ¿Es un caso aislado o estos adolescentes son la punta del iceberg? Para el psicopedagogo César de la Hoz, exdirector de un centro de menores en Guadalajara, la respuesta es clara: “Es totalmente aislado. Con recursos suficientes en el centro, no habría pasado. Si lo trasladamos a la realidad de un instituto de 500 alumnos, con un solo orientador y ningún experto en violencia o mediación, ¿de quién sería la culpa en caso de conflicto? De los adolescentes, seguro que no. De las familias, tampoco”, remata De la Hoz.
Fallan los recursos, falla el sistema. Es la conclusión a la que llegó la Fiscalía General del Estado en su última memoria, cuando alertó del despunte delincuencial entre los más pequeños, con un aumento del 45% de casos de 2022 a 2023 en los que estaban implicados menores de 14 años, y por tanto, no imputables con la ley actual. En ese sentido, en la presentación de la memoria fiscal se habló de la banalización de la violencia para definir la situación actual. En palabras de la abogada y criminóloga Paz Velasco, “no hay un único factor que explique este repunte de la violencia en la última década. Es múltiple: los nuevos entornos digitales, una educación más laxa, el consumo y la accesibilidad a determinado contenido…”. Si nos centramos en el delito, disminuyen los relativos al patrimonio y aumentan las agresiones sexuales. Menos robo y más violencia. Para Velasco, la respuesta social no siempre está a la altura: “En casos así, a veces no somos capaces de medir la peligrosidad real porque lo que tenemos delante es un niño de 15 años”.
¿Lobos con piel de cordero?
Desde El Rafita a Rabadán, pasando por las brujas de San Fernando, en nuestra historia criminal hay un apartado espeluznante, propio de los dos rombos pero protagonizado, precisamente, por menores de 18 años. Como en el caso del autor material de Badajoz, con 37 antecedentes, también los hubo en otras épocas con trayectoria de potenciales asesinos.
El Rafita, los dos Ramones y El Malaguita acumulaban más de 700 denuncias antes de asesinar a Sandra Palo, la joven madrileña de 22 años que tenía una leve discapacidad mental. Ella fue una víctima fortuita; ellos, unos desalmados. La secuestraron, violaron, atropellaron y, finalmente, quemaron viva. El cuerpo lo dejaron en una cuneta de la carretera de Toledo, el 17 de mayo de 2003. Su caso reavivó el debate sobre la Ley del Menor, aprobada tres años antes y que ahora cumple 25 años. El más joven, Rafael García, cometió el crimen siendo un adolescente de 14 años y a los 18 estaba en libertad: ¿por qué tan pronto?, ¿por qué no dejó rastro en su historial delictivo tan macabro crimen?
La oveja negra de la familia
José Rabadán tampoco tiene antecedentes penales a día de hoy, con 41 años. Pero a los 16 cometió uno de los crímenes más atroces que se recuerdan. El 1 de abril del 2000, golpeó más de 70 veces a sus padres y su hermana pequeña de nueve años, que tenía síndrome de Down. Los atacó de madrugada, mientras dormían en su casa de Murcia. Echó mano de una catana y un machete, que guardó bajo su cama: “Cogí la espada con las dos manos, se la puse a mi padre en la cabeza para estudiar el golpe, la levanté y lo golpeé con fuerza. Creo que lo golpeé cinco veces”. Así lo narró a la policía. Aunque años después dio una versión mucho más descafeinada en un documental en el que se presentó como un hombre reinsertado, bróker financiero, casado y con hija. “La catana bajó sola…”, dijo el asesino confeso a la audiencia.
Rabadán inauguró en España el fenómeno de la hibristofilia, la atracción por los criminales. Entre los cientos de jóvenes que le enviaron cartas de admiración a la cárcel, estaban dos chicas, Raquel Cortés e Iria Suárez, dos adolescentes de San Fernando de Cádiz.
Las brujas de San Fernando
Iria y Raquel tenían 16 y 17 años cuando el 27 de mayo del 2000 asesinaron a su amiga Klara García de 32 navajazos y dos golpes contundentes en la cabeza. Luego, le rajaron el cuello. Cuando las detuvieron y reconocieron el crimen, la explicación dejó helados a los investigadores: “Queríamos saber qué se siente al matar”. Recuerden que los tres acusados del crimen de Badajoz, en principio, sólo querían hacerse con el coche de Belén.