“No es un cementerio. Físicamente no había allí tanta gente, es imposible”. Los primeros días tras la DANA letal del 29 de octubre la actualidad informativa tuvo uno de sus focos en el aparcamiento del centro comercial Bonaire, en Aldaia, en la periferia de Valencia. Esta zona había sido una de las más afectadas por las riadas e inundaciones, y en un primer momento se extendió el bulo de que podía haber cientos de fallecidos en su parking.
“No conozco a nadie que suela aparcar en el parking subterráneo, porque el centro comercial tiene espacio de sobra para hacerlo a nivel de calle. Además, es un parking que funciona sin ticket”, explicaba uno de sus trabajadores, desmintiendo la información de Bertrand Ndongo que se extendió por las redes sociales. Artículo14 se trasladó en dos ocasiones al lugar de los hechos y pudo entrevistar al bombero jefe de la inspección de los vehículos, que confirmó: “Hemos evacuado agua porque el acceso era imposible. Más tarde nos han pedido ayuda para hacer una batida por el centro comercial, y hemos revisado todos los sectores y no hemos encontrado ningún cuerpo. Una vez revisados absolutamente todos los sectores, con varias batidas en cada uno, podemos confirmar que no hay cadáveres”, explicaba Rafael Sánchez, portavoz del Consorcio de Bomberos de Huelva, a este periódico.
El 5 de noviembre, el director de la Policía Nacional, Francisco Prado, confirmaba que se trataba de un “bulo” y que “afortunadamente no han aparecido víctimas mortales” en el parking. Así, el caso de los “cientos de cadáveres” quedaba cerrado, y el foco informativo se alejaba de Bonaire. Sin embargo, allí quedaban sus trabajadores, que han denunciado no sólo las consecuencias a las que se enfrentan, sino lo que tuvieron que sufrir aquella fatídica noche.
“La verdad es que el desalojo se hizo horriblemente mal y nos sacaron tardísimo”, señala David, uno de los trabajadores que pasó allí la noche y que prefiere no revelar la tienda en la que trabaja. “Había alerta desde por la mañana, pero es verdad que en Valencia al final hay tantas alertas que todos fuimos a trabajar… A mediodía, sin embargo, nos empezaron a llegar noticias, vimos en redes sociales que todo empezaba a complicarse en otros sitios y algunos empezamos a estar intranquilos”. David, como sus compañeros, se preguntaban ante todo si podrían volver a casa, ya que casi todos dependen de sus coches como medio de transporte. “Es normal que la gente quisiera ir a por su coche, porque si te quedas sin él, ¿cómo te mueves? Pero si llegamos a saber lo que venía, nadie se hubiera movido”.
Durmiendo en el cine o en la terraza
Cuando sonó la alarma en los móviles, ya era tarde. Muchos de los clientes sí consiguieron salir y refugiarse, o quién sabe si quedaron atrapados o fueron arrastrados por las corrientes que ya empezaban a desbordarse de los barrancos. Pero los trabajadores no tuvieron la misma suerte. “Yo trabajo en JD, al lado de Primark. Sabíamos que estaba lloviendo pero no éramos conscientes de lo que estaba sucediendo fuera; dentro de la tienda no tienes ventanas ni forma de ver lo que pasa fuera”, explica uno de los trabajadores de esta tienda deportiva a Artículo14.
“A las 19:30 h. escuchamos gritos, y nos aterrorizamos. ‘¡Que viene el agua, que viene el agua!’. Y gente corriendo por los pasillos. Cuando quisimos salir, ya había agua; esperamos a que se fueran los clientes, cogimos nuestras cosas y decidimos subir a la terraza”, continúa este joven, que confiesa tener ansiedad desde entonces. “Aunque sonaba la alarma, era para evacuar a los clientes; yo, si fuera cliente, habría bajado, pero al ser trabajador, subimos a la terraza, donde éramos unas 350 personas. Después nos abrieron los cines y pudimos estar allí, un poco en shock, y sin saber realmente qué estaba pasando fuera”.
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“Se empezaba a inundar cada vez más y el agua seguía subiendo, aunque no llegamos a temer porque un centro comercial es un espacio amplio y alto. Pero era una sensación de inseguridad…”, continúa. No había cobertura ni forma de comunicarse con el exterior, y tampoco había electricidad. Muchos de los trabajadores coinciden en que el centro comercial debería haber cerrado mucho antes, o directamente no haber abierto si había alerta roja. “Yo ahora mismo no quiero saber nada; sigo quitando barro día tras día, aunque hemos tenido pocos daños, y esa es mi prioridad”.
Además de la petición de cierre, muchos de los trabajadores que se han puesto en contacto con Artículo14 revelan un dato escalofriante: sus jefes o responsables de tienda les pidieron que cerraran la caja antes de evacuar la tienda. Es el caso de Adrián, trabajador de la tienda Guess. “Mi hermana me avisó de que estábamos en alerta roja, pero siguió pasando la tarde, hasta que a las 19:40 h. se fue la luz. Pero aquí en Aldaia no llovía. Cerramos las puertas y los guardias de seguridad nos dijeron que desalojáramos, pero como aún no había saltado la alarma de protección civil, no éramos conscientes del peligro que se acercaba”.
Adrián reitera que nadie les avisó realmente de lo que estaba sucediendo, pero pudieron ver algún vídeo en redes sociales antes de que se fuera del todo la cobertura. “Nos dijeron que antes de cerrar teníamos que cerrar la caja, aunque estuviéramos ya a oscuras. Eso es muy fuerte”, explica, a la vez que condena la “pésima gestión” del desalojo. “Yo creo que sigo en shock. Cuando salí de la tienda vi a gente corriendo, y el agua ya nos cubría los pies. Vi a compañeros que tuvieron que reventar los cristales con extintores”. De hecho, varios vídeos muestran cómo algunos trabajadores sufrieron para salir de sus tiendas una vez llegó el agua.
El miedo a perder el trabajo
“Ya no sólo no dejarnos ir, como a tantos trabajadores que seguro que están en la misma situación que yo. En las horas posteriores, cómo se desarrolló todo, mi jefe se preocupó antes por el dinero, el inventario del local… antes que por la seguridad de sus empleados, el bienestar. Porque al final lo material es secundario”, subraya otra de las trabajadoras, que prefiere mantenerse en el anonimato. Después de todo, los empleados de las distintas tiendas dependen de sus salarios para salir adelante, especialmente en momentos críticos como este.
“Le preguntaron a mi jefa que qué había pasado con el dinero, si había contado la caja o qué había pasado. Y nosotros salimos de allí literalmente corriendo porque teníamos el agua por los tobillos. Yo abandoné allí mi coche a su suerte en el parking y tuvimos que atravesar un río de agua por encima de la cintura para poder ponernos a salvo”, recuerda. Ahora, algunos de los trabajadores, aunque aún en shock o paralizados por el miedo a ser señalados o despedidos, se plantean unirse y denunciar al centro comercial. “La verdad es esta: podríamos haber muerto”.