Aichatou, una niña ciega rescatada por Salvamento Marítimo en la ruta atlántica, llegó a El Hierro en medio de una oleada migratoria que, en solo 24 horas, ha traído a 113 menores a las costas de Canarias, todos en busca de una vida más digna y segura.
La mañana del miércoles 18 de septiembre, el puerto de La Restinga, en la isla de El Hierro, volvió a ser escenario de una llegada más de la interminable ola migratoria que conecta las costas africanas con las islas Canarias. En esta ocasión, entre los más de 50 ocupantes del cayuco que alcanzó la costa herreña, se encontraba Aichatou, una niña mauritana de unos 12 años.
Lo que hace única la historia de Aichatou frente a tantas otras es su discapacidad visual. Según contó su madre a las voluntarias en el CATE de San Andrés, donde fueron trasladadas desde el puerto, la niña nació con visión normal, pero fue a partir de su primer año de vida comenzó a experimentar problemas que con el tiempo derivaron en la ceguera que padece hoy. Envuelta en una manta después de desembarcar en los brazos de uno de los rescatadores, la pequeña no se inmutó ante el bullicio que reinaba en el puerto: los médicos, enfermeras y los voluntarios de Cruz Roja que rápidamente evaluaban a los recién llegados, los agentes de la Policía Nacional y los periodistas que intentaban captar cada detalle de esta nueva historia de sufrimiento y esperanza.
Junto a ella, viajaban su madre y su hermano pequeño, un bebé de tan solo dos años, ambos visiblemente agotados por los días en alta mar. A su madre todavía con la mente puesta en el cayuco le costaba hablar. A través de un joven compañero de viaje que hablaba un español aceptable, reveló que la ceguera de su hija ha sido una realidad que no ha impedido que la niña afronte la vida con una fuerza asombrosa. La familia se embarcó en la travesía desde las costas de Mauritania, dejando atrás su hogar donde la necesidad era el día a día, en busca de una vida digna, como tantas otras personas que han emprendido este viaje en busca de una oportunidad en Europa.
Esas penurias que sufrían fueron las que han llevado a la mujer a arriesgar la vida de sus dos hijos en la ruta migratoria atlántica, una de las más mortíferas del mundo. Lo que es evidente es que el peligroso recorrido no ha sido un obstáculo para quienes, como Aichatou y su familia, anhelan un futuro mejor, lejos de la pobreza y la incertidumbre.
Septiembre ha sido un mes particularmente intenso para la isla de El Hierro, donde se han registrado más de 900 llegadas de personas migrantes, muchas de ellas menores de edad. Las estadísticas son el dato que mide el nivel de crisis humanitaria que se vive en el archipiélago canario. Pero entre los números, las historias humanas, como la de Aichatou, son las que realmente conmueven y muestran el rostro más vulnerable de la migración.
En 2023, más de 5.100 niños y niñas migrantes llegaron a España de forma irregular, con un incremento del 116% respecto al año anterior. La mayoría de estas llegadas se produjeron a través de la ruta migratoria canaria, que es una de las más peligrosas del mundo. Esta tendencia ha continuado en 2024, y solo en los primeros cuatro meses del año, más de 1.500 menores migrantes llegaron a las costas canarias, lo que supone un aumento del 190% en comparación con el mismo periodo del año anterior. La mayoría de estos menores provienen de países como Senegal, Mauritania y Mali, y muchos de ellos no están acompañados, lo que aumenta su vulnerabilidad. Las organizaciones humanitarias de protección a la infancia destacan la importancia de una respuesta integral y coordinada para proteger a estos niños, asegurando su acceso a derechos básicos como la salud y la educación.
La ceguera progresiva de Aichatou planteaba un escenario aún más complejo para una familia que ya vivía en la precariedad. En países como Mauritania, el acceso a atención médica especializada es extremadamente limitado, especialmente en zonas rurales. Esto significa que, en muchas ocasiones, afecciones tratables o evitables pueden convertirse en discapacidades permanentes debido a la falta de diagnósticos tempranos o tratamientos adecuados.
Según la Organización Mundial de la Salud, más de 1.000 millones de personas en todo el mundo padecen deficiencias visuales que podrían haberse evitado o tratado. En un país donde la mayoría de los niños no tiene acceso a una educación inclusiva, la situación de una niña con problemas visuales es aún más alarmante. La falta de recursos y de un sistema educativo adaptado hace que las niñas como Aichatou enfrenten enormes obstáculos para su desarrollo. Sin acceso a atención médica o educación adecuada, la ceguera pudo haber sido una sentencia a una vida de dependencia y marginación en su país de origen.
Las posibles causas de la ceguera de la niña podrían estar vinculadas a enfermedades comunes en África occidental, especialmente en áreas con escasos recursos médicos. Entre ellas, el tracoma es una de las más comunes. Esta infección ocular, que afecta principalmente a niños en comunidades rurales, provoca cicatrices en los párpados que pueden dañar la córnea, llevando a la ceguera si no se trata a tiempo. Otras posibles causas incluyen las cataratas congénitas, que suelen pasar desapercibidas y sin tratamiento en muchos casos debido a la falta de servicios oftalmológicos. Asimismo, enfermedades parasitarias como la oncocercosis, conocida como “ceguera de los ríos”, también son comunes en el área y pueden causar daños irreversibles en los ojos.
Las deficiencias nutricionales, como la falta de vitamina A, son otra razón frecuente para la ceguera infantil en África subsahariana. La pobreza, la falta de acceso a tratamientos médicos y la carencia de recursos terapéuticos agravan estas condiciones, haciendo que, en casos como el de Aichatou, la pérdida de visión se vuelva irreversible.
Ella está ahora en un lugar seguro, pero su viaje aún no ha terminado. El siguiente reto es encontrar para ella una acogida digna, un espacio en el que se sienta protegida y pueda integrarse en una sociedad que debe brindarle las mismas oportunidades que a cualquier otro niño. Esto no será fácil, ya que las personas migrantes como Aichatou y su familia enfrentan múltiples desafíos al llegar a Europa. Por un lado, existe un rechazo por parte de ciertos sectores de la población influenciados por discursos racistas, lo que complica su integración y aceptación en la sociedad. Pero, además, el sistema administrativo encargado de regularizar la situación de los migrantes está desbordado, lo que dificulta aún más ofrecerles soluciones legales rápidas y eficaces.
La historia de Aichatou no solo es la de una niña en busca de una vida mejor, sino también la de otras miles que, como ella, esperan encontrar en Europa no solo seguridad, sino también una oportunidad real de futuro. La protección y el bienestar de los más vulnerables, como son los niños y las niñas, dependen de la capacidad de nuestra sociedad para ofrecerles un entorno que les permita crecer con dignidad y seguridad, más allá de las barreras económicas, legales y culturales.
Aichatou ha logrado lo impensable: sobrevivir a uno de los trayectos más peligrosos del mundo, cruzando un mar que, para ella, siempre ha sido impenetrable. No pudo ver la costa cuando llegó a La Restinga ni los rostros que la esperaban. Sin embargo, en su travesía no solo hay una lucha por la supervivencia, sino un anhelo de cambiar su destino. Cuando Álvaro, el rescatador que la sacó del barco, la tomó en brazos, no solo la alejaba del peligro inmediato del océano, sino que la llevaba hacia una luz, hacia la posibilidad de un futuro mejor.
La acogida de niñas como Aichatou va más allá de brindar un refugio temporal. El verdadero reto es ofrecerles un espacio donde se sientan seguras y donde puedan construir una nueva vida, lejos del miedo y la incertidumbre. La grandeza de una sociedad no se mide solo por su capacidad para proteger, sino por su habilidad para integrar, para ofrecer a los más vulnerables la oportunidad de crecer, de ser parte de algo más grande. Solo cuando convertimos la acogida en un acto de humanidad y solidaridad, podemos decir que hemos cumplido con nuestro deber hacia quienes más lo necesitan.