El negocio de la lana en cifras: la ley SANDACH y la realidad de las artesanas autónomas

Las mujeres que se dedican a la lana denuncian que no llegan a final de mes y pese a ello, “a efectos fiscales se nos achicharra”

María Martínez sigue usando las máquinas tradicionales para trabajar la lana

María Martínez trabaja la lana en sus máquinas tradicionales Cano

Se nos promociona como si fuéramos monos de feria”, protesta María Bulnes, miembro de la Asociación La Hila, ubicada en Polaciones, un pequeño pueblo de Cantabria. A ella y a sus compañeras les invitan asiduamente a ferias con el objetivo de que impartan talleres o muestren cómo hilan la lana. Sin embargo, explica que las personas “no lo valoran”. “Es muy bonito ver hilar, pero no lo entendemos fiscalmente. No generamos riqueza, es un cáncer”, asegura bastante preocupada por la situación que atraviesa actualmente el sector.

Bulnes es autónoma y se dedica a la artesanía, concretamente a trabajar la lana. Su experiencia le ha llevado a ampliar el mercado y a hacer otras piezas más baratas con fieltro dado que la lana es más cara y, por tanto, se vende menos. En ferias, mercados y en expositores que consigue en tiendas con las que colabora, vende sus piezas. Sin embargo, cuenta que no llega a fin de mes.

Ha pasado de hacer jerseys, ponchos y chalecos a gorros y mitones, piezas más asequibles que se puede permitir gran parte de la población. No obstante, Bulnes indica que como no ha venido un invierno frío, tampoco ha vendido mucho material. Sus prendas más grandes como un chaleco o un poncho las vendía a un precio de entre 200 y 300 euros, mientras que los gorros y los mitones no sobrepasan los 30. Sin embargo, a la cántabra también le preocupa cómo cualquier persona puede ir a un bazar y conseguir un gorro o guantes de fibras sintéticas por apenas cinco euros.

Las hilanderas siguen tejiendo con las máquinas tradicionales

Estas mujeres artesanas siguen tejiendo con las máquinas tradicionales

Para ella, “una pieza tejida es un hijo al cien por cien” porque desde que lavan la lana hasta que lo tejen pasa mucho tiempo mientras que lo escarmenan, lo cardan, lo hilan, lo tuercen y lo tiñen. Es por este motivo por el que María Martínez Aceña, otra artesana que trabaja la lana en sus ratos libres, coincide con Bulnes en que no pueden pedir un precio justo para ellas y para la persona que lo vaya a comprar, dado que son muchas horas las que dedican a cada pieza. Tantas, que nunca las llegan a calcular.

Bulnes asegura que los artesanos se van a quedar “como piezas de museo” debido a que “el país no ha sabido entender lo que suponían los gremios artesanales”. Pues la cántabra no comprende cómo su cuota de autónomos es de 300 euros mensuales más la obligatoriedad de declarar el 21% de IVA en cada producto: “A efectos fiscales se nos achicharra. La situación es crítica”, expone. La artesana lamenta la fuga de talento que está habiendo debido a esto. Pues ella conoce casos cercanos de personas “muy buenas” en su trabajo, que dejan de lado la lana por puestos en la hostelería que tienen “garantizados” un sueldo a final de mes: “Es la ley de la supervivencia”.

La ley SANDACH considera la lana un subproducto

A esta difícil situación hay que sumarle la ley SANDACH, una ley que desde el año 2011 que se aprobó considera la lana un subproducto. Denominación que hace más complicado el trabajo de la lana por parte de los artesanos. La ley recoge que los vellones sucios directos de la esquila deben ser transportados a un lavadero industrial en un vehículo que cuente con el certificado requerido para el transporte de este subproducto.

Además, esa ‘lana sucia’ se convierte debido a la legislación en “una carga” para los ganaderos, según la opinión de la artesana, cuando antes “era un recurso económico importantísimo” para ellos. María Martínez también explica que debido a la legislación SANDACH, los ganaderos apenas sacan beneficio de la esquila y la venta de la lana sucia: esquilar una oveja cuesta tres euros de media, mientras que un artesano le paga al ganadero 50 céntimos por kilo de lana y una oveja puede llegar a tener desde dos kilos de lana hasta cinco, de media. Dependiendo de la raza de la que proceda la lana, esta se pagará más o menos. Por ejemplo, la lana de la raza merina sigue siendo la más importante del país. De esta manera, al ganadero le pagarán dos euros por cuatro kilos de lana que puede llegar a tener solo una oveja. Sin embargo, si la esquila le cuesta tres, el ganadero está perdiendo dinero a este respecto.

Los fundadores de dLana, Esther Chamorro y Javier Benito, están muy concienciados en esta problemática a través de su tienda. Por ello, trabajan con “relaciones directas con las ganaderías estableciendo lazos de confianza”. Una vez después de la esquila, son ellos los que se encargan de contratar a una empresa especializada en el transporte de la lana sucia para que la lleven a los lavaderos, donde los vellones pierden la categoría de subproducto. Un proceso que todos los artesanos deben hacer debido a la legislación SANDACH. Ley que Martínez Aceña ve “absurda” dado que, en su opinión, “la mayoría de artesanas no podemos hacer frente a eso”.

La Asociación Atelier ‘Laines d’ Europe’, que tienen miembros repartidos por toda Europa, lucha por devolver a la lana su papel protagonista que tenía hasta hace unos años. De hecho, en nuestro país, la lana merina llegó a ser considerada “el oro blanco de España”, cuenta Martínez Aceña. Esto preocupa a la asociación europea porque, en la actualidad, “la lana representa solamente el 1% del total de las fibras textiles, mientras que las sintéticas han llegado a crecer hasta un 65%”, según denuncia Marie-Thérèse Chaupin, coordinadora de la asociación. Lamenta esta situación porque para ellos, “la lana es una materia prima preciosa y renovable con muchos usos”.

Chamorro y Benito, también forman parte de la asociación europea. Desde su perspectiva ven que “aun queda mucho camino por recorrer para volver a ser una potencia en el mundo de la lana pese a ser el primer productor europeo tras la salida de Reino Unido”. Un objetivo común con Atelier ‘Laines d’ Europe’ es que tratan de “sumar fuerzas para impulsar las lanas europeas en el sector mundial”.

En España, “no se valora” el trabajo de los artesanos

María Bulnes ha tenido la oportunidad de vender sus piezas en ferias dentro de España y en Francia, experiencia que le ha llevado a ver que su trabajo no es “valorado” en nuestro país. “Cuando vamos a Francia, nos va muy bien la venta. Allí somos la ganga. Las que ponemos el precio más barato”, reconoce. Esto ocurre porque, según ella, algo que en España cuesta 30 euros, en Francia pueden llegar a pagar incluso 90 por el mismo producto.

Máquinas tradicionales que tejen lana

Las prendas artesanales conllevan muchas horas de trabajo

Además, también es una cuestión de tradición, cultura y “educación”. Pues asegura que en el país galo, las personas no cuestionan el proceso de una prenda y, por tanto, tampoco su valor económico: “La gente no pregunta. Lo ve, lo distingue y entiende el proceso y la calidad de los materiales que son fibras naturales como lana, lino o seda”. Bulnes cuenta que incluso ha habido personas que han llegado a tratar su trabajo como “manualidades”. Expresión que le duele mucho dado que emplea muchas horas de su tiempo en cada pieza que realiza.

La socia de La Hila no ve solución para la artesanía tal y como están las cosas en la actualidad: “Nos están abocando a ningunear una profesión que viene desde la Edad Media. Una actividad que se desarrolla desde el neolítico”. Además, admite que aunque ha intentado hablar sobre la lana y su trabajo con la consejera de Ganadería y Desarrollo Rural en su momento, no llegaron a un entendimiento porque “yo le hablaba de una materia prima y ella me hablaba de un residuo”.

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