Presentarlas diciendo su edad es necesario para entrar en harina. Y, sin embargo, nos meterá en un charco. El de crear una imagen mental que poco tiene que ver con lo que son. Pero, por algún sitio, hay que empezar y si elegimos hacerlo por las etiquetas, Olga (de 52 años) y Txa (de 58), llevan al menos tres: la de mujeres, la de lesbianas y la de mayores. ¿Discriminación? A ellas les dieron tres tazas.
“Echamos de menos el ver un anuncio, una serie, una película en el que salgan mujeres lesbianas maduras. Esto con los hombres gays es muy diferente. Está por ejemplo Jorge Javier Vázquez, que tiene cincuenta y tantos, que es un hombre maduro y gay, fuera del armario. Ahí hay una referencia. Para nosotras esa referencia no existe”. Quien hace esta reflexión es Txa.
Una historia de amor…
“Estamos solteras, pero por el miedo que nos pueda dar derogaciones de leyes, pues igual eso cambia”, nos cuenta también Txa cuando preguntamos por su estado civil. “Estamos viendo que políticamente, la ultraderecha está abriéndose camino y eso, a nuestro colectivo, por nuestros derechos, nos da un poquito de miedo”. “Sí”, apostilla Olga.“Tenemos una pareja de amigas más mayores que se han casado y nos comentaban que también por eso, porque les está dando mucho miedo el auge de la ultraderecha”. Tras quince años de relación quizá se casen… Por miedo. “Bueno, y un poco por la fiesta también”, bromea Olga.
Su historia de amor es madura. Se conocen, han compartido mucho y han cambiado la una con la otra. Se vieron por primera vez en un club de rugby, pero se enamoraron en el espacio autogestionado de La Karakola, en el barrio madrileño de Lavapiés, unos años después. “Ahí surgió el flechazo”, dice Olga. “El amor”, añade Txa. Ambas ríen y es Olga quien continúa con la historia: “Decidimos empezar con una actividad deportiva en el Casino de la Reina, que era un espacio habitado por hombres, porque era una cancha de fútbol. Ahí coincidimos. Fuimos colonizando y ocupando el espacio público, que era la idea, era la reivindicación política”. “Y en las cañas de después de jugar empezamos a conocernos un poquito mejor y a enamorarnos un poquito la una de la otra”, interviene Txa. “Ahí surgió nuestra historia”, nos cuenta de nuevo Olga. “Un 4 de abril de 2008,2009…”, duda Txa. “De hace 15 años”, completa Olga sonriendo.
Quince años después comparten casa, vida y proyectos. Han adoptado a Chispa, una gata del barrio, quieren viajar, retirarse en su casa de la sierra, recorrer el mundo en furgoneta, adoptar un perro mayor y subir a los picos de montaña más altos de cada Comunidad Autónoma. Tan normal (y tan excepcional) como la historia de cualquier pareja que lleve tres lustros unida. Ellas perciben esa normalidad en el entorno en el que se mueven. Pero saben que es una especie de “burbuja segura”. “Nosotras, en nuestro entorno, no sentimos discriminación porque tiene muchísima representación de mujeres lesbianas”, dice Txa. Pero va más allá. “Vivir en Madrid es otra historia. Yo, que hasta los 16 años me crié en A Coruña, sabía que allí no podía salir del armario. Y si salía del armario se enteraba hasta la última madre. Pero vamos, se enteraban en diez minutos”.
Pero incluso habiendo construido un contexto seguro, tienen amigas que no pueden ser libres, “salir del armario”. Amigas de su edad. “Conocemos gente que no ha podido contarlo en el trabajo, o que son de pueblos más pequeños…”, dice Olga y añade: “Está claro que existe una discriminación a nivel social”. Además, saben que, cuanto más mayores se hacen, más se complican algunas interacciones sociales, incluso dentro de su propio ambiente. “Es difícil encontrar una discoteca en la que haya gente mayor. Si de repente alguien single, una mujer mayor lesbiana quiere salir a tomar algo, le va a ser complicado encontrar una discoteca en la que haya mujeres lesbianas de su edad. Y estamos hablando de Madrid, que fíjate si es grande y debería ser diverso”, nos cuenta Txa. Y añade “En resumen, nos sentimos cero representadas. Cero”.
… Pero no de película
No. No busquen historias como la suya en las tramas principales de las series de éxito. Tampoco en las películas. Ni en los podcast, anuncios, programas de televisión… O quizá sí. Busquen. Hagan el esfuerzo de intentar encontrar en la cultura más comercial historias de mujeres lesbianas mayores. Hay alguna, si, pero no están de forma mayoritaria. No las vemos. Al menos, no fuera de sus entornos seguros. “Respecto a la gente en general se representan dos tipos clarísimos de lesbianas: si eres joven, eres femenina, de pelo largo, vestidito y muy mona. Y si te quieren representar un poquito más mayor ya eres un marimacho, de pelo corto, sin formas finas, trochona y medio camionera”. Quien habla es Txa y lo tiene clarísimo. Si son jóvenes, la mayoría (escasa) de las lesbianas que se representan en los medios buscan gustar a los hombres. Si son mayores (las menos), son camioneras. Aquí, Olga interviene:“Además, cuesta encontrar una representación de mujer lesbiana joven y que no le asocien ningún transtorno… porque claro, si hay un trastorno mental, lo va a tener la lesbiana”.
Se las ha dejado fuera incluso de la polémica. A la hora de hablar o criticar, por ejemplo, los carteles más desafortunados del Orgullo, no son sus voces o sus opiniones las que hemos escuchado de forma mayoritaria. El foco social no está en ellas ni cuando apunta directamente al colectivo. “Los hombres gays maduros están muchísimo menos discriminados que las mujeres”, concluye Txa.