Esquilar, lavar, escarmenar, cardar, hilar, torcer, teñir y tejer. Estos son los ocho pasos que algunas mujeres artesanas siguen practicando día a día con el objetivo de devolverle a la lana el valor y el protagonismo que tenía hasta hace unos años. “La lana de la oveja merina llegó a ser considerada el oro blanco de España”, reconoce con cierta tristeza María Martínez Aceña, una soriana enamorada de sus ovejas que trata de recuperar la memoria de estos antiguos saberes textiles.
Con mucha paciencia y decoro, Martínez Aceña teje con mimo y atención cada calcetín, prendas de indumentaria tradicional soriana y otros pequeños encargos personalizados que le solicitan gente cercana. María no se dedica profesionalmente a esto, aunque un día le encantaría poder hacer de su pasión, su profesión. De momento, ya está en el camino para ello, y aunque no sin dificultades, ha puesto en marcha su asociación llamada La Tarabilla. Su objetivo principal con la misma es el de “divulgar los conocimientos en torno a la lana” a través de charlas, demostraciones y talleres.
Tradición con poco relevo generacional
Martínez Aceña se define como tejedora, hilandera y tintorera natural. Sin embargo, no le resultó sencillo iniciarse en el oficio de la lana. Después de preguntar a muchas mujeres mayores, consideró que estos conocimientos “estaban perdidos”. Así la soriana explica que “desde que el mundo es mundo, este arte se ha ido transmitiendo de madres a hijas. No obstante, si ahora mismo le preguntas a una señora de 80 años, ella ya no recuerda haberlo hecho con sus manos”.
Martínez cree que esto se debe al “cambio de la sociedad”, concretamente a cuando las mujeres “dejaron de tener una vida autosuficiente y ya no se procuraban sus propios abrigos”. Motivo por el cual, estos antiguos saberes textiles se han ido olvidando según su opinión. La soriana no se dio por vencida y después de preguntar a muchas personas, empezó a confeccionar sus primeras piezas con lana: unas muñecas para su hija recién nacida. Así recuerda el momento en el que empezó a trabajar con la lana: “Aunque parezca muy místico, la primera vez que cogí la lana sentí que eso ya lo había hecho otras veces. Creo que las mujeres llevamos este oficio en nuestra memoria genética. Fue una sensación muy curiosa porque sentí que las manos de mis antepasadas, que tantas horas habían pasado trabajando la lana, guiaran las mías en cada paso”.
María Bulnes, miembro de la Asociación La Hila ubicado en Polaciones, un pequeño pueblo del Valle del Nansa, en Cantabria, tiene otra opinión al respecto sobre los conocimientos de la lana. Bulnes creció, corrió y aprendió muchas de las cosas que hoy sabe gracias a sus vecinos. Vivió en la época en la que aun se dejaban las puertas de las casas abiertas y en la que, hasta la llegada de la radio y la televisión, las tardes y las noches se pasaban en ‘la gila’ hilando y escarmenando: “Los críos estábamos tranquilos y calientes encima de la chimenea escarmenando la lana mientras que las madres hilaban. Nosotros no podíamos hilar. Ellas notaban si se lo cogíamos, aunque hiláramos perfectamente”. La gila era en Cantabria lo que el filandón era en Castilla y León o Asturias: una reunión después de cenar alrededor del fuego en la que se juntaban todos los vecinos del pueblo a hablar y pasar el tiempo mientras las mujeres se hacían compañía e hilaban juntas. Un concepto que ahora han vuelto a poner de moda en su tienda los fundadores de dLana, Esther Chamorro y Javier Benito, que organizan encuentros entre mujeres que quieren aprender a tejer.
Desde muy pequeña, María Bulnes creció viendo como las vecinas de su pueblo trabajaban la lana, por lo que, para ella, no fue difícil iniciarse en este oficio: “Nosotras hemos visto tejer toda la vida. Es que para mí es como saber batir un huevo con un tenedor. Me venía de serie”, reconoce. La socia de La Hila también recuerda con sorpresa cómo las mujeres mayores del pueblo reaccionaron cuando les comentaron que se lanzaban al emprendimiento de mano de la lana: “¿Pero vais a volver con lo que cuesta hacer eso?” Pese a su asombro inicial, Bulnes asegura que todas las señoras estaban encantadas de volver a acompañarlas en las distintas tareas que comprende la lana, como escoger los vellones o desfilarlos para que queden de una pieza. De ellas también aprendieron mucho, como la necesidad de saber previamente qué van a tejer para hilar de la manera correcta: “Tú no puedes hilar igual un jersey que unos calcetines que tienen que ser más resistentes”.
María Bulnes, ahora artesana y autónoma, agradece a sus predecesoras el “patrimonio” que les han dejado: “Ellas no eran conscientes, pero su generosidad ha sido inmensa. Ellas siempre decían ‘esto es lo nuestro, que no se pierda’”. Desde aquí, Bulnes también valora que todas estas mujeres hayan sido “un soporte emocional y un soporte de conocimiento”. Sin embargo, no está muy de acuerdo con el régimen de trabajadores autónomos que no está preparado, según su opinión, para los artesanos: “A efectos fiscales se nos achicharra”, asegura. Debido a esto, recuerda que “en la artesanía, el relevo que ha habido ha sido a base de generosidad por transmisión oral regalada”. Afirmación que asegura que nunca ha tenido en cuenta el gobierno en este sector.
Desde la esquila hasta el tejido, pasando por el teñido y el escarmenado
Cada artesana y amante de la lana tiene su manera de obrar. Aunque lo general es que compren los vellones sucios directamente al ganadero, María Aceña, por ejemplo, tiene su propio y pequeño rebaño de ovejas para paliar una parte de ese fin. Aurelio, Estrella, Naomi, Linda Sol, Oreo y Milagritos son las ovejas enanas, de la raza ouessant, que le proporcionan a la soriana cada año una pequeña cantidad de lana en la víspera de San Juan. Lana que después utiliza para dar rienda suelta a su pasión, la artesanía textil y la cultura tradicional, saberes que comparte en su proyecto llamado Merynadas.
En otras épocas del año, María Aceña, al igual que María Bulnes, y Esther Chamorro y Javier Benito, compran los vellones sucios a ganaderos de proximidad. Por ejemplo, Chamorro y Benito están presentes en la esquila para supervisarla y seleccionar los vellones que quieren. Aceña, después de obtener los vellones, trabaja mano con mano con Ramón Cobo, fundador de Wooldreamers, que le permite lavar e hilar una pequeña cantidad de lana. Y Bulnes, por su parte, junto con sus compañeras de asociación, se dividen de manera muy “metódica” las tareas: primero lavan toda la lana, después escarmenan y finalmente cardan e hilan.
Para todos estos pasos se valen de distintas máquinas tradicionales. No es un proceso sencillo el de convertir la lana, pero en palabras de ellos, con la ilusión que sienten por este material, hace que parezca una tarea fácil. La rueca, la tarabilla, el lucet, el huso o la escarmenadora son algunas de las herramientas con las que cuentan estos artesanos para convertir un vellón sucio en un ovillo de lana con el que después podrán tejer a su antojo.
Bulnes teje principalmente gorros y mitones para el invierno que después vende en ferias o en tiendas que muestran su trabajo; los fundadores de dLana, a través de su página web o en su tienda ubicada en El Escorial, además de los ovillos de lana que son su especialidad, venden jerseys, ponchos y bufandas y Aceña, que de momento se dedica a la lana como hobbie, acepta encargos ocasionales de calcetines, aunque lo que más le gusta es poder confeccionar sus propias piezas para el traje tradicional soriano.
Uno de los pasos que suelen llamar más la atención a la hora de trabajar la lana es el teñido de la misma. Estos artesanos no utilizan ningún químico abusivo que ponga en riesgo la materia prima con la que trabajan, sino que usan elementos naturales para conseguir el color deseado. María Aceña revela alguno de sus trucos: la piel de cebolla, para el color naranja; la cochinilla, para tonos rojizos y marrones; el índigo, para azules, y la rubia, para rosas y rojos. Depende de la proporción usada y de los baños que se le de a la lana, puede adquirir una tonalidad u otra. Tintes naturales que pueden ser modificados con otros materiales como hierro o bicarbonato.
La especialidad de Esther Chamorro y Javier Benito en dLana son los ovillos de lana procedentes de rebaños de ovejas merinas o castellanas. Tanto en su tienda online como en su local se pueden encontrar ovillos de todos los colores y tonalidades. Hace ya más de diez años que ambos se lanzaron a esta aventura con el objetivo de “aportar nuestro granito de arena y explorar todas las posibilidades que nos ofrece la lana”.
No son muchas las personas que se dedican a la lana en la actualidad. La vigente legislación SANDACH, que trata la lana como un subproducto desde 2011, tampoco se lo ha puesto fácil a las que aun hoy siguen apostando por el uso de esta materia prima. Desde la Asociación Atelier ‘Laines d’ Europe’, de la que Chamorro y Benito forman parte, intentan “impulsar las lanas europeas dentro del sector mundial”. Esta asociación está formada por más de 300 miembros repartidos por toda Europa y su preocupación es la misma: “La lana solo representa el 1% del total de las fibras textiles”, comenta su coordinadora, Marie-Thérèse Chaupin. Pese a estas dificultades, Martínez Aceña agradece que “cada vez hay más personas, asociaciones y proyectos que se están interesando por la lana”.