El féretro del Papa Francisco, llevado en papamóvil desde la basílica de San Pedro tras el solemne funeral celebrado esta mañana, ha llegado en torno al mediodía a la basílica de Santa María la Mayor para su entierro, cumpliendo así el deseo que dejó escrito en su testamento espiritual: “Quiero ser enterrado en la tierra, de forma sencilla y sin decoración particular”.
El cortejo fúnebre, que por primera vez en la era moderna recorrió las calles del centro de Roma para despedir a un pontífice, avanzó lentamente casi a paso humano, siguiendo la antigua Via Papalis, la procesión que realizaban los papas entre San Pedro y San Juan de Letrán, catedral de la diócesis de Roma. El recorrido atravesó la Via della Conciliazione, Piazza Venezia y Via Nazionale, escoltado por fuerzas de seguridad y en medio de un respetuoso silencio solo roto por aplausos y oraciones. Decenas de miles de personas se congregaron para ofrecer su último adiós al Pontífice argentino, cuya cercanía, insistencia en la misericordia y defensa de los más pobres marcaron su pontificado.

El ataúd, sencillo y de madera, llevaba dentro los objetos personales que Francisco pidió: sus zapatos gastados y su Rosario. Viajó en un papamóvil especialmente adaptado, mientras una vista aérea mostraba la inmensa marea humana congregada desde primera hora en la Plaza de San Pedro y las calles adyacentes.
Al llegar a la basílica de Santa María la Mayor, uno de los templos marianos más emblemáticos de la cristiandad, el féretro fue recibido en la escalinata principal por un grupo especial: cuarenta personas, entre ellas sintecho, inmigrantes, presos en régimen de semi-libertad y miembros de la comunidad trans, todos portando una rosa blanca como signo de respeto. Estos colectivos, símbolo de los “descartados” a los que Francisco dedicó gran parte de su atención, rindieron así su último homenaje al Papa que siempre se mostró cercano a ellos.
Los sediarios pontificios, encargados tradicionales del traslado de féretros papales, recogieron el ataúd del papamóvil y lo llevaron solemnemente al interior de la basílica. El féretro, precedido por el desfile de cardenales, obispos y autoridades vaticanas, fue depositado en uno de los laterales de la iglesia, en una zona discreta cerca de la Capilla Paolina, donde se venera el antiguo icono de la Salus Populi Romani (Protectora del Pueblo Romano), imagen mariana a la que Francisco fue profundamente devoto. La última imagen televisada del funeral fue precisamente la del ataúd de Francisco situado frente al icono mariano, en un momento cargado de recogimiento. A partir de ahí, la ceremonia se volvió estrictamente privada.

La tumba del Papa Francisco se encuentra entre la Capilla Paolina y la tumba de la familia Sforza, siguiendo un deseo explícito suyo de reposar en tierra, bajo una lápida de mármol blanco. Sobre ella sólo figura su nombre papal —FRANCISCUS— y una reproducción agrandada de su sencilla cruz pectoral de plata, que le acompañó durante todo su ministerio. El diseño austero de la tumba refleja el estilo que caracterizó su pontificado: sobrio, cercano y profundamente evangélico.
El entierro se realizó en una ceremonia breve y sin asistencia pública, a la que solo acudieron algunos familiares cercanos, los cardenales más próximos y algunos colaboradores directos de su pontificado. Entre ellos, algunos migrantes, presos, mendigos y desfavorecidos, que han tenido el honor de ser los últimos en despedir a Francisco. El Papa había expresado su voluntad de evitar honores excesivos, siguiendo su línea de humildad y sencillez incluso en la muerte.
Está previsto que a partir de la mañana del domingo, la basílica de Santa María la Mayor reabra sus puertas a los fieles, que podrán visitar la tumba para rendir homenaje al Pontífice que quiso ser, ante todo, “un pastor con olor a oveja”. Se esperan largas colas de peregrinos en los próximos días, en una ciudad que todavía guarda el eco de su última bendición pascual y de su mensaje de esperanza para un mundo necesitado de paz y reconciliación.