Massimo Recalcati y la escuela como vacuna contra el nihilismo

Recalcati destaca la importancia de la escuela e invita a los padres y educadores a acompañar a los adolescentes en la búsqueda de un deseo auténtico

Massimo Recalcati contempla con admiración el edificio del Colegio Reggio, en Madrid. Acompañado por Eva Martín, su directora, se detiene en la biblioteca, el corazón del edificio, un espacio de paso obligado para llegar a las aulas, al patio o el comedor. La ausencia de atajos no es casual, como tampoco lo es cada detalle arquitectónico que capta su atención. Nada está hecho porque sí. Al recorrer las instalaciones, da la impresión de que el arquitecto Andrés Jaque diseñó este templo de la enseñanza -segundo finalista de los prestigiosos premios de arquitectura Mies van der Rohe- con un propósito claro: que los alumnos quisieran quedarse a vivir. Porque más que un colegio, transmite la sensación de hogar.

Aquí la pedagogía se nutre de reflexión. La visita de Recalcati tampoco es casual, ni su presencia un simple acto protocolario. En un mundo donde la incertidumbre parece haberse convertido norma y la ansiedad en idioma común, la visita de este intelectual, que defiende la educación como un acto de resistencia, ha despertado gran interés.

Bajo el título ‘Ley y deseo en la vida del adolescente’, Recalcati convierte lo que podría haber sido una conferencia académica en un ejercicio de pensamiento vivo. No se trata de una lección magistral, sino de una conversación abierta, una interacción en la que los asistentes se convierten en coautores del discurso. Y ahí radica la clave: la educación no es una escalera, sino un encuentro.

Massimo Recalcati frente al edificio del Colegio Reggio, en Madrid.

Su definición de la escuela como “vacuna” contra el nihilismo moderno no podría ser más precisa. Vivimos tiempos de fundamentalismos, de guerras, de tecnologías que nos conectan y, a la vez, nos aíslan. La educación, sostiene Recalcati, es el último bastión contra la devastación de la diversidad, contra la imposición de una única manera de estar en el mundo. “Los colegios enseñan que no existe un solo lenguaje, que no hay una sola manera de ser”, afirma, subrayando la importancia del pluralismo frente a un viento ideológico que sopla con demasiada fuerza desde ciertas latitudes.

Recalcati, que lleva décadas llevando el psicoanálisis a las calles, a los hospitales y ahora también a las escuelas, no es un conferenciante al uso. Su discurso está impregnado de referencias filosóficas, pero también de un pragmatismo que lo hace accesible. Cita a Gilles Deleuze para advertirnos que “no hay peor pesadilla que vivir el sueño del otro“, y a partir de ahí, construye toda una teoría sobre la adolescencia y el deseo.

Según el psicoanalista, la juventud de hoy no está perdida, sino carente de deseo. La toxicomanía, la hiperconectividad, el aislamiento, no son más que síntomas de una crisis más profunda: la incapacidad de entender que el deseo no es capricho, sino necesidad.

En una sociedad obsesionada con el goce inmediato y el todo es posible, Recalcati plantea un contrapunto fundamental: “El deseo solo existe si sabemos que no todo es posible. Los adolescentes tienen que encontrar su deseo, el fuego que encienda su vida“. Un recordatorio necesario en un mundo donde la frustración parece haber sido fulminada.

Pero el deseo no surge en el vacío. Padres y educadores juegan un papel crucial. “El niño no es un caballo que hay que entrenar al trote y al galope”, dice entre risas, desmitificando la idea de que criar es un proceso predecible con resultados garantizados. “Educar no es programar, sino acompañar“. Y en ese acompañamiento, insiste, es fundamental enseñar a los jóvenes a convivir con sus propias carencias. “Hay que aprender a ser amigos de la propia falta”, lanza como una de sus frases lapidarias.

Quizá uno de los puntos más provocadores de su intervención sea su visión del abandono como un destino necesario. En una época donde la sobreprotección parental es moneda corriente, Recalcati advierte sobre los peligros de no soltar a los hijos. “Una vida sana es aquella que es coherente con su propio deseo”, sentencia, dejando claro que el mayor error de los padres es querer garantizar la felicidad de sus hijos. No es una postura cómoda, pero sí una profundamente realista.

Padres y profesores participan, preguntan, debaten. La media hora prometida se alarga en varias horas de pensamiento compartido. Recalcati no impone, propone. No adoctrina, invita a la reflexión. Y cuando finalmente se despide, no lo hace con solemnidad, sino con la serenidad de quien ha sembrado una idea y confía en su germinación.