Agotadas, histéricas y -reconozcámoslo- amargadas. Así hemos llegado muchas madres a los festivales de fin de curso de nuestras hijas e hijos. Y sólo es junio. Por delante, tres meses sin colegio y mucho (¿demasiado?) tiempo libre para ellos. Hoy empiezan Los juegos de la conciliación. Edición especial verano. Un juego con poca -ninguna- gracia del que sólo esperamos salir airosas, asumiendo ya de inicio, que aquí nadie saldrá vencedora. Tampoco cuenten con poder sacar el famoso comodín, ese que nos dan con el carné de madre, ese ‘¿a que voy yo y lo encuentro?’ Olvídense.
En este juego de la conciliación todas perdemos. Asúmanlo. Por muchas vueltas que le demos, NO hay opciones. Si la lotería de invierno son el Gordo y el Niño, la de verano son las abuelas y los abuelos. Ni ellas ni ellos entienden de jornada intensiva. Nadie trabajará más que nuestros mayores en los próximos tres meses. “Y las que no los tienen, se ven obligadas a pedir excedencias o permisos sin sueldo, para poder ocuparse de sus hijos en verano. Otras, compaginan sus vacaciones con las de sus parejas”, apunta Laura Baena, Fundadora del Club de Malasmadres.
Los campamentos públicos son casi inexistentes, y los privados cuestan de media entre 200 y 400 euros a la semana. Hagan sus cuentas si tienen más de un hijo. “Los campamentos son un privilegio pagado. Conozco a madres que han hecho turnos por la noche para conseguir una plaza en un campamento público, porque son los menos”, añade Baena. Ríanse de las colas para ver a Taylor Swift. Baena habla de las colas de la desesperación, y éstas sí que dan para ponerse pañal, porque solo al pensarlo, el cuerpo se desmorona.
Y es en ese momento, cuando tu vida es más frágil que un castillo de arena, es cuando asoma la patita de la ansiedad. “Y aparece el mal humor, la poca paciencia con los hijos, la culpa, el insomnio, la sensación de estar siempre nerviosa, estar siempre en alerta, el cansancio extremo, preocuparse demasiado por las cosas, dificultades para tomar buenas decisiones”, cuenta Sonia, experta en educación emocional.
Marisa es comercial y madre de dos niños de cinco y ocho años. “El estrés logístico es lo que más me afecta”, confiesa. Un estrés que, dice, empieza en enero, mucho antes de las vacaciones. “Por lo que cuando llegan estos meses, yo ya estoy agotada”. Es el peso de las cargas invisibles. Transparentes para ellos y más negras que el carbón, para nosotras. “En la mayoría de las familias esta gestión y organización parte de la mujer. Aunque luego sea otra persona quien lleve al niño al campamento, es la madre quien organiza todas estas tareas y quien las distribuye dentro del planning familiar. Y esto nos genera un estrés en el que, si nosotras fallamos, todos los eslabones, que van unos con otros atados, fallan”, apunta Alejandra Melús, experta en acompañamiento emocional.
Imaginen una mochila dura como el acero, pero más pesada, colgando siempre de nuestra espalda. Ábranla y metan, además, las toallas, la sombrilla, las gafas de buceo y el libro que probablemente pasearán todo el verano y del que no leerán ni dos capítulos. “Nadie nos lo agradece, nadie lo valora, no es visible porque es lo esperado, es lo que se espera de nosotras, que seamos la agenda de toda la familia”, añade Melús.
El verano pinta negro y no pretendo coloreárselo. Pero, haciendo gala de nuestra sororidad, queremos compartir aquí algunos consejos para sobrevivir al estrés y reducir la ansiedad durante los próximos tres meses.
- Anticípese: Organizar un horario y unas rutinas relajadas ayudará a dar seguridad en casa y mantendrá la tranquilad en el ambiente.
- Baje el ritmo: El verano tiene que ser un momento para hacer las cosas sin prisa, con un horario más laxo donde reduzcamos los niveles de exigencia.
- Reparta responsabilidades: Los niños deben sentir que son una parte muy importante del núcleo familiar. Su ayuda, su colaboración, es imprescindible para que la familia sea un equipo y funcione correctamente.
- Valide sus emociones: Acepte que muchas veces la culpa, la ansiedad o el estrés son emociones incómodas que no se pueden eliminar, pero identificarlas y validarlas le ayudará a aprender a manejarlas y disminuirán sus niveles.
- Promueva su autocuidado: Priorice su espacio vital y en casa. El día tiene muchas horas y es importante que parte de ellas se las dedique a cultivar su propio ocio y disfrute.
- Apóyese en su red: Pida ayuda a familiares o a su red de madres y padres para que puedan echarle una mano.
Si gracias a estos consejos, en septiembre, aún no ha gritado eso de ‘¡qué ganas tengo de que volváis al cole!’, este artículo habrá cumplido con su propósito.