Madres contra la droga: “Ahora nos tratan de usted, pero entonces éramos locas”

Su hijo habría cumplido 58 años de no habérselo llevado un “mal viaje” de heroína. Elvira luchó por evitarlo, como tantas otras madres que plantaron cara a los narcos gallegos al grito de Érguete

“¿Y si nos llamamos Érguete?”, le dijo a Elvira Vázquez su amiga y mano derecha, su compañera de batallas, Carmen Avendaño. Érguete, levántate en gallego. Buscaban un nombre para esa asociación de madres que no paraba de crecer en la ciudad de Vigo, a mediados de los ochenta, y al albor de una droga -la heroína– que estaba minando sus familias, atrapando a cientos de jóvenes que eran sus hijos. “Casi todas las madres fundadoras perdimos a uno o dos hijos”, se lamenta Elvira, “algunos siguen vivos, pero de aquella manera”.

Su voz es la de una pionera. Hace cuarenta años, ella y Carmen pusieron en marcha un proyecto, fruto de la necesidad, porque ambas buscaban respuestas para una misma pregunta: ¿cómo puedo sacar a mi hijo de la droga, cómo salvarlo? Y en esas se reencontraron. Nacidas el mismo año, se conocieron en la Escuela de Comercio y del 85 hasta aquí han compartido lucha, penurias y alegrías. A sus 79 años, Carmen aún conserva la energía, pero Elvira es la memoria. Juntas fueron el motor de un movimiento que engrasaron otras tantas madres: “Dora, Carmen, Fina… hasta siete mujeres más y un hombre. Había padres, pero las que salíamos cada día a la calle éramos las madres. Qué voy a decir: que no teníamos otra. Cada vez que sabíamos que alguien suministraba droga allí que nos íbamos a cantar a la puerta del local, el salón de juegos o lo que fuera, hasta que lográbamos que cerrasen aunque fuera por aburrimiento”, ríe y prosigue: “Los derrotábamos por insistencia. Yo le dejaba el recado a mi marido de que había ido a tal o cual sitio, por si al volver del trabajo no me encontraba”.

Todas madres y amas de casa. “Guerreras, nos llaman”. Lo dice con orgullo. Acaban de darles el premio a viguesas distinguidas, “bien merecido porque la lucha fue muy grande. No pude ni contener las lágrimas al recibirlo”. Mucho ha cambiado desde aquellos inicios en los que las trataban de locas. De ahí el cántico que aún tararea Elvira: “No somos locas ni terroristas, somos madres muy realistas. El pazo de Baión te vamos a quitar para que nuestros hijos te puedan cuidar”. Cumplir ese objetivo, el de quitarle la casa a un narco como Laureano Oubiña es, sin duda, el que siente como el mayor logro: “Fue una cosa que se nos metió en la cabeza, y dale dale dale hasta que lo logramos. Las más jóvenes de Érguete se subieron a las vallas del pazo, con la policía mirándonos sin impedirlo, porque nos apoyaban. Ellos también tenían hijos metidos en la droga”.

“¡Basta ya!”, gritaron aquel 13 de diciembre de 1994 en el que el mundo entero comprobó hasta dónde estaban dispuestas a llegar al verlas zarandear el portón de la finca propiedad del conocido narcotraficante gallego, al que un año después se la embargaron tras ser condenado en la Operación Nécora. En ese juicio también estuvo Elvira con el resto de madres-azote de narcos: “Todavía recuerdo a Oubiña mirándonos desde el banquillo como si nosotras fuéramos las culpables y haciéndonos la seña de que nos iba a cortar el cuello, mientras se pasaba el dedo por la garganta. Pero es lo que tocaba. Teníamos que estar delante de toda esa gentuza. Íbamos a todos los juicios que podíamos y hemos visto de todo, incluso a sacerdotes quitarse el alzacuellos para declarar a favor de narcos”. Lo que no esperaba Elvira era ver tantas décadas después a Oubiña vendiendo su libro de pueblo en pueblo, ”con su petate y su mesita, trastornado perdido, incluso por romerías. Alguna madre de Érguete se lo ha tirado al suelo sin que él se inmute siquiera”. A ella no cree que el narco la reconociera a día de hoy. Elvira sigue deseándole lo peor.

”Yo lo he visto todo y lo he vivido amargamente”, resume en esta larga mirada atrás. Casada, con dos hijos, la droga le mató al pequeño –Daniel, de 31 años- dejándole una nieta que es como su hija. Por él nació Érguete. “Yo le veía meterse en el baño y salir como si tal cosa. Pero oía el ruido del papel de plata y olía lo que quemaba, aunque abriera la ventana. Hasta que un día me harté y lo eché de casa. Le dije que cuando quisiera ayuda que me llamara, y una tarde al volver de una guardia me lo encontré sentado en la escalerita del entresuelo, esperándome. Fue una bendición. Lo mandamos a una clínica de desintoxicación en Madrid. Aún recuerdo que lo metimos en el tren con dos cocacolas y un bocadillo, y volvió a los dos años, fantástico. Luego se se le volvió a cruzar la droga y todo se fastidió. Murió de un mal viaje, aunque siempre he dicho que me lo mataron porque se la dieron adulterada”.

Elvira no perdona. Le queda la satisfacción de las batallas ganadas, pero lamenta que la guerra contra el narco siga, y que sea más silenciosa: “Ya no se sale a la calle como antes. Nosotras salíamos de casa con nuestras sábanas pintadas, silbatos y cacerolas, lo que fuera para hacer ruido. En el 94 colapsamos Vigo con una manifestación grandísima”, destaca orgullosa. Ya no eran locas, las trataban de usted por plantarle cara a los señores de la droga. Por eso no le sorprende tanto que aún haya narcotraficantes como consumidores: “No entiendo por qué se enganchan, con la información que hay ahora, no como cuando nuestros hijos no sabían que lo que se metían los destruiría”. Se queda con que al menos, gracias al trabajo de Érguete, los de ahora tienen pisos tutelados y psicólogos que no había cuando ellas empezaron su lucha. “Nada fue en balde”.

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