Con una cinta métrica colgada del cuello y un dedal en el dedo, Rainiero Mancinelli desliza la aguja con paciencia sobre una sotana negra ribeteada en rojo, destinada a un cardenal que pronto participará en el cónclave. “Lleva dos o tres días hacer un traje: tomar las medidas, cortar y ponerlo todo junto”. En el corazón de Borgo Pio, a escasos pasos del Vaticano, se encuentra su sastrería, un establecimiento que desde 1962 viste a los más altos dignatarios de la Iglesia católica. A sus 86 años, Mancinelli continúa confeccionando a mano las vestiduras que portan cardenales y papas, manteniendo viva una tradición que combina arte, fe y precisión.
La tienda, repleta de cálices, anillos, rosarios y tocados bordados, es también una cápsula del tiempo. En la trastienda, una antigua máquina de coser Necchi, tijeras de hierro y mapas del Vaticano conviven con telas encarnadas y bordes dorados. Allí confecciona todo tipo de vestimentas: desde sotanas hasta roquetes de encaje, mucetas, birretas o los cinturones morados que identifican a los obispos. Las antiguas sedas han dejado paso a lanas más ligeras, prácticas y accesibles. “Antes, una sotana costaba mucho más. Hoy ronda los 200 euros, pero todo depende de los detalles”, explica mientras sujeta una botonadura con alfileres. Pese a los cambios en la moda eclesiástica, Mancinelli mantiene intacta la dignidad de su oficio: “Todo se hace a mano, como antes. Esa es la diferencia”.
“Empecé a trabajar aquí cuando tenía 12 o 13 años”, recuerda Mancinelli para Artículo14, cuya tienda ha sido testigo de la evolución del Vaticano durante más de seis décadas. Su relación con el Papa Francisco fue especialmente cercana: “Lo conocí muy bien porque le hice las sotanas y después tuve una relación bastante amigable con él. Era bastante armonioso y simpático. Bromeábamos… Y como Papa era bastante bueno”, comenta con una sonrisa.
La sastrería de Mancinelli es un lugar donde la tradición y la devoción se entrelazan. “Se fían de mí y sé lo que debo hacer, dependiendo de dónde vivan, del clima, de sus posibilidades económicas”, explica el sastre, quien ha trabajado bajo siete pontífices. Su taller, asistido por su hija y su nieto, es un rincón donde el tiempo parece haberse detenido, con máquinas de coser antiguas y fotografías enmarcadas que narran su historia. En algunas de ellas aparece Raniero con Juan Pablo II o Benedicto XVI. “Cada Papa ha tenido su particularidad… y su misión”, afirma.
Vestir a un cardenal no es tarea sencilla ni económica. El atuendo completo puede superar los 90.000 euros, incluyendo la sotana roja (800 euros); el roquete, que es como el alba pero más corta (hasta 2.000 euros si es bordado a mano); la mozzetta, la capa corta que cubre los hombros (300 euros); la fascia roja o faja (250 euros); el zucchetto, el solideo pequeño que cubre la coronilla (50 euros); la birreta, el bonete cuadrangular (150 euros); los calcetines rojos (20 euros el par), y la camisa blanca con puños para gemelos (50 euros). A esto se suman el anillo cardenalicio (1.500 euros) y la mitra blanca damascada (1.000 euros), donados por el Papa y la Oficina de Celebraciones Litúrgicas, respectivamente .
Durante los días previos a un cónclave, la sastrería de Mancinelli se convierte en un hervidero de actividad. “Vienen a menudo. Además, ahora mismo se están preparando para el cónclave, por lo que llegan cada vez más”, señala. Aunque muchos acuden por necesidad, otros lo hacen por afecto: “Vienen también a saludarme, porque los conozco mucho, y aunque vengan de distintas partes del mundo vienen siempre a saludarme, lo que me hace muy feliz. Es una cosa muy agradable”.
A pesar de su cercanía con muchos cardenales, Mancinelli guarda con discreción sus preferencias: “Mi preferido no se puede saber, es un secreto personal”, afirma con una sonrisa enigmática. La labor de Mancinelli trasciende la mera confección de vestiduras; es un testimonio viviente de la historia del Vaticano y de la dedicación artesanal que perdura en tiempos modernos. Su sastrería no solo viste a los líderes de la Iglesia, sino que también preserva una tradición que combina fe, arte y humanidad.