Los baby boomers, aquellos que ahora tienen entre 60 y 78 años -y suman 270 millones de personas en los países ricos-, están forrados. Lo explico. En Estados Unidos -donde se creyeron aquello del sueño americano y prosperaron- controlan un 52% de la riqueza, unos 76 billones de dólares. Allí los boomers representan el 20% de la población. No todos son ricos, pero casi. Han acumulado y engrosado su patrimonio y cuentas corrientes gracias a una combinación de tipos de interés decrecientes e ingresos elevados -porque hubo un tiempo en el que las empresas pagaban bien-.
En España la generación boomer representa el 26% de la población. Nacieron en una dictadura, vieron nacer una democracia, experimentaron el desarrollo económico de un país y se enriquecieron durante su ciclo vital. Su fortuna está concentrada en el ladrillo. Según un estudio de CaixaBank Research, aproximadamente el 77% de los hogares con un cabeza de familia de 46 a 64 años, poseía en 2020 una vivienda principal en propiedad y la mitad poseen además otras propiedades inmobiliarias. Ya saben, la fiebre del ladrillo español.
Nuestros boomers han vivido como han querido. Han gastado y acumulado. Pero ahora que se jubilan, cierran el puño. No se gastan lo que tienen sino que intentan preservarlo o aumentarlo. Los boomers se han vuelto “tacaños” -así lo reflejan los datos-. Una epidemia, la del puño cerrado, que se ha extendido por todo el mundo. “La voluntad de dejar patrimonio a los hijos, la pandemia y el ahorro para cuando necesiten asistencia médica explican por qué los jubilados gastan poco en los países ricos”, explica el analista financiero Franco Macchiavelli.
Por ejemplo, Italia y Japón son dos de los países más envejecidos del mundo. Han tenido inflaciones y tipos de interés muy bajos durante años. Los boomers japoneses gastan anualmente entre un 1% y un 3% de su riqueza y muchos mueren siendo ricos. En Italia, el 40% de los jubilados siguen acumulando activos. En Estados Unidos -ya con los sueños alcanzados- ahorran un 1% de renta desde 2015. Antes, a mediados de los 90, gastaban un 10% más de lo que ingresaban y tiraban de patrimonio. En Australia, a principios de los 2000, la gente de más de 65 años no ahorraba nada. En 2023, sin embargo, han ahorrado el 14% de sus ingresos. En Alemania, entre 2017 y 2022, la tasa de ahorro de los jubilados creció del 17 al 22%. Sus decisiones de consumo tienen una influencia enorme sobre el crecimiento económico global, la inflación y los tipos de interés.
En los cruceros en los que se bebían los gin-tonics al sol -y se fundían la pasta- les echan de menos. También los restaurantes. En 2022 los boomers americanos gastaron un 18% menos comiendo fuera de casa que en 2019. En Italia, el gasto de los jubilados cayó un 23%. “La inflación ha dinamitado su poder adquisitivo”. Muchos han ahorrado al contado y ahora se encuentran con un problemón “porque pueden perder un 20% de poder adquisitivo en los próximos años”, apunta Macchiavelli. Una inflación acumulativa que se ha cebado especialmente con los que han ahorrado bajo el colchón.
El economista Gonzalo Bernardos recuerda que muchos boomers se han criado en la austeridad. “No necesitan tanto para vivir y tienen miedo a gastar porque cada vez viven más y creen que los ahorros no les serán suficiente”, señala. Ahora pueden viajar más, disponen del tiempo, pero prefieren pagar las deudas de los hijos y las extraescolares de los nietos.
Carlos Giménez, editor jubilado, ganaba algo más de cuatro millones de pesetas al mes -unos 24.000 euros mensuales- de los 30 a los 60 años. Un salario que pronto le permitió comprar una vivienda en Barcelona -recién cumplidos los 30- y otra en Madrid. También varios coches. Para él y para sus dos hijas. Y viajar por todo el mundo. “He vivido como he querido”, confiesa. Y añade: “Soy de los que he preferido darles a mis hijas el dinero en vida”. Ahora, con 70 más IVA, “hemos bajado el nivel y nos hemos tenido que reprimir más porque la familia ha crecido, siempre hay gastos y no es la solvencia de antes”, apunta. Él y su mujer han racionado los viajes. “Si antes hacíamos tres viajes internacionales, ahora hacemos uno”. Pero siguen saliendo a cenar. “Tenemos buenos ahorros y guardo un comodín; la casa en la que vivimos. Siempre podemos venderla e irnos a un sitio más pequeño”.
Con más de setenta años, Alejandro Bes -dos hijas y cinco nietos-, ha vivido las estrecheces de la posguerra, la pequeña prosperidad de los sesenta, la alegría económica de los ochenta, el pleno empleo de los noventa y “el actual desmoronamiento del estado del bienestar”, apunta. “Supe lo que fueron el primer coche, el primer piso de alquiler, el pluriempleo, los créditos y las hipotecas a precios asequibles, los buenos colegios para mis hijas, los viajes lejanos y largas vacaciones, las segundas y terceras residencias hasta que llegaron las crisis económicas, el estallido de las burbujas, las inflaciones y la pérdida de poder adquisitivo”, lamenta. “Y pasamos de vivir como ricos -sin serlo-, y de tener personas de servicio en casa, a ser personas al servicio de nuestros hijos y nietos”. Con una pensión digna, confiesa, cubre la hipoteca de las hijas, siete aniversarios, siete santos, regalos de Santa Claus, Reyes Magos, ropa, caprichos, viajes para visitarles y el mantenimiento de la casa familiar. “No es una queja, es la alegría de poder pagarlo y de vivir para contarlo”, añade.
¿Cómo se consigue? “Cómo decía un conde que acabó casi en la pobreza, todo patrimonio es sostenible hasta la ruina de su propietario”. Así que para evitarla -Bes y su mujer- pusieron fin a los viajes de placer, a las largas vacaciones y a estrenar coche nuevo cada cuatro años. Cambiaron la carta de los restaurantes por el menú del día. Pasaron de platea al gallinero. De clase preferente a líneas de bajo coste. “Se trata de acostumbrarse, peor lo pasaron mis abuelos y mis padres cuando la guerra y la posguerra”, matiza. “Creímos que nuestros hijos y nietos vivirían mejor que nosotros y ha resultado que aún nos necesitan”.
Nuestros boomers han cerrado el puño para consumo propio, pero lo abren cada día para sostenernos con sus ahorros y sus pensiones. Su herencia supondrá la mayor transferencia de recursos de la historia entre generaciones. Las estimaciones apuntan a un traspaso billonario que podría triplicar el PIB actual de España. Una Gran Sucesión que empezará a producirse allá por 2040.