El Carnaval de Cádiz ha sido, históricamente, un refugio de libertad y una trinchera desde la que el pueblo ha alzado su voz contra las injusticias. Sin embargo, esa libertad no ha sido igualitaria. Durante décadas, las mujeres han tenido que abrirse paso en un espacio que, aunque combativo en sus letras, ha replicado estructuras patriarcales que las han relegado a un papel secundario.
Su presencia en la autoría de agrupaciones ha sido escasa y, cuando han asumido el reto de escribir y componer, han enfrentado un escrutinio más severo que sus compañeros varones.
A esto se suma una censura sutil pero persistente: las coplas más incómodas, aquellas que desafían el orden establecido y cuestionan los privilegios de quienes ostentan el poder—también dentro del propio Carnaval—, han encontrado trabas cuando el jurado no comparte su mensaje. Porque, aunque el Falla ha sido escenario de algunas de las críticas más feroces al sistema, la vara de medir nunca ha sido la misma para todas las voces.
Durante décadas, la voz de las mujeres ha sido minoritaria en la autoría de agrupaciones, y las letras más combativas han encontrado barreras sutiles cuando su discurso incomoda a quienes deciden qué se premia y qué no.
La Valla, la comparsa creada por la gaditana Marta Ortiz, ha consolidado a su autora como una de las voces femeninas más destacadas del Carnaval. En un espacio históricamente dominado por hombres, Ortiz ha logrado llevar al Gran Teatro Falla uno de los repertorios más comprometidos y descarnados de la edición de 2025 del Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas (COAC 2025).
Sobre el escenario, una estructura metálica representaba la frontera tangible que enfrentan quienes intentan cruzar a Europa en busca de una vida digna. Bien podía ser la valla de Ceuta o la de Melilla, esas cicatrices de alambre y concertinas que separan continentes y condenan al exilio a miles de personas. Pero La Valla era mucho más que un símbolo material: se erigía como una metáfora de todas las fronteras—geográficas, políticas y culturales—que perpetúan la desigualdad y discriminan a las personas por su origen, su color de piel y, en el caso de las mujeres migrantes, por su género, exponiéndolas a una doble vulnerabilidad en su tránsito hacia un destino incierto.
“La Valla surge principalmente inspirada en mi cuñada, que es trabajadora social especializada en trata y ha trabajado, y sigue trabajando, en Cruz Roja durante muchísimos años. A raíz de nuestras charlas, de las sobremesas con ella, de escuchar sus testimonios, me fui acercando mucho al drama migratorio”.
Para Marta, el tema era “muy espinoso y tenía que tratarlo con el máximo respeto y conocimiento”. “Empecé a documentarme, a ver documentales, a hacer entrevistas y, sobre todo, a empaparme del trabajo de la activista Elena Maleno. Su libro Mujer de Frontera fue una referencia fundamental para mí, además de otros artículos y libros que consulté”, explica.
El propio nombre de la comparsa, La Valla, tiene una carga simbólica muy fuerte. ¿Por qué elegir ese concepto? “La valla, al final, es eso, ¿no? Tenía claro que giraría en torno a las migraciones porque la valla no es solo la valla física europea—hay muchas vallas—, pero yo quise centrarme en esa. También está la valla metafórica, esa barrera con la que se encuentran los hombres y mujeres al llegar. A esa barrera se suma también la patriarcal, claro. Entonces, sí, tenía claro que ese sería el hilo conductor.La valla que presentamos en el escenario ha sido realizada por un artista artesano de Barbate llamado Joco. Él se encargó de darle la forma más parecida a la real. Luego, el ciclorama con el desierto y el mar reforzó mucho la puesta en escena de la actuación”, explica.
Ya desde las fases preliminares del certamen, la agrupación de mujeres, se convirtió en una de las más comentadas del concurso. Su puesta en escena fue impactante y su mensaje no dejó espacio para la indiferencia: la tragedia de las mujeres migrantes, la violencia que sufren en su viaje y el racismo institucional que las condena al olvido.
“Claro que es un canto contra el racismo”, afirma Marta Ortiz. “El color de piel determina cómo se perciben y se tratan las migraciones en esta sociedad. Hay emigrantes de primera y emigrantes de segunda. No hay más que ver quién se hace cargo de los trabajos de mierda que nadie quiere. La fresa en Huelva, los invernaderos de Almería, en fin, todo este tipo de labores. Nos hemos preocupado mucho en no caer en blackface ni en estereotipos, porque el canto que hacemos va de la mano del antirracismo”, asegura contundente la autora.
Más allá del impacto de su propuesta artística, La Valla ha puesto sobre la mesa cuestiones que trascienden el propio concurso: la falta de reconocimiento a las agrupaciones femeninas y la existencia de sesgos ideológicos dentro del jurado que pueden condicionar las puntuaciones de las comparsas más reivindicativas.
La lucha de las mujeres en el Carnaval de Cádiz: una historia de obstáculos
El Carnaval de Cádiz ha sido tradicionalmente un espacio dominado por hombres, tanto en la autoría como en la interpretación. Durante años, las mujeres solo participaron como espectadoras o formando parte de agrupaciones infantiles y coros mixtos, pero su presencia en las comparsas y chirigotas ha sido históricamente anecdótica.
La primera comparsa femenina en pisar el Falla fue Las Chicas de Cádiz en 1980, dirigida por Ana Barceló. En los años siguientes, otras agrupaciones como Las Brujas Piti (1981) o Las Musas de Andalucía (1982) lograron hacerse un hueco en un certamen donde las mujeres tenían que demostrar el doble para obtener la mitad del reconocimiento. Sin embargo, la primera comparsa íntegramente femenina en alcanzar unas semifinales del COAC no llegó hasta 2007 con “Las que Faltaban”.
Desde entonces, la presencia de mujeres ha ido creciendo, pero de manera muy lenta. “La evolución ha sido muy paulatina”, señala Marta Ortiz. “Hoy somos más que antes, pero aún somos muy pocas. Apenas tres o cuatro autoras en el concurso, y yo soy la única que ha hecho un repertorio completo de música y letra para una comparsa”.
En el concurso, las mujeres han logrado plena aceptación como intérpretes, pero no ocurre lo mismo cuando intentan abrirse camino como autoras. “Nos aceptan con unanimidad cuando cantamos, pero cuando una mujer se arroga el derecho a escribir su propio argumento, ahí ya hay lagunas”, denuncia Ortiz.
El jurado y el sesgo ideológico: la censura silenciosa
Para Ortiz, el Carnaval de Cádiz ha sido siempre de izquierdas. “No es una opinión, es su esencia. Es el canto del pueblo a los poderosos”, explica. “Es la gente de abajo pidiendo los derechos. Por eso, cuando las letras son demasiado incómodas para ciertos sectores, el castigo no es la censura explícita, sino la penalización silenciosa”.
Durante el franquismo, el Carnaval fue prohibido y solo pudo recuperarse con la denominación de “Fiestas Típicas Gaditanas”. Las letras debían pasar por una censura previa, que eliminaba cualquier contenido considerado subversivo. Aunque hoy esa censura oficial no existe, algunas agrupaciones han denunciado que la ideología del jurado influye en la valoración de ciertas coplas.
Ortiz lo tiene claro: “Si el que te juzga es de derechas y tú haces un carnaval combativo, te va a censurar a nivel de puntuaciones. Si te tiene que poner un 8, te pone un 4. No es una censura como la del franquismo, pero sí una forma sibilina de acallar ciertos discursos”.
Ejemplos de letras castigadas en puntuaciones hay muchos. Comparsas como Los Yesterday (2008) de Juan Carlos Aragón, con su crítica al conservadurismo de la sociedad gaditana, o Los Peregrinos (2017), con una denuncia feroz a la crisis de los refugiados, recibieron valoraciones que no corresponden con su impacto en el público, el verdadero jurado al que se enfrentan.
El Telonazo
El público del Teatro Falla de Cádiz es un elemento clave en el Concurso Oficial de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz (COAC) y ejerce un papel determinante en la valoración de las agrupaciones. Su exigencia no solo se basa en la calidad artística e interpretativa, sino también en la temática y el mensaje que transmiten las coplas.
Un claro ejemplo de este poder se vio reflejado en la actuación de la chirigota Abre los ojos, que había anunciado su intención de lanzar mensajes negacionistas sobre el cambio climático y las vacunas. Desde el inicio de su actuación, el público mostró su rechazo con abucheos y cánticos, impidiendo que se escuchara su repertorio. Más allá del contenido ideológico de la agrupación, los espectadores también juzgaron que la calidad musical y escénica no estaba a la altura del certamen, lo que provocó una reacción aún más contundente.
Este episodio demuestra que el público del Falla no es pasivo, sino que actúa como juez implacable de las agrupaciones que no cumplen con los estándares artísticos y éticos que se esperan en uno de los concursos de coplas más importantes de España.
Las agrupaciones más belicosas, las que no se acomodan en la crítica superficial y atacan directamente al sistema, a menudo encuentran trabas. “Ha habido comparsas guerrilleras que han salido castigadas”, dice Ortiz. “Luego mirabas al jurado y decías: claro, ¿cómo no le vas a cortar la coleta si quien las juzga es un facha?”.
La Valla: más allá del concurso
A nivel competitivo, La Valla no llegó a la final. La exigencia del concurso es máxima y las agrupaciones con más trayectoria tienen una ventaja evidente. Pero en el Carnaval de Cádiz hay victorias que no se miden en premios.
El mensaje de la comparsa ha trascendido el concurso. La intención de visibilizar el drama migratorio, ha llevado al escenario una realidad que muchas veces se quiere ignorar: la violencia estructural contra las mujeres migrantes, la hipocresía de una Europa que se presenta como defensora de los derechos humanos mientras levanta muros para quienes huyen de la guerra y el hambre.
Más allá de la puntuación del jurado, La Valla ha conseguido lo que pocas agrupaciones logran: que su mensaje siga resonando una vez terminada la función. Porque mientras haya una sola mujer vendida como mercancía en las rutas migratorias, mientras haya una sola persona muriendo en una frontera cerrada con sangre, será necesario seguir contándolo.
Hablamos con Marta Ortiz, cuando se preparan las componentes de la comparsa para salir a las calles de Cadiz. En el barrio de La Viña, los ritmos africanos acompañaran durante las intensas y cansadas jornadas de un Carnaval que, tras el concurso del Falla, alegrará la vida de miles de personas que recibirá la “Tacita de Plata” durante los 8 días de fiesta.
Al fin y al cabo, ese ha sido siempre el propósito del Carnaval de Cádiz. No solo entretener, sino denunciar. No sólo hacer reír, sino también incomodar. Porque el verdadero espíritu del Falla no se mide en trofeos, sino en la capacidad de sus coplas para resistir el paso del tiempo y recordarnos, año tras año, lo que aún queda por cambiar.