Caso Gisèle Pelicot

La vergüenza debe cambiar de bando

La valentía de Gisèle Pelicot a la hora de enfrentarse a sus agresores sexuales y emitir la frase que se ha convertido en una proclama feminista ha hecho historia: la vergüenza ha empezado a cambiar de bando

“La violación es una forma de mantenernos en un estado de alerta cotidiana. Es una estrategia terrorista para mantener un orden preciso”. Virginie Despentes (Nancy, Francia, 1969) aborda de manera directa y cruda su experiencia personal con la violación en su libro Teoría King Kong. En el capítulo titulado “Imposible violar a una mujer tan viciosa”, relata cómo, a los 17 años, mientras hacía autostop con una amiga en París, ambas fueron agredidas sexualmente por tres hombres armados. Despentes describe el impacto inmediato y duradero de este evento en su vida, reflexionando sobre cómo la sociedad percibe y trata a las víctimas de violación.

“Nunca iguales, nuestros cuerpos de mujer. Nunca seguras, nunca como ellos. Somos el sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero.
Su virilidad, su famosa solidaridad masculina, se construye a partir de esta exclusión de nuestros cuerpos, se teje en esos momentos. Es un pacto que reposa sobre nuestra inferioridad. Sus risas de hombres, entre ellos, la risa de los más fuertes, de los más numerosos”. Despentes reflexiona sobre las innumerables veces que ha acogido el relato de una mujer violada, especialmente tras la publicación de su libro Fóllame, y cómo nunca ha escuchado a un hombre relatar cómo ha violado: “Los hombres siguen haciendo lo que las mujeres han aprendido a hacer durante siglos: llamarlo de otro modo, adornarlo, darle la vuelta. ‘Se han pasado un poco’, ella estaba ‘un poco borracha’ o bien era una ninfómana que hacía como si no quisiera, pero si ha ocurrido es que, en realidad, la chica consentía”, escribe.

La novelista y directora de cine Virginie Despentes, autora del libro 'Teoría King Kong', entre otros

La novelista y directora de cine Virginie Despentes, autora del libro ‘Teoría King Kong’, entre otros

En El sentido de consentir, Clara Serra explora precisamente este “consentimiento”, sus matices, contradicciones y paradojas. “En la medida en la que soy feminista, creo que nuestra cultura sexual reproduce una mirada donde la voluntad de las mujeres es vulnerada. El consentimiento de las mujeres vale poco y por tanto hay una cultura donde la violación está permitida, existe una legitimación de la violencia”.

Despentes, de nuevo, es certera: “Mientras ocurre [la violación] ellos hacen como si no supieran exactamente qué está pasando. Como llevamos minifalda, como tenemos una el pelo verde y la otra naranja, sin duda ‘follamos como perras’, así que la violación que se está cometiendo no es tal cosa. Como en la mayoría de las violaciones, imagino. Imagino que, después, ninguno de esos tres tipos se identifica como violador. Puesto que lo que han hecho es otra cosa. Tres con un fusil contra dos chicas a las que han pegado hasta hacerlas sangrar: no es una violación. La prueba: si verdaderamente hubiéramos querido que no nos violaran, habríamos preferido morir, o habríamos conseguido matarlos”.

“No es una violación”

Pero ¿qué sucede cuando el consentimiento es absolutamente imposible? ¿Cuando una mujer está dormida, inconsciente o sedada? Lo hemos visto: sigue habiendo quien afirma que “no es una violación”. Gisèle Pelicot, la mujer francesa que, durante casi una década, fue víctima de violaciones sistemáticas orquestadas por su entonces esposo, Dominique Pelicot, ha conseguido que algo tan evidente vuelva a estar en el centro del debate. Él la drogaba y permitía que decenas de hombres abusaran sexualmente de ella, registrando estos actos en vídeo. En 2024, este caso salió a la luz pública, convirtiéndose en uno de los juicios por violación más significativos en la historia de Francia.

Gisele Pelicot acompañada por sus abogados a la salida del tribunal penal en Avignon este lunes.

Sin embargo, durante el juicio, varios de los acusados negaron haber violado a Gisèle Pelicot, alegando desconocer su falta de consentimiento o afirmando que fueron manipulados por Dominique. Algunos argumentaron que no se consideraban violadores, ya que no tenían la intención de cometer una violación. Finalmente, su exmarido fue condenado a 20 años de prisión por violación agravada, la pena máxima según la legislación francesa. De los otros 50 coacusados, 49 fueron declarados culpables de violación agravada, intento de violación o agresión sexual, recibiendo penas de entre 3 y 15 años de cárcel.

“La víctima perfecta es la otra cara maligna de la moneda del monstruo. La construcción de un Otro que no es como nosotros. ‘Yo no soy un violador’, repetían una y otra vez. La careta tras la que se esconden los violadores corrientes tan masivamente representados en este juicio. Su orgullo y su rabia han hecho que desaparezca cualquier reticencia. Quiere cambiar el mundo. Ha conseguido lo que las feministas se esfuerzan por demostrar: ha desvelado la versión más vulgar de los estragos de la masculinidad moderna. (…) Ha desenmascarado la cobardía y el egoísmo legitimado de estos hijos del patriarcado que se empalman con la sumisión absoluta de una mujer sin ver el problema. Lo niegan, le quitan importancia (yo tenía una mitad blanda), se hacen las víctimas, invierten la culpa”, reclama la escritora francesa Hélène Devynck.

La vergüenza cambia de bando

Stéphane Babonneau, abogado de Gisèle Pelicot, afirmó durante el juicio en Francia en nombre de su representada: “La vergüenza debe cambiar de bando”. Ella renunció a su derecho al anonimato y exigió un juicio público para visibilizar la violencia sexual y alentar a otras víctimas a denunciar. Su valentía ha sido reconocida internacionalmente, convirtiéndose en un símbolo de la lucha contra la violencia sexual y la cultura de la violación: las víctimas no tienen por qué cargar con el peso del abuso. Esa vergüenza debe recaer en los agresores y en una sociedad que durante demasiado tiempo ha mirado hacia otro lado.

Noemí Álvarez Boyero es licenciada en Psicología. Tiene un máster en Sexología y es directora de Itipa (centro de psicología en Málaga). Lleva más de dos décadas trabajando como terapeuta y trata a víctimas de violencia sexual, y coincide en la importancia de la proclama feminista: “Pelicot está siendo la portavoz de un cambio social, y es un orgullo. Además, ver a una mujer mayor, en un delito tan horrendo, cometido por su pareja y con tantos implicados, muchos de ellos cercanos, está generando un cambio. Hace muchos años que las víctimas de agresiones sexuales pedían que se dejaran de hacer públicos nombres y detalles escabrosos y se señalase a los culpables, y es lo que ella ha conseguido”.

Según las últimas investigaciones y estudios psicológicos, el sentimiento de vergüenza impuesto por la sociedad tiene un impacto profundo y negativo en la recuperación psicológica de las víctimas de agresiones sexuales. Este sentimiento, a menudo internalizado, puede perpetuar el trauma, dificultar el proceso de sanación y fomentar el aislamiento, reforzando el silencio y la culpabilidad, interfiriendo en la autoimagen y autoestima, convirtiéndose en un obstáculo para buscar ayuda profesional, reviviendo el trauma constantemente e impactando profundamente sus relaciones personales, llevando, en muchos casos, al aislamiento.

“La vergüenza en sí misma es una emoción que, como todas, tiene como objetivo la supervivencia. En concreto, protegernos de un peligro de nivel social. Esto es muy significativo: quiere decir que las víctimas se han sentido en peligro social por ser víctimas”, continúa Álvarez Boyero, que añade a los síntomas de la agresión, que son los de un acontecimiento traumático (ansiedad, depresión, quiebra del sistema de confianza…), el de la vulnerabilidad. “Muchas veces las víctimas no quieren ser abanderadas de ningún movimiento; no quieren ser la cara visible ni un símbolo. Por eso es importante que respetemos siempre lo que cada persona quiere hacer”.

Gisele Pelicot

Gisele Pelicot con su nieto habla a los medios de comunicación en el tribunal penal de Aviñón

En su caso, las pacientes a las que atiende tienen la libertad de decidir qué quieren hacer, qué las ayuda más. “Algunas no quieren ver a su agresor y otras quieren hablar con él, decirle algo, o hacerlo público en un medio de comunicación. Es muy personal. Cada persona tiene unas necesidades, unos recursos, una identidad”. Lo que está claro para la psicóloga es que “el peso no puede recaer en ellas, pues las estaríamos revictimizando. Tenemos que poner el foco en el agresor, como ha hecho Pelicot”. Explica también que la sociedad puede actuar tanto como un factor de protección, para que los síntomas del estrés postraumático se prevengan o se amortigüen, o un factor agravante. “Tanto la red social como el sistema judicial y los medios deben estar implicados y trabajar con esta sensibilidad; si no, tanto activamente como por omisión de ayuda podemos volver a infligir lesiones psíquicas o psicológicas en la víctima”, aclara.

En ese sentido, según Álvarez Boyero, la actuación de Pelicot ha sido llamativa porque “cristaliza un movimiento social que ya había empezado a surgir”: “Como sociedad pedíamos que la vergüenza cambiara de bando. Las víctimas siempre han sido culpadas por ser agredidas, han sido señaladas con el dedo por el mero hecho de ser mujeres. Parece que está en nuestra mano evitar que nos agredan, algo que se puso de relieve con el caso de La Manada”. Y explica también la psicóloga que, como ya sabemos, las agresiones no tiene por qué acabar en denuncia. “Las cifras siguen aumentando, también las de agresiones múltiples, mientras disminuye la edad de los agresores y aumentan las conexiones con la pornografía. Hay muchas cosas que continúan estando mal en nuestra sociedad. Se ha desdibujado la sexualidad y se han radicalizado determinados segmentos en cuestiones de género, y tanto los agentes sociales como el sistema judicial y los medios de comunicación juegan un papel fundamental: para evitar que ocurran las agresiones y, en el caso de que ocurran, para amortiguar la sintomatología de la víctima”.

Cuando Gisèle Pelicot supo que su marido la había drogado y ofrecido como esclava sexual a más de 80 hombres, pensó en suicidarse. En el tribunal se describiría a sí misma como “una mujer totalmente destruida… un campo de ruinas”. Sin embargo, decidió hacer algo completamente extraordinario. “Estoy decidida a que las cosas cambien en esta sociedad”, pronunció el 2 de septiembre ante el tribunal de Avignon, al comienzo del juicio contra su exmarido y otros 50 hombres, los únicos localizados, gracias al reconocimiento facial y a grabaciones de Skype.

“Si Gisèle Pelicot pudo, yo también puedo”

A diferencia de la mayoría de las víctimas de violación, ella no sólo renunció a su anonimato y optó por un juicio abierto, sino que exigió que los vídeos se mostraran con todos sus horripilantes detalles, que todavía hoy pueblan las pesadillas de quienes los han visto. “La vergüenza debe cambiar de bando”, declaró cuando habló por primera vez, cambiando la dinámica de poder habitual. Su condición de icono feminista quedó sellada cuando el 23 de octubre volvió a subir al estrado. “No nos corresponde a nosotras sentir vergüenza, les corresponde a ellos”, anunció. “Quiero que todas las mujeres que han sido violadas digan: ‘Si Madame Pelicot lo hizo, yo también puedo hacerlo’”.

Esas palabras dieron la vuelta al mundo. Esta mujer de 72 años expuso su propio tormento privado e hizo más que todo el movimiento MeToo para destacar la cultura masculina tóxica y su tolerancia hacia la violencia sexual. Tras las condenas finales, Gisèle Pelicot dio las gracias a quienes la apoyan, diciendo: “Pienso en las víctimas ocultas cuyas historias a menudo permanecen en la sombra. Quiero que sepan que compartimos la misma lucha”. Es una única lucha. Y la vergüenza ya ha cambiado de bando.