Con los años, las 150 mujeres trans que trabajan, la mayoría como prostitutas, en los alrededores de Torvajanica —una localidad costera cerca de Roma— han sido recibidas en varias audiencias de los miércoles. Y no sólo recibidas, sino escuchadas, acompañadas e incluso abrazadas. Giuliana, que llegó desde Colombia hace treinta años “buscando una vida mejor”, fue una de ellas. La emoción que la invadió al conocer al Santo Padre continúa siendo, a día de hoy, “indescriptible”.
La mayoría de estas mujeres vienen de Latinoamérica. Fue a través del párroco Andrea Conocchia y de la monja (ahora viral, tras rezar y llorar a solas ante la tumba del Papa Francisco) Sor Geneviève Jeanningros como accedieron al Papa: fueron e ellas las que querían conocerlo. La religiosa, que vivía entre los feriantes de Ostia, le aconsejó al sacerdote que escribiera un correo electrónico, y el secretario del Papa Francisco las invitó. Las primeras cuatro fueron argentinas, y de ellas no queda ninguna: tres desaparecieron y una apareció muerta. Es la triste historia de tantas personas trans, que acaban en el sistema prostitucional, explotadas y, en muchas ocasiones, agredidas sexualmente, incluso hasta la muerte.
Andrea Conocchia, párroco de la iglesia Beata Virgen Inmaculada en Torvajanica, ha sido un puente, junto a sor Geneviève entre estas mujeres y la Iglesia. Al principio, muchas no creían lo que estaban viviendo. En los alrededores de la plaza de San Pedro, mientras acompañan a la pequeña religiosa por el Vaticano, ellas recuerdan que por mucho mal que hubieran hecho, el Papa siempre les ofrecía sus brazos abiertos. Ellas rezaban por él, como él les pidió, y él a cambio lo hacía por ellas. Artículo14 ha hablado con Laura Esquibel, una de las primeras en acudir a Santa Marta a conocerle.

¿Cómo conoció por primera vez al Papa Francisco?
Fue gracias a sor Geneviève y al párroco don Andrea, de nuestro barrio. Durante la pandemia del covid, nos vimos en una situación muy dura: dejamos de tener clientes, empezamos a pasar hambre, y don Andrea fue quien nos tendió la mano. Ahora mismo vivimos unas 80 mujeres transexuales juntas en la zona. Él pidió ayuda directamente al Papa, y empezaron a traernos comida y también la vacuna, que recibimos incluso antes que muchas otras personas.
¿Por qué viven allí?
La mayoría venimos de América Latina: hay compañeras de Colombia, Argentina, Brasil, Paraguay… Nos hemos agrupado y vivimos, y también trabajamos, en esta zona porque aquí hemos encontrado cierta estabilidad y apoyo.
¿Cuándo acudieron por primera vez a Santa Marta?
Después de establecer una relación cercana con don Andrea y sor Geneviève, les dijimos que nos encantaría conocer al Papa Francisco, que sabíamos que era amigo suyo. Un día, él nos invitó a comer. Como soy paraguaya, enseguida conectamos. Fue una tarde preciosa, como todas las que vinieron después. Yo he tenido en total siete audiencias con él. Era una persona extraordinaria. Ahora mismo tengo una tristeza en el alma que no puedo explicar. Nadie se esperaba su muerte, y estamos desoladas.
¿Les preocupa que se puedan desandar los pasos que él inició?
No sabemos qué rumbo tomará la Iglesia a partir de ahora. Pero haber tenido un Papa como Francisco, que vino hasta el fin del mundo, hasta los márgenes, para encontrarse con los más olvidados de los olvidados, nos ha dado una esperanza enorme.
¿Qué destacaría de Francisco?
No tengo palabras suficientes. Para mí, lo fue todo. Fui de las primeras mujeres trans en conocerle. Me sorprendió su humildad, su humanidad. Se preocupaba por hacernos sentir en casa: en Santa Marta nos preparaba la comida típica de nuestro país, por si echábamos de menos los sabores de la infancia. En nuestro primer encuentro estuvimos hablando más de una hora y media. Una vez le llevé empanadas argentinas, y en la siguiente visita me dijo, con una sonrisa: “¡Sos mala, no me traés más empanadas!”. Tenía una memoria increíble y una atención muy personal con cada una. Fue muy bonito.

¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
En enero. Recuerdo que me dijo: “Cambiaste de look”, porque normalmente soy morena y ahora me he teñido de rubia. ¡Se acordaba de ese detalle!
¿Qué mensaje les transmitía?
Siempre nos repetía: “Yo no soy nadie para cerrar la puerta, porque todos somos hijos de Dios”. Para nosotras, eso fue fundamental. Gracias a él, hoy nos sentimos parte de la Iglesia. Siempre insistía en que lo importante era la fe.
¿Qué sintió al enterarse de su muerte?
Un profundo desamparo. Esta mañana fui a la basílica, a las 7:30, con sor Geneviève —que es muy conocida en el Vaticano y puede acceder a todos los lugares—, y al verle, ya sin vida, me sentí muy mal. Porque se ha ido. Él sabía que yo sufría mucho de las piernas, como él, y siempre le decía: “Reza por mí”. Él me agarraba la cabeza con cariño. Tuve un cáncer cerebral, y aunque tenía mucha fe, los médicos no me daban esperanza. Me volví muy pesimista. Era un tumor maligno. Y ahora, sin Francisco, no sé cómo afrontar todo esto. Desde que murió, no he podido dormir.
¿Qué espera del próximo Papa?
Que sea como Francisco. Él nos decía: “Ustedes también son hijos de Dios. No se preocupen”. A nosotras siempre nos han dicho que vamos a ir al infierno por ser trans, o por ser homosexuales. Cuando se lo conté al Papa, él me miró y me dijo: “¡No! Todos son iguales. Si tú quieres, irás al Paraíso”. Él no juzgaba a nadie. Ni a los gays, ni a las lesbianas, ni a los transexuales. Se encontró con todos. Por eso su muerte es tan triste para nosotras.
¿Lo más importante, al final, es estar cerca de Dios?
Eso nos decía siempre. Yo espero sinceramente que lo hagan santo. Me he convertido en una mujer muy religiosa, sobre todo por lo que me ha pasado con la salud. Y gracias a Francisco, estoy viva hoy.