Isabel Padilla había nacido en La Unión, en Murcia, en una familia de origen muy humilde. Se había casado con Pedro y tenía cuatro hijos. Se dedicaba a lo que antes se llamaba “sus labores”: el cuidado de sus vástagos, marido y la casa.
Corría el año 1981 cuando su hijo Pedrito empieza a encontrarse mal. Isabel se dedica en cuerpo y alma al chiquillo, desviviéndose por él. Al no mejorar le llevan al hospital con una severa hipoglucemia. Le extirparon el páncreas pero el pequeño no mejoraba. Falleció días después. La muerte de Pedrito, con solo 14 años, conmocionó al pueblo. Isabel se convierte en una sombra que andaba sin rumbo, enlutada, por las calles del pueblo. Los vecinos se volcaron con ella; podían imaginar el terrible dolor de perder a un hijo.
Aún no se había recuperado del duro golpe cuando su marido Pedro presenta los mismos síntomas que llevaron a la tumba a su niño. Los siguientes seis años fueron un rosario de ingresos hospitalarios y constantes cuidados en casa. Isabel se desvive por su esposo y se lamentaba de ese mal que acecha a la familia. También a Pedro le extirpan el páncreas pero continúa con los inexplicables cuadros de hipoglucemia. Tiempo después entra en coma y finalmente fallece. La maldita diabetes hereditaria que se está cebando en los Pérez Padilla.
Dicen que no hay dos sin tres y, la pequeña de los cuatro hijos, Susana, también enferma. Fiebre, vómitos, debilidad externa. De nuevo la operación de páncreas que no consigue solucionar nada. La chiquilla se está quedando ciega. Entra en coma y permanece en la UVI durante semanas. Susana, la alegría de la casa, muere. Solo tenía 8 años.
“Esto no es vida, lo que aguanta esta pobre mujer…”.
Cuando la tragedia parecía haber terminado, su otra hija, Francisca, comienza con los tristemente conocidos síntomas. “Estábamos consternados, intentando ayudar a Isabel en su desesperación e impotencia al ver que, uno a uno, los miembros de su familia fallecían”. El pueblo de La Unión se vuelca con ella. Francisca es finalmente hospitalizada pues pronto va a someterse a una operación. Pero la analítica previa revela importantes restos de insulina en la sangre. ¿Cómo es posible, si el equipo médico nunca se le ha inyectado? La perspicacia de una endocrina del Hospital del Rosell de Cartagena dio la voz de alarma. La doctora estaba asombrada de los extensos conocimientos de enfermedades y medicamentos de Isabel. Recordemos que ésta no tenía estudio alguno. Le registran el bolso y encuentran medicamentos contra la diabetes. Prohíben a Isabel entrar en la UVI y así es como logran salvar la vida de la pequeña.
Detención
Ante la evidencia se solicita una orden judicial para estudiar los historiales médicos de su marido e hijos fallecidos. El 11 de diciembre de 1991 la policía acude al domicilio familiar: “Isabel Padilla, queda usted detenida por el asesinato de su marido y dos hijos”. La policía observa el lamentable estado de sus otros dos hijos, Salvador y Francisca, que pedían desesperados que no se llevaran a su madre. “¡No ha hecho nada!”. Isabel intentaba ofrecer una explicación. “¡Son diabéticos!” clamaba la madre. Los dos hijos que le quedaban ingresaron graves en el hospital, pero lograron salvar su vida.
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Isabel Padilla
El juicio
Cuando Isabel fue interrogada contó que sólo había administrado –por error– pastillas a su hija Francisca. “Y cuando me di cuenta, rectifiqué dándole azúcar”. Sus mentiras no cesaban. “A mi marido e hijos los mataron los médicos”. El juez no pudo por menos que preguntar por qué no denunció esos errores médicos. “Porque cualquiera puede equivocarse” fue su respuesta hierática.
Isabel fue condenada por tres muertes y dos intentos de asesinato a 98 años de cárcel. Un año después la justicia estimó que la mujer padecía el Síndrome de Münchausen por poderes. Se trata de un trastorno mental en el que la persona causa enfermedades a quienes están a su cargo. Quieren ser centro de atención, que su entorno tenga lástima y admiración por ella. En el caso de Isabel, ese deseo de compasión la llevó demasiado lejos.
Fue ingresada en un centro psiquiátrico. Allí permaneció muchos años, hasta que en 2008 falleció de un tumor cerebral. Nadie acudió a su entierro.