El papado siempre ha estado vinculado a la política. El Papa es ante todo un Jefe de Estado. Pero también representa a los 1.300 millones de católicos del mundo. Por tanto, puede ejercer influencia en muchos países del mundo, porque su voz resuena entre los creyentes. Es, por tanto, la importancia del catolicismo en el mundo lo que permite al Papado ejercer su influencia internacional. El Papa Francisco ha sido un ejemplo de la posición geopolítica que el papado ha mantenido durante mucho tiempo. Sin embargo, el Papa solo puede ejercer el poder blando para promover valores como la paz, la igualdad, la justicia y la ecología.
Nada más ser elegido, el Papa Francisco hizo una notable entrada en los asuntos internacionales. Con un agudo sentido del gesto y de la fórmula, renovó la imagen y la presentación del mensaje de la Iglesia católica al mundo y consiguió atraer la atención internacional. Sus viajes a Lampedusa en 2013 y a Lesbos en 2016 para denunciar la difícil situación de los refugiados fueron claras muestras de ello.
La diplomacia de Francisco
Su diplomacia ha sido especialmente evidente desde la crisis sanitaria de Covid. El Papa se enemistó con varios líderes al expresar su apoyo a las medidas de contención y a las vacunas. También se mostró crítico con la gestión de la crisis por parte de Italia. Tampoco le gustaban líderes populistas como el estadounidense Trump y el húngaro Viktor Orban. En cambio, se llevaba mejor con Joe Biden. Esto puede explicarse por el hecho de que el Papa apoyó muchos proyectos que Donald Trump no quería. Sobre el programa nuclear iraní, el Vaticano siempre hizo campaña a favor de un acuerdo. El Papa Francisco también fue un gran defensor del acuerdo COP21. Pero Trump había abandonado ambos acuerdos.

El Papa Francisco era, por tanto, un ferviente defensor del multilateralismo en la geopolítica mundial. Prueba de ello fue su histórica visita a Irak en marzo de 2021, donde se reunió con el ayatolá chií Ali al-Sistani para reforzar las conversaciones y el entendimiento entre ambas religiones. Se trataba, pues, de una diplomacia basada en el multilateralismo y la cooperación que el Papa estaba promoviendo.
El Papa contra el despilfarro
El Papa Francisco parecía querer hacer de la Iglesia católica una conciencia en la globalización. No es que se opusiera a un proceso cuyos beneficios son visibles (desarrollo, difusión del conocimiento, salida progresiva de la pobreza extrema). Frente a las fuerzas financieras, económicas, científicas y políticas incontroladas que lo impulsan, Francisco denunció sus graves excesos, su orientación exclusiva hacia el beneficio y la aparición a gran escala de una «cultura del despilfarro», es decir, la mercantilización del ser humano y el despilfarro de los recursos.
La diplomacia del pontificado mostró su preocupación por reorientarse hacia lo que el Papa llamaba «las periferias», las zonas desatendidas o los márgenes menos favorecidos de la sociedad. Era allí donde la Iglesia católica debía encontrar campos para una renovada expansión, particularmente en África y Asia. Sus viajes, centrados en países emergentes, pobres o aislados, trazaron la geografía de sus preocupaciones.

En cuanto a Europa, Francisco también aplicó la lógica de las periferias, dando prioridad a los «excluidos» del continente, como demuestra su elección de visitar Albania. El Papa ha instado repetidamente a Europa a redescubrir su inspiración. Ha apelado directamente a los pueblos y a la opinión pública, por encima de los gobiernos, para suscitar emociones y reacciones. Ha utilizado el registro espiritual y pastoral que le correspondía como pontífice, pero le ha añadido el talento de una comunicación que toca las conciencias.
Dicho esto, la diplomacia del Papa Francisco fue una continuación de la de sus predecesores, tanto en los objetivos como en los métodos. Continuidad en los objetivos de mejorar las relaciones con China, que siguen siendo conflictivas y complejas.
Continuidad también en el deseo de estrechar lazos con la Ortodoxia. Las relaciones con el Patriarcado de Constantinopla se beneficiaron de la relación privilegiada y amistosa entre Francisco y el Patriarca ortodoxo.
El Papa y Putin
Siguiendo los pasos de Benedicto XVI, que había reanudado el diálogo con el patriarcado de Moscú tras las tensiones surgidas durante el pontificado de Juan Pablo II, Francisco creó las condiciones para seguir avanzando. Se cultivaron las relaciones con Rusia, consustanciales al acercamiento del patriarcado a Roma.

La prioridad concedida a las relaciones con el patriarcado de Moscú había obligado a la diplomacia vaticana a establecer un doloroso equilibrio con respecto a la situación en Ucrania.
La Santa Sede no se había desviado del principio de no implicación en los conflictos, pero debía tener cuidado de no perder interés en un país con una gran minoría greco-católica. El Papa fue al límite de lo posible en relación con Moscú, pidiendo respeto para las fronteras de Ucrania y su soberanía internacional.
El Papa de los refugiados
En Oriente Próximo, Francisco volvió a ser un hombre de continuidad. En Irak, Siria, Egipto y Libia, las minorías cristianas han pagado un precio cada vez más alto por la violencia y la persecución causadas por la guerra, el radicalismo y el terrorismo. La primera preocupación de la Santa Sede fue acudir en su ayuda, movilizando una considerable ayuda humanitaria. La política de acogida de los refugiados también fue fuertemente defendida por Francisco. Sin embargo, el hecho de que haya mantenido relaciones diplomáticas con las autoridades sirias y sus repetidos llamamientos a una paz negociada siguen siendo mal aceptados por Occidente.
¿En qué se diferencia la «diplomacia» del Papa Francisco de la de sus predecesores? Francisco combina una gran claridad de propósitos, emitiendo un mensaje deliberadamente humanista, con una cierta vaguedad en la aplicación de ese mensaje. Pero la verdadera diferencia de este Papa radica en su lugar de origen. Es el primer Papa latinoamericano y, más en general, el primer no europeo. Su forma de ver el mundo solo puede estar influida por su origen geográfico. También se diferencia de sus predecesores en varios aspectos: Juan Pablo II luchaba por la libertad al final de la Guerra Fría. Benedicto XVI fue sin duda el más intelectual de los últimos papas, con el atractivo de un erudito más que de un comunicador. Con Francisco, tenemos a un hombre mucho menos sofisticado intelectualmente que Benedicto XVI y, al mismo tiempo, quizá menos claro sobre sus prioridades que Juan Pablo II. Pero, ¿se debe esto a su personalidad o a los cambios en el mundo? Es difícil saberlo.

Juzgar la acción exterior del Papa francés es, por tanto, una cuestión delicada: ¿es poco clara porque él mismo no tenía una visión muy clara del mundo? ¿O es que fue deliberadamente prudente, dando prioridad a lo que consideraba la reforma interna esencial de la Iglesia? O, finalmente, ¿esta vaguedad era el resultado de la complejidad de un mundo al borde del caos, que hacía difícil para cualquier Papa definir prioridades claras, pero más aún para éste?, ¿seguía siendo legítimo un discurso de apaciguamiento de un líder espiritual en un mundo desgarrado por conflictos religiosos y de otro tipo? Sólo Dios lo sabe…