En los últimos años, la frontera entre Marruecos y España, que separa a Ceuta y Melilla del país norteafricano, ha experimentado un agravamiento significativo de la crisis migratoria. Lo que antes era un espacio de interacción cultural, comercial y social entre ambos territorios, se ha convertido en una zona de intensas tensiones. Esta frontera, considerada una de las más desiguales del mundo, es escenario de un drama humanitario en el que personas provenientes mayormente de África arriesgan sus vidas cruzando la peligrosa valla fronteriza o el mar en pateras, intentando escapar de la pobreza, la violencia o la falta de oportunidades en sus países de origen.
Muchas de estas mujeres llegan al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) embarazadas y acaban dando a luz en las instalaciones donde el gobierno español acoge a los migrantes mientras siguen con su proceso migratorio.
El proceso migratorio ya es extremadamente duro para cualquiera, pero lo es aún más para una mujer con un hijo a su cargo. Khady, una mujer guineana que llegó a Ceuta embarazada de seis meses relata desde algún lugar de Francia: “El CETI no es el lugar idóneo para criar a un niño pequeño, y menos aún en una habitación reducida, en instalaciones compartidas con cientos de personas”.
Fatoumata, la hija de Khady, nació en Ceuta, pero su historia comienza mucho antes, en Guinea Conakry. Su madre, desesperada por las condiciones de vida en su país, decidió embarcarse en un peligroso viaje para ofrecerle un futuro mejor a la pequeña. Como tantas otras personas migrantes, Khady dejó todo atrás. Cruzó el desierto en camión, hacinada entre otras personas, y finalmente alcanzó Marruecos en busca de una oportunidad para llegar a Europa.
La travesía fue devastadora para Khady. Llegó a Ceuta completamente agotada, después de semanas de hambre, miedo y una constante incertidumbre. Apenas podía caminar cuando las autoridades la encontraron en una playa ceutí y la trasladaron al Centro de Estancia temporal de Inmigrantes (CETI) que gestiona el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, a través de la Secretaría de Estado de Migraciones. Allí, junto a otras mujeres que compartían historias similares de sufrimiento, pasó los últimos meses de su embarazo. Aunque el CETI ofrecía refugio, las condiciones eran difíciles y la vida cotidiana estaba marcada por la incertidumbre.
Una madrugada de otoño, Fatoumata nació en medio de los susurros y miradas solidarias de otras mujeres del CETI. Para Khady, sostener a su hija entre sus brazos fue el momento en que sintió que todo el sacrificio había valido la pena. Aunque la situación seguía siendo precaria, Fatoumata alumbraba la esperanza para su madre. Sin embargo, el futuro de ambas dependía de decisiones administrativas y de un incierto proceso de asilo.
Los primeros meses de vida de Fatoumata transcurrieron dentro de los muros del CETI. Junto a su madre, creció rodeada de otros niños que también habían nacido entre fronteras. Mientras la arropaba en sus brazos, Kadhy le susurraba canciones de su tierra natal, Guinea Conakry, un lugar que la pequeña quizás nunca conocería. En medio de la espera, la madre soñaba con cruzar al continente europeo, con darle a su hija una vida mejor, lejos del miedo y la precariedad que las rodeaban.
Sin embargo, cuando cruzaron a la península, las dificultades aumentaron. A pesar de todo su sacrificio y amor, las autoridades decidieron que la joven madre no era apta para cuidar de Fatoumata y la niña fue trasladada a una casa de acogida.
Khady luchó durante meses contra un sistema burocrático frío que no parecía comprender el vínculo que las unía. Aunque solo podía verla una hora a la semana, esos momentos eran lo único que la mantenía firme en su lucha por recuperar a su hija. Finalmente, tras 11 meses de batallas legales, le ofrecieron la oportunidad de reunirse con Fatoumata, pero bajo la condición de no salir de España. Esto truncaba los planes de la mujer de ir a Francia, donde conocía a otras personas que podrían apoyarla.
Con el corazón dividido, Khady firmó el documento que le permitiría recuperar a su hija, aunque su libertad y la de la niña quedaron limitadas por la obligación de permanecer en España. Decidida a estar con su hija, pero sabiendo que necesitaban huir del sistema que las había separado, con la ayuda de alguien que comprendía su situación y estaba dispuesto a arriesgarse por ellas, Kadhy comenzó a planear su salida. Sabía que lo que estaba haciendo era peligroso, pero el amor por su hija y el miedo a un sistema que las había tratado con indefensión la empujaron a seguir adelante.
No podía permitir que Fatoumata creciera en un entorno que no las protegía ni las entendía. Necesitaba llegar a un lugar donde pudieran ser libres de verdad. Una noche oscura y silenciosa, con el corazón en la garganta, tomó a la bebé en brazos y, acompañada de su contacto, cruzó la frontera hacia Francia. El frío aire nocturno les acariciaba el rostro mientras caminaban hacia lo desconocido, sentía que, por primera vez en mucho tiempo, estaba tomando el control de su destino.
Dejar atrás España era dejar atrás el miedo, la incertidumbre y la sensación de ser un número más en un sistema insensible. Al llegar a suelo francés, Kadhy abrazó a Fatoumata con fuerza. Sabía que aún quedaba mucho camino por recorrer, pero lo más importante era que estaban juntas y, por primera vez en meses, libres de las garras de un sistema que las había separado. Ahora, en Francia, tenía la esperanza de que podrían empezar de nuevo, rodeadas de personas que las entendieran y con la posibilidad de construir una vida en paz.
La decisión de separar a la niña de su madre no tiene en cuenta los factores culturales de las personas que migran. Las mujeres migrantes africanas son víctimas de un machismo estructural y cultural, así como de una violencia desmedida, muchas veces por parte de sus propios compañeros de viaje, quienes las utilizan como “pasaporte” ante las autoridades o las bandas de traficantes de personas. Estas mujeres son violadas y vejadas para que los hombres puedan seguir avanzando en su trayecto. Además, caen en manos de despiadados tratantes de personas que las someten a explotación sexual.
Los niños y niñas que nacen en distintos centros de acogida tras la llegada a menudo han sido fruto de violaciones ocurridas durante el viaje. Khady aún no comprende por qué decidieron trasladar a su hija a un centro de acogida separado de ella. En algunas ocasiones, los fiscales de menores atienden a los informes de las trabajadoras de los centros, que recomiendan la separación de la madre por motivos psicológicos o cuando existe la sospecha de que la madre podría vender a la criatura. Ella nunca llegó a comprender el motivo por el que no pudo estar con su hija una vez trasladada a la península.
La niña y la madre protagonista de esta historia están sobreviviendo a duras penas en un lugar del norte de Francia. Hay una persona que las conoció durante su periplo migratorio que está en tramite de dar el apellido a Fatu. Ya para él, la niña es su hija.