Iván Mañero: el Miguel Ángel que esculpió la visibilidad de la salud de las personas trans

“Estábamos ante un ser humano que había sido invisible y bloqueado", explica el doctor Iván Mañero

A los siete años, Iván Mañero ya jugaba a coser la piel de las naranjas. Desde entonces, no decía que quería ser médico; simplemente afirmaba que lo sería. Porque en su vida nada ha sido en condicional. A los 13, ese niño sin plan B salvó a su perro de unos perdigones: con unas pinzas, extrajo uno a uno los proyectiles y luego suturó las heridas con la templanza y precisión de quien sabe que esa será la primera de muchas vidas por salvar. Y no sólo de la muerte, aunque también.

Sus manos enormes y sorprendentemente sensibles, han salvado a miles de niños y niñas en Guinea-Bissau. Y en los últimos 30 años, también han devuelto la esperanza a más de cuatro mil mujeres que nacieron en un cuerpo del que sólo querían escapar. En toda vida hay un punto de inflexión, ese instante sutil que nos susurra al oído que, de todos los caminos, este es el nuestro. El suyo llegó una tarde de junio de 1999.

Hacía poco que Iván había terminado la residencia, y esa tarde llegaron a su consulta dos mujeres trans, de unos 50 años, con una infección grave. “Me explicaron que acababan de operarse en Tailandia y que, al no poder regresar, necesitaban ayuda. Fue entonces cuando me di cuenta de que ni en la carrera ni durante la residencia me habían enseñado nada sobre transexualidad; era algo invisible, incluso para la medicina”, lamenta.

Ayudarlas pasaba por investigar y aprender, pero no en España. “Me marché a Inglaterra y a EE.UU., y allí entendí la parte médica de la razón”. Con la otra parte, la de los prejuicios, se encontraría más tarde. “En España, la medicina estaba muy especializada por áreas, y estas operaciones requerían conocimientos de cirugía general, urología, ginecología, cirugía vascular y plástica”, explica, intentando justificar la falta de empatía de un sistema sanitario que no se había preocupado por ellas.

De vuelta, ya formado y con los conocimientos adquiridos, se da cuenta de la magnitud de su elección. “Todo el mundo se puso de culo. Mis colegas médicos me decían que estaba loco, que mi consulta se llenaría de prostitutas y que se iría toda la clientela”, recuerda. Pero hubo más. “Me vi yendo de hospital en hospital, casi pidiendo limosna, porque no me dejaban operar a estas mujeres”.

Podría añadir que el presidente y los vecinos del edificio donde tenía la consulta insultaban a sus pacientes, que le hacían pintadas en la puerta llamándolo demonio, y que el acoso recibido le obligó a cerrar la consulta. También podría decir que sus colegas médicos dejaron de invitarle a congresos. Sin embargo, él prefiere recordar el agradecimiento del colectivo por no haberse rendido en su lucha. “Tuve claro que el camino pasaba por encontrar un aliado en la sociedad, así que empecé a dar charlas y a hacer mucha pedagogía sobre transexualidad”, relata.

Y recuerda: “Estábamos ante un ser humano que había sido invisible y bloqueado, que iba a la cárcel y, además, a la prisión de hombres. Por suerte, la gente empezó a entenderlo… y comenzó a haber una demanda social y política”. Aquellos que le dieron la espalda le abrazaron y le abrieron las puertas de congresos de ginecología y cirugía. Y formó y mentorizó al primer equipo médico del Hospital Clínic de Barcelona y a otros tantos profesionales de hospitales públicos, para que en la sanidad de todos también pudieran operar a hombres y mujeres trans.

P. ¿Qué hubiera pasado si aquella tarde de junio del 99 aquellas dos mujeres no hubieran aparecido en su consulta?

R. No lo sé, me lo he preguntado muchas veces. No estaría dónde estoy, eso seguro.

Estamos en su despacho de su clínica de Sant Cugat, un centro que inauguró en 2013 y que parece más un hotel de cinco estrellas que un hospital. Aquí se respira diseño y arte en cada rincón. Una gran escultura de Lorenzo Quinn adorna el jardín; representa el Yin y el Yang, simbolizando la necesidad de equilibrio entre el exterior y el interior. “Cuando estudiaba el MIR, ya pensaba que los hospitales deberían ser espacios deshospitalizados, donde se cuidara el olor, la luz, el color… lugares que no fueran deprimentes, sino espacios en los que la gente no se sintiera enferma”.

Y como no conjugar el condicional significa actuar, Iván cogió papel y lápiz y comenzó a diseñar este espacio. Todo nació en su mente: la distribución, los ambientes, la escalera escultórica que presentó ante estudiantes de arquitectura, y los ventanales que ofrecen vistas al exterior desde cada uno de los cuatro quirófanos. Ha elegido las maderas, el papel, las obras de arte e incluso los portarrollos del papel higiénico. Cada detalle es suyo.

P. Diseñar es ver la vida con lupa, decía el diseñador Miguel Milá. Pero, ¿qué es para usted la belleza?

R. La belleza es el marketing de la reproducción, el mecanismo que la naturaleza ha creado para asegurarnos la continuidad de la especie. Sin belleza, no tendríamos el instinto de reproducirnos ni el deseo de atraer a la otra persona. Cuando un gusano quiere reproducirse, se transforma en mariposa…

P. Me ha confesado su hermana que el mundo del arte ha perdido a un gran escultor…

R. La cirugía plástica me permite desarrollar esa faceta creativa. Moldeo y transformo cuerpos. En las operaciones de afirmación de sexo, por ejemplo, se moldean la nariz, el cráneo, los labios, la cara, el pecho, el cuello, las costillas y el abdomen. Es un proceso que me permite aplicar todo mi potencial.

Sus manos, su herramienta principal, están valoradas en diez millones de euros, pero su empatía, esa que no tiene un valor tangible, vale posiblemente mucho más. Esa empatía le llevó no solo a poner el foco en las mujeres trans, sino también a operar a niñas y niños quemados por minas antipersona en plena guerra civil de Guinea-Bissau, a crear un hospital cuando comprendió que su ayuda no podía ser algo puntual, como si salvar vidas y volver a casa fuera poco, y a fundar dos colegios para niños huérfanos, aquellos a los que se les negaba la educación porque la cultura del país consideraba que traían mala suerte por haber “matado” a sus madres. Es la herencia de quien, a los 14 años, prometió a sus padres, a un profesor de historia y a una auxiliar de enfermería que contribuiría a la sociedad de alguna forma.