Se cumple un año desde que el Open Arms rescató a Khadiya y a su hijo Amalah, de 18 meses, en el Mediterráneo. Era la misión navideña del barco, y la embarcación en la que viajaban estaba a punto de hundirse tras seis días a la deriva. A bordo iban 55 personas que habían partido de Túnez, huyendo del hambre y la desesperación. Entre olas de tres metros y vientos implacables, el equipo de rescate logró salvarlos en el último momento. Amalah fue el primer bebé rescato en aguas del Mediterráneo Central en el 2024.
Exhausta pero fuerte, Khadiya compartió su historia durante los días que pasó en el barco. Había huido de Malí siendo adolescente, escapando de un matrimonio forzado y de una mutilación genital. Su travesía la llevó a Libia, donde vivió en condiciones extremas y soportó abusos. Allí contrajo tuberculosis, y durante su recuperación conoció al padre de Amalah, quien la cuidó y se convirtió en su apoyo. “Él me dio fuerzas para seguir adelante”, contó. Juntos decidieron buscar un futuro mejor para su hijo lejos de Libia.
Sin embargo, lo que parecía el comienzo de una nueva vida en Italia pronto se convirtió en una pesadilla. En el centro de acogida, las costumbres de Khadiya, como alimentar a su hijo con las manos o no lavar su cabello diariamente, fueron vistas como negligencia. “En mi cultura, el pelo de los bebés es fuerte y no necesita lavarse todos los días. Aquí lo ven como descuido”, explicó. Estas diferencias culturales, malinterpretadas, se usaron para cuestionar su capacidad como madre.
Giulia Perin, abogada experta en derechos humanos, asegura que estas situaciones son comunes. “Los tribunales italianos separan a los hijos pequeños de las mujeres migrantes basándose en prejuicios culturales. Estas madres, muchas víctimas de trata o violencia, son evaluadas bajo estándares occidentales que no consideran su contexto”, señala Perin. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha condenado a Italia en varios casos, como el de una madre china que perdió la custodia de su hijo tras confiarlo a unos vecinos mientras trabajaba. El TEDH concluyó que Italia no tuvo en cuenta los vínculos afectivos ni las diferencias culturales, ordenando una indemnización.
En el caso de Khadiya, los rumores en el centro de acogida pronto se hicieron realidad. “Escuché que a otras mujeres les habían quitado a sus hijos. Decían que buscan cualquier motivo para hacerlo. Pensé que no me pasaría, pero estaba equivocada”, confesó. Tras ser trasladada a un centro remoto y aislado, intentó regresar al lugar donde se sentía más segura. En un acto de desesperación, saltó por una ventana con su hijo en brazos. Este incidente fue interpretado como inestabilidad mental, y los servicios sociales iniciaron el proceso de separación.
Desde entonces, Khadiya solo ha podido ver a Amalah en visitas supervisadas, mientras su lucha legal continúa. “Hago todo lo posible para demostrar que soy una buena madre, pero cada cosa que hago se convierte en un examen. Si llego tarde, si no pregunto por los medicamentos, todo se usa en mi contra”, lamentó. Según Perin, el sistema italiano no está diseñado para fortalecer a estas familias. “Las diferencias culturales son vistas como defectos, lo que perpetúa una discriminación sistémica”, afirma.
La práctica de “adopción con riesgo jurídico”, que permite entregar a los menores a familias adoptivas antes de que los procesos legales concluyan, agrava el problema. “Cuando un niño entra en una familia adoptiva, el vínculo con su madre biológica se rompe casi por completo. Incluso si se gana en Estrasburgo, el daño ya está hecho”, advierte Perin.
Khadiya continúa luchando por recuperar a Amalah. En un mensaje enviado a quienes documentaron su rescate, escribió: “Hice este viaje para darle a mi hijo un futuro mejor, pero ahora me pregunto si cometí un error. Me tratan como si no valiera nada, como si no supiera cuidar a mi propio hijo. Solo quiero que estemos juntos otra vez”.
Ahora, con la mediación de Giulia Perin, Khadiya espera que, al cumplir la mayoría de edad, pueda recuperar la custodia de Amalah. Además, confía en que el padre del niño, aún en Libia, pueda reunirse con ellos y comenzar juntos una vida digna, lejos del sufrimiento que los separó. Su historia es un reflejo de un sistema que, bajo el pretexto de proteger, perpetúa injusticias y fracturas familiares.