Permítame que empiece con un dato revelador: en España, la esperanza de vida al nacer se sitúa en 82,2 años (85 para las mujeres y 79 para los hombres), según el informe anual del Ministerio de Sanidad. Un recordatorio de que la vida pasa en un pispás. Ahora, una bofetada de realidad: más de 12 años de nuestra vida los pasamos frente a una pantalla. Y no es una exageración. Los españoles dedicamos, de media, cuatro horas al día al móvil. Un scroll infinito que equivale a más de un día entero cada semana. Estudios recientes confirman que esta cifra es el mínimo. Entre los jóvenes, la situación es aún más preocupante: el 45% supera con creces esas cuatro horas diarias. Las cifras son alarmantes, especialmente si consideramos que este exceso de tiempo frente a pantallas se asocia con consecuencias como insomnio, ansiedad y una preocupante desconexión social.
La Asociación Americana de Psicología (APA) ha publicado una guía que invita a reflexionar sobre el consumo masivo de vídeos, una actividad que, anticipamos, está lejos de ser inofensiva. Según la APA, las plataformas emplean tácticas como la reproducción automática y las recomendaciones personalizadas para mantenernos conectados durante el mayor tiempo posible. Estas estrategias tienen efectos secundarios que no deberíamos pasar por alto. “Los adolescentes están expuestos a contenidos que pueden normalizar comportamientos dañinos, romantizar los riesgos e incluso perpetuar la desinformación peligrosa”, advierte la APA. Un informe de UNICEF España respalda esta preocupación: el 52% de los adolescentes ha accedido a información médica no verificada en línea, mientras que el 60% desarrolla vínculos emocionales con influencers, lo que los hace especialmente vulnerables a la publicidad encubierta y otros tipos de manipulación digital. “Es nuestra responsabilidad colectiva crear un entorno donde los jóvenes puedan aprender y expresarse de forma segura”, afirma Arthur C.Evans Jr, director de la APA.
Un futuro digital más saludable requiere la participación activa no sólo de los adolescentes, sino también de padres, educadores y creadores de contenido. “No se trata de prohibir, sino de enseñar a los jóvenes a ser críticos con lo que ven. Dialogar sobre lo que consumen es tan importante como supervisar”, apunta la psicóloga infantil María Torres. Y añade: “No todo recae en las familias. Las plataformas deben asumir su parte. En este sentido, iniciativas como las restricciones de tiempo en TikTok y los filtros de contenido en YouTube Kids son pasos en la dirección correcta”.
Según Torres, la situación es aún más crítica cuando hablamos de los efectos que la sobreexposición a las pantallas puede tener en el desarrollo emocional de los adolescentes. “Lo que está pasando es que los jóvenes están desarrollando relaciones con contenidos digitales que pueden ser más satisfactorias para ellos que las interacciones sociales reales. Esto, a largo plazo, puede generar una desconexión emocional y dificultad para gestionar relaciones interpersonales en la vida real”, alerta.
“Empiezo viendo un tutorial para estudiar, pero acabo enganchada a videos de retos virales. Cuando me doy cuenta, han pasado dos horas”, admite Neus Viguera, una adolescente de 14 años que, al otro lado del teléfono, confiesa haber intentado de todo -aunque sin éxito- para escapar de las trampas de los algoritmos.
La APA plantea medidas prácticas para ayudar a los adolescentes a navegar por el entorno digital de forma saludable. Aquí algunas claves:
- Considerar el consumo de vídeos como una dieta. Así como enseñamos a los niños a elegir alimentos saludables, es esencial educarlos sobre qué contenido es útil y educativo, y cuál es prescindible. Según el informe, los hábitos de visualización de los padres tienen un impacto directo en los hijos. Predicar con el ejemplo es fundamental: cuando los padres limitan su tiempo frente a la pantalla y son selectivos con lo que ven, los hijos tienden a replicar estos patrones.
- La alfabetización digital comienza en casa, pero debe extenderse a las aulas. Los maestros pueden desempeñar un papel clave educando a los adolescentes para que se conviertan en consumidores más críticos e inteligentes de contenido digital. Esto incluye enseñarles sobre el desarrollo de su cerebro, ayudándolos a comprender los cambios que están atravesando y cómo manejarlos. Cuando los jóvenes entienden por qué les cuesta tanto controlar sus impulsos o por qué sienten una necesidad tan fuerte de ser aceptados por sus compañeros, están mejor equipados para modificar sus comportamientos, incluida la manera en que consumen videos.
- Las plataformas deben asumir mayor responsabilidad por el contenido que se publica, en lugar de delegar toda la carga en los creadores. Es esencial que implementen sistemas más eficaces para monitorear y filtrar el contenido, garantizando que cumpla con estándares éticos y de seguridad, especialmente cuando los usuarios más jóvenes están expuestos.
Las pantallas están transformando nuestra manera de pensar, sentir y relacionarnos. Nos han conectado, sí, pero también nos han distanciado y desconectado de nuestra propia existencia. ¿Se imagina estar al final de su vida y darse cuenta de que ha pasado doce años frente a una pantalla? Nunca antes el tiempo se había perdido de manera tan absurda.