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‘Ghosting’, malquedas y cultura de la cancelación

Una mujer esperando a que respondan a sus mensajes.

“Hasta luego…”. Ya de niño, cuando iba al pueblo de mis abuelos me llamaba la atención esa forma de saludarnos al cruzarnos por las calles aquí en España, dejando para un futuro hipotético volver a vernos, en algún lugar, en algún momento. También, y como parisino de nacimiento, me sorprendían esas expresiones vagas, como “si eso nos vemos” o “hablamos”, a las cuales no conseguía encontrar la traducción justa a la lengua francesa.

Como individuos criados en la era preWhatsApp, esperábamos junto al teléfono fijo la llamada de esa chica o ese chico, a quien le habíamos dado el teléfono de nuestros padres en el instituto. Había horarios marcados, y después de las 8 ya era poco probable que se estableciera cualquier tipo de contacto. Con la ingenuidad de quienes creen en las promesas, esperábamos horas, días y hasta semanas, para entender que, a veces, te llamaban…

Sin saberlo, estábamos aprendiendo de la vida, del poco peso que tienen las palabras, y de la falta de compromiso cuando no hay un contrato de por medio. Estábamos presenciando el nacimiento de una nueva era, donde el teléfono primero, luego el móvil y los ordenadores, harían estallar la puntualidad y la seriedad por los aires. A veces, te quedas solo, esperando a que las horas pasen.

De los malquedas de toda la vida al ghosting de ahora solo hay un paso. Y es que está de moda el desplante cotidiano, en nuestras vidas urbanas. Se habla mucho también de la cultura de la cancelación, su más moderna, masiva y viral versión.

Los malquedas al origen de todo

Probablemente y mucho antes de que existiera la palabra malqueda, ya existía la tendencia. Aunque se usa desde el siglo XX en España, no se conoce la mente que lo acuñara. A esa época no había comunicación documentada, ni nadie se llevaba esa mala imagen, si no fuera a través del boca a boca. Quedar con alguien y no aparecer, decir “nos vemos mañana” y que el compromiso desaparezca de la agenda, es una práctica que existe desde hace décadas. El malqueda es una figura que existe en cada grupo de amigos, cenas de empresa o cumpleaños. Más allá de la anécdota, suele optar por el silencio como método evasivo dejando a los demás la libertad de entenderlo y aceptarlo.

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Diversos estudios apuntan a que, como personas, priorizamos la aprobación directa y momentánea al compromiso real y fidedigno. Es más fácil y agradable decir “sí a todo” en un momento de exaltación de la amistad, generar una alegría inmediata, darnos un abrazo, aunque luego nunca ocurra esa cita. Oía hace poco a un filósofo francés hablar de esta sociedad magnificada, de la búsqueda de difundir la mejor versión de nosotros mismos, nuestra mejor cara. La era de la cortesía superficial, donde se evita el conflicto a toda costa. Un malquedismo con efecto retardado, donde sé que acepto algo que probablemente no podré cumplir mañana.

En un estudio del CIS en el 2024, el 44% de los encuestados afirmaba no confiar demasiado en la palabra de los demás cuando se trata de compromisos. La desconfianza no es cosa social de un día, ni de una semana, es el fruto de siglos de experiencias con personas que prometen “voy con todo” y se desvanecen como unas stories en un digital limbo.

‘Ghoster’: el nuevo “malqueda”

En esta era moderna, donde nuestras vidas giran en torno a apps y apretadas agendas, aparece el ghosting como una nueva pandemia. El ghosting es esa práctica, esencialmente urbana, de conocer a alguien (habitualmente en apps de citas), mantener relaciones sexuales o amistosas, para luego cortar todo contacto, de repente y sin dar explicación o señal de vida. Sin escrúpulos, ni corazón, como quien se quitase una pelusa de una prenda o una notificación.

Puede que el ghosting sea un tipo de malqueda digital, pero suele conllevar una mayor expectativa y carga sentimental. Se parapeta detrás de las efectivas murallas del mundo virtual. Ya no se trata de no aparecer en una cita, por las ya cansinas lluvias o por pereza, sino de borrar la presencia de alguien del mapa.

Según una encuesta de Ipsos para la app Bumble, cerca de un 40% de los españoles confesó haber sufrido algún tipo de ghosting. Las razones más comunes por parte de los castigadores serían las de huir del conflicto, no saber expresar un “no quiero seguir contigo” o, sencillamente, despreocuparse totalmente de la vida del otro.

Pero el ghosting no es solo una huida, es también el reflejo de una generación hiperconectada que no ha sido educada emocionalmente para sostener conversaciones difíciles o enfrentarse a sus efectos. Hoy se insulta y se desaparece, pero también se vende la moto de un potencial enamoramiento, antes de mandarla, en un pis pas, al desguace.

La cultura del swipe, del next y del “todo fácil y a un clic” ha trivializado los vínculos emocionales. Y cuando no hay que dar la cara, ni estar de cuerpo presente, se responsabiliza a nuestro avatar o a lo trivial de las redes. La mayoría de los psicólogos se han detenido a analizar este fenómeno con sus pacientes estos últimos años y alertan de sus potenciales y negativos efectos. La salud mental, y en particular la autoestima, se pueden ver altamente dañadas al activar las mismas zonas del cerebro que si se tratase de un dolor físico, aunque se trate de una herida al alma. Dejar a una persona sin recibir explicación o respuesta debería suponer una carga moral, pero parece que eso, a mucha gente, no le cuesta.

¿Cómo reaccionar frente a esta lacra? Ser resiliente, sin lugar a duda. Y pensar que si esa persona ha cambiado de idea, no quiere verte por tener algún plan más interesante, es que para ti también hay algo mejor ya que lo que sucede, conviene.

Una mujer esperando a que respondan a sus mensajes.

Del ‘ghosting’ a la cultura de la cancelación

Con el advenimiento de la religión virtual, el ghosting encontró en la cultura de la cancelación, una nueva forma de manifestarse a nivel global. Si el ghosting es una desaparición mezquina y silenciosa de la vida privada, la cancelación es una exclusión ruidosa y pública.

Como todo lo bueno últimamente no viene de Estados Unidos, ha cruzado fronteras y generaciones. Se describe como un fenómeno por el cual una figura pública, actor, escritor o periodista (pero también podría ser una persona anónima) es señalada por una acción, comentario o comportamiento considerado como inapropiado o inaceptable. Una forma de responsabilizar a esas personas y no dejarles eludir los efectos de sus palabras y actos.

En Europa, aunque el término no se use aún de forma tan habitual, el fenómeno ha llegado a nuestras vidas, en general. Basta pasar algo de tiempo en redes para ver cómo una frase descontextualizada, una broma desafortunada o una actitud polémica puede desencadenar una auténtica oleada. Pueden ser desde críticas en medios hasta apartar a un individuo o un famoso de la escena pública, significando su aislamiento social, profesional o el final de su carrera.

Muchos son los casos de personalidades televisivas o influencers caídas en desgracia por una malapata o equivocadas opiniones. Sea positiva o excesiva, esta cultura de la cancelación visibiliza y castiga a quien se salta las normas (escritas o no escritas) de este complejo y moderno ecosistema. Una forma de autocontrol de esta biosfera, buscando una difícil neutralidad, justicia y cierta coherencia.

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Evadir del conflicto y buscar lo auténtico

Estamos en una inequívoca época de contradicciones. En un mundo de máquinas e inteligencias artificiales, buscaremos, por encima de todo, la autenticidad en nuestras relaciones sociales, que se nos respete y se nos conteste, a pesar de no saber realmente cómo este virtual paisaje se sostiene.

Reclamamos coherencia a los demás, que no se escondan detrás de sus pantallas y móviles, que cumplan con sus responsabilidades, pero a menudo evitamos, nosotros mismos, enfrentarnos al malestar que implica decir algunas verdades.

La exacerbada cultura de la cancelación quizás también nazca de ese hartazgo hacia esa hipocresía pública, del “si nos conocimos, fue pura coincidencia”, del “no sabe, no contesta” en una encuesta, del preferir actuar como un ghoster a dar una explicación básica y sincera.

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