ANÁLISIS

Francisco vs Benedicto XVI: ¿revolución o continuidad?

Los últimos papas no han sido tan distintos en su doctrina aunque la imagen pública de Francisco y sus duras críticas a las políticas migratorias y al neoliberalismo han hecho parecer que se desmarcaba de sus predecesores

¿Hablan los papas, con su forma de gobernar, del tiempo que les ha tocado vivir? Lo cierto es que los últimos tres pontífices –los primeros en no ser italianos desde el siglo XVI– han mostrado tres personalidades –y estilos- a simple vista distintos. Tras la muerte de Francisco, repasamos el hacer de los últimos pontífices.

Un Juan Pablo II a quien “quiere todo el mundo”; un Benedicto XVI que había sido la mano derecha de Wojtyla, sosegado, teológicamente muy respetado aunque sin la capacidad de mover masas de su predecesor; y Francisco, el Papa que quería ser de “todos, todos, todos”, pero que no estuvo exento de críticas: por un lado, las de aquellos que le acusaban de no tener el bagaje intelectual de Ratzinger; por otro, los que le afeaban ser “demasiado aperturista”, sobre todo por su acercamiento al colectivo LGTBI, sus críticas abiertas a las desigualdades y sus pasos en favor de que la mujer pudiera ejercer puestos de responsabilidad dentro de la Iglesia.

Pero, ¿es cierto que Francisco supuso una ruptura con los dos papas anteriores o fue su pontificado el resultado de una continuidad? Lo cierto es que, curiosamente, tanto Juan Pablo II como Francisco hicieron prácticamente la misma observación en su primer discurso como papas: ambos habían sido elegidos siendo ‘extranjeros’.

Wojtyla, el primer no italiano en más de cuatro siglos, salía, según sus propias palabras, de “un país lejano”; Francisco, el primer sucesor de Pedro del continente americano, acusó a sus “hermanos cardenales” de buscar al nuevo Papa “casi en el fin del mundo”.  Por su parte, el Papa alemán fue, durante muchos años, asesor de Juan Pablo II como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe –el ‘ministerio’ Vaticano que, a día de hoy, entre otras cuestiones, se encarga de analizar los casos de abusos sexuales en la Iglesia–, consolidaba también la figura de un Papa que había pasado gran parte de su vida en contextos que no tenían que ver con Roma.

El sentido de sus viajes

Esta apertura al mundo ha hecho penetrar en estos tres papas la necesidad de salir. De ser imagen de, en palabras de Francisco, una “Iglesia en salida”. Esto comenzó a consolidarse con Juan Pablo II: un papa joven –fue elegido a los 58 años– y carismático que supo transformar el papado en todo un fenómeno de masas, no abandonando su actividad viajera en prácticamente los 26 años que duró su pontificado, y ganando, así, el cariño de millones de fieles en todo el mundo. Fue él, de hecho, quien instauró la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en 1986, una iniciativa que sus dos sucesores han mantenido y que mueve a millones de jóvenes cada cuatro años a su encuentro con el Papa.

Más moderado, Benedicto XVI tampoco abandonó estas ganas de encontrarse con los fieles, realizando más de una veintena de viajes en los siete años que estuvo en el trono de Pedro. Por su parte, Francisco realizó casi 50 viajes fuera de Italia, y aquí es donde existe un pequeño matiz de diferencia con Ratzinger y Wojtyla: salvo en los casos en los que fuera necesario por razones protocolarias o compromisos, siempre trató de visitar países de minoría católica con el fin de llevar el calor de la Iglesia a aquellos cristianos “en las periferias”.

Doctrinas no tan diferentes

Está claro que Francisco ha sido el Papa de los titulares en los medios de comunicación. Su espontaneidad a la hora de hablar y sus duras críticas a las políticas migratorias y al más puro neoliberalismo han hecho parecer que el papa Francisco se desmarcaba de sus predecesores en estas cuestiones. Pero lo cierto es que en la raíz del pensamiento de los tres últimos papas lo que florece es la Doctrina Social de la Iglesia. Así, no hubo grandes diferencias en la postura de ninguno de los tres acerca de cuestiones como el aborto y el valor de la vida humana en todas sus facetas. De hecho, en la encíclica ‘Evangelium Vitae’ (1995) de Juan Pablo II encontramos un alegato contra la “cultura de la muerte” que bien podría ser la base de lo que más tarde Francisco desarrollaría como “cultura del descarte”.

También la caridad y el amor fueron temas importantes para Benedicto XVI, especialmente en sus encíclicas Deus Caritas Est (2005) y Caritas in Veritate (2009), en la que abordó cuestiones sociales y económicas. Puso las bases, además, de lo que sería la reforma de la curia romana que más tarde remataría Francisco. Y dio, además, los primeros pasos en la lucha contra uno de los temas más dolorosos que ha vivido la Iglesia: los abusos sexuales.

Lenguaje inclusivo

De esta manera, documentos firmados por Francisco como Evangelii Gaudium (2013), Laudato Si (2015) y Fratelli Tutti (2020), en los que se promueve una Iglesia comprometida con la justicia social y el diálogo interreligioso, parecen no suponer tanto una ruptura con sus predecesores como una consecuencia lógica.

Incluso en Amoris Laetitia (2016) y en Fiducia Supplicans (2023) –tal vez sus documentos más criticados–, en los que muestra un lenguaje inclusivo con divorciados vueltos a casar y la comunidad LGTBI, lo cierto es que Francisco no modificó la doctrina católica en aspectos fundamentales. Ahora, sin Francisco, solo queda esperar para ver si el próximo Papa continúa (o no) la línea de sus predecesores.

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