Enriqueta está en prisión desde hace dos meses pese a que su abogado solicitó que quedara en libertad mientras avanza la instrucción, porque ni siquiera cree que deba estar imputada por un homicidio por omisión de socorro. “Tenían mucho cariño al hermano”, señala el letrado, en plural, aunque sólo la representa a ella. Enrique, también encarcelado, tiene otra defensa. Ambos están investigados por los mismos cargos: por no haber evitado la muerte de su hermano Luisín, incapacitado desde el nacimiento; y por fraude a la Seguridad Social, pues durante una década siguieron cobrando la pensión de su hermano con discapacidad estando este ya muerto, sin que nunca notificaran a nadie el deceso.
Luisín no tuvo siquiera sepultura. Sus hermanos lo abandonaron sin vida en el monte, lejos de su Gijón natal, pero a la vista de cualquiera que pasara por allí. “Si lo llegan a dejar 20 metros más para allá no lo habríamos encontrado nunca”, asegura Miguel Ángel Maldonado, sargento primero del Área de Delitos contra las Personas de la Guardia Civil de Oviedo, quien llevaba tres meses en la Unidad cuando les entró el caso del Mirador del Rebeco. Ese fue el nombre con el que bautizaron la operación policial, en referencia al lugar donde dos excursionistas se toparon con el cadáver en enero de 2015, a 1.400 metros de altura y en ese mirador que marca la frontera entre Asturias y León. De ahí que para algunos sea el hombre de Somiedo y para otros el de Babia.
“Hermana del hombre de Somiedo”
“Soy la hermana del hombre de Somiedo“, aclaró Enriqueta cuando por fin se personó en el juzgado de Gijón que llevaba más de una década intentando dar con ella y su hermano Enrique, al tener ambos la tutela de Luisín una vez muertos sus padres. Al margen de los papeles, eran sus cuidadores. “55 años de cuidados”, destacó Enriqueta al relatar cómo se encargaba de su hermano, totalmente dependiente, que nació con parálisis cerebral, nula movilidad y sin apenas capacidad para comunicarse más allá de unos sonidos guturales.
Siempre dependiente
“Yo le daba la comida toda líquida y hecha puré… Dos horas tardaba en dársela. Y luego me tocaba levantarlo para asearle, lavarlo, peinarlo y afeitarle la barba… Así un día y otro día, 24 horas al día. Y siempre dependía de mí”. Ante la jueza, Enriqueta describió una vida hipotecada al cuidado de su hermano. A sus 60 años, sin apenas ingresos como tarotista, tanto ella como su otro hermano -Enrique, de 65 años y economista de profesión- vivían de los 3.000 euros al mes que recibía Luisín como ayuda a la dependencia. Una cantidad que siguieron percibiendo y gastando una vez estuvo muerto, y por lo que se calcula recibieron unos 300.000 euros en total durante la década que estuvieron ignorando los reclamos del juzgado. En un principio, los buscaban para reevaluar el estado de salud de Luisín, pero ante la reiterada falta de respuestas se ordenó su detención.
A efectos del juzgado, Enrique y Enriqueta se comportaban como fuguistas. Mientras, la Guardia Civil de Oviedo investigaba desde hacía una década el misterio de ese cuerpo sin identificar: “Por la autopsia confirmamos que había muerto de forma natural, descartando la implicación de terceros en ese sentido. Pero alguien lo había dejado allí, envuelto en una manta y una bolsa verde de jardín. Nuestro cometido al menos era conseguir ponerle nombre”. No tenían ni una huella ni una sola pista sobre el terreno, al que tuvieron que volver un mes después de la inspección ocultar porque el Mirador del Rebeco estaba totalmente nevado cuando hallaron el cuerpo en enero de 2015. A partir de ese momento arrancó una laboriosa investigación: interrogaron a vecinos de las casas diseminadas en una zona poco poblada, se solicitaron datos de repetidores de telefonía, se incorporó el ADN del cadáver a la base de datos por si coincidía con el de alguien ya registrado o por si a futuro hacía match, y hasta contactaron con un cura nonagenario ante la posibilidad de que lo hubiera bautizado.
“Estábamos convencidos de que cualquiera que lo hubiese visto en algún momento lo recordaría”, señala el sargento Maldonado. “No era un cuerpo normal. Tenía malformaciones en pecho, espalda y cabeza. Sus brazos eran más largos de lo habitual y las manos estaban como agarrotadas. Era ciego, tenía cataratas…”. Para alguien acostumbrado a asistir a levantamientos de cadáveres, este hallazgo le marcó por encima del resto: “Se me cayó el alma a los pies. Necesitaba ponerle nombre…”. Por eso, sin otra foto que poder difundir, trazaron sus rasgos a bolígrafo, a la vieja usanza, para poder distribuir su imagen a nivel internacional y en medios de comunicación. Aunque esa vía tampoco dio sus frutos. Durante diez años, el caso fue una espinita para los investigadores, hasta que el pasado mes de febrero la Ertzaintza detuvo a los hermanos que estaban alojados en un hotel de San Sebastián. En ese momento, ambos objetivos se cruzaron: el de la causa abierta en el juzgado de Gijón por un lado, y el de la investigación sin resolver de la Guardia Civil de Oviedo por otro.
“A mí no me gustaría conocerlos”, confiesa el sargento, que lamenta haberse enterado por la prensa de la detención. “Enrique y Enriqueta tendrán sus motivos para haberlo dejado abandonado en el monte. Pero para mí fue como si dejaran a un bebé. De 55 años, sí, pero un bebé”. Pesaba unos 35 kilos; la propia Enriqueta podría haberlo transportado en volandas, ella sola, hasta el monte de Somiedo. “Aunque también reconozco que estaba bien cuidado. Con barba de varios días, pero lavado y sin signos de maltrato”, apunta Maldonado.
La justicia investiga ahora si aun así lo dejaron morir tras enfermar de una posible neumonía. Extremos que los hermanos encarcelados niegan. Sólo reconocen que todo lo precipitó la llamada que hicieron a la funeraria al descubrirlo muerto: “Nos pidieron 5.000 euros, que no podíamos pagar y pensamos: vamos a dejarlo en el monte”. De lo que sucedió tras abandonarlo en el monte se fueron enterando por lo que leían en prensa, sin saber que al menos otros, los agentes que siguieron su rastro, sí le dieron sepultura a Luisín: “Para nosotros siempre fue el cadáver del Mirador del Rebeco. Lo enterramos al año de encontrarlo, en la misma tierra del cementerio de Proaza, un pueblín de Somiedo. Y, por supuesto, fuimos a poner flores en su tumba”.