El trabajo de toda una vida sumergido bajo el agua

Las empresas que más han sufrido son las familiares, las de menos de 30 empleados. En l’Alcúdia luchan contrarreloj para paliar el paso de la devastadora DANA: "Dos de nuestras naves han quedado completamente inundadas"

Un hombre en la puerta de un local arrasado por la DANA en Alfalfar, Valencia. EFE/Kai Forsterling

Los efectos del temporal que azotó la provincia de Valencia ya empiezan a emerger bajo el manto de barro, incluso en los municipios cuya devastación se ha visto opacada tras el “podría haber sido peor”, como l’Alcúdia. El periodista Adrián Gisbert comentaba en su ‘X’ una reflexión que recalca una de las palabras más utilizadas en esta catástrofe: Només (tan solo). El tweet, en valenciano, decía que limpiando en l’Alcúdia les comunicaron los vecinos que “només” había tres fallecidos.

Només 3. Només. Quina paraula. Quina és la dimensió d’aquest desastre perquè la pèrdua de tres vides a un poble semble poc”, exclamaba el joven valenciano haciendo referencia a la magnitud que debe tener una catástrofe para que se minimice un fallecimiento. Para los valencianos lo único que separa esta desgracia de un capítulo de The Walking Dead es que las desgracias se cuentan en valenciano. Que el audio del camionero que grababa el tornado estaba en valenciano. Que los gritos de ayuda son en valenciano. Que los apellidos de las víctimas son valencianos.

Precisamente en esta lengua se suele pecar de hablar con diminutivos, de llamar a la tierra terreta y de hacer pequeño lo sucedido porque: “Para lo que podría haber sido…”. Así traslada l’Alcúdia el impacto en sus calles, con que “només” son pocas las víctimas y las pérdidas son mayoritariamente materiales. Pero el verdadero impacto de estas pérdidas no se puede reducir ya que van a definir el futuro de una sociedad que se sustenta con las pequeñas empresas.

Los pequeños negocios

Porque las empresas que más han sufrido no son las de los centros comerciales, sino las de menos de 30 empleados, creadas por amigos de toda la vida y que sustentan a familias del pueblo. Como Vilcom S.L, cuyas naves industriales están en La Creu, una zona de l’Alcúdia pegada al río Magro.

María Contreras, hija de los propietarios lleva cinco días intentando salvar la empresa que nació con ella, hace casi 24 años. Contreras narra la difícil situación que atraviesa la empresa de sus padres tras las inundaciones que sumergieron sus instalaciones bajo agua y lodo. “Tenemos varias naves en el polígono, y dos de ellas quedaron completamente inundadas; el agua ascendió a la altura del pecho”, comenta.

En esta empresa fundada por dos amigos, el barro marca una línea en las paredes testimonio del nivel alcanzado por el agua y de las pérdidas que su familia enfrenta. “Absolutamente toda la maquinaria está inutilizada, igual que las piezas de nuestros clientes y los materiales de trabajo. Centenares de cajas de pintura se han echado a perder y solo quedan para la basura”, explica María. Además, los vehículos de la empresa, imprescindibles para su operativa, tendrán que ser desguazados tras los daños.

La incertidumbre ante la pérdida y la necesidad de ayuda

Durante los primeros días, los miembros de la familia Contreras y del otro socio, amigos y voluntarios acudieron de otros pueblos a las instalaciones para intentar sobrellevar la situación limpiando en jornadas de 12 a 14 horas diarias, para tratar de recuperar la normalidad. “Damos de comer a varias familias, incluida la mía”, señala María, resaltando la importancia de sacar adelante el negocio, no solo para su familia sino el resto de los 25 trabajadores a los que sostiene.

Sin embargo, el impacto no ha sido solo económico. “No nos creemos lo que está pasando; es como si estuviéramos en una película de terror. Mi hermana tiene un estrés postraumático terrible, cada vez que escucha un ruido similar al agua le dan ataques de pánico”, cuenta María. Su padre y su socio, ambos con años de experiencia al frente del negocio, también han tenido momentos de colapso emocional debido a la tensión acumulada en estos días.

Dolor físico y emocional, jornadas de 14 horas en estados postraumáticos

“Aquí nos llegaron los camiones de ayuda después de cuatro días; hasta entonces, solo contábamos con nosotros mismos y la ayuda de algunos voluntarios que se han acercado y nos han salvado la vida”, explica Contreras. Durante ese tiempo, los vecinos del polígono y las familias afectadas tuvieron que lidiar con el barro hasta las rodillas y los escombros, sin recursos suficientes para enfrentarse a la magnitud de la catástrofe.

La joven expresa el agotamiento y el dolor que sienten en todo el cuerpo ya que desde que despertaron envueltos en agua no han podido parar. No se puede olvidar que todos estos trabajos físicos se suman al cansancio emocional después del trauma vivido. En el caso de la joven, la noche anterior fue una odisea hasta que consiguió llegar a casa.

“Se ha desbordado el río, no vengas”

María Contreras trabaja en una clínica dental en Xàtiva a la que sus padres le pidieron que no fuera el día anterior a la riada. Pero ella, preocupada por sus clientes, decidió hacerlo. Se fue ante la inexistencia de una alerta oficial a pesar de su intuición, que ya le avisaba de que “esa noche no iba a volver a casa” debido a las malas condiciones meteorológicas y las lluvias que ya comenzaban a intensificarse. Su temor se hizo realidad cuando recibió una llamada de su madre alrededor de las 6 de la tarde. “Mi madre nunca me llama, pero ese día lo hizo, y con un ataque de pánico: ‘María, se ha desbordado el río, no vengas’”.

La joven dentista narra que pasó toda la noche en un estado de pánico, sin poder contactar con su familia debido a que la cobertura de la red se interrumpía constantemente. “Cada vez que conseguía comunicarme con ellos, solo podíamos hablar un par de minutos antes de que otra oleada del desbordamiento interrumpiera la conversación, obligándolos a seguir sacando agua para evitar perder la casa”, recuerda con angustia.

Al día siguiente, cuando finalmente pudo regresar a su pueblo, se encontró con un escenario devastador: las calles en las que ha crecido estaban irreconocibles. “Fue horrible, solo podía llorar y llorar por mi pueblo. Muchas personas han perdido su casa, su negocio, su coche,… El mío estuvo cuatro días sepultado bajo metros de agua; ha sido un golpe muy duro”, confiesa con la voz entrecortada.

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