“He intentado cada vez más poner mujeres en el Vaticano con roles de responsabilidad cada vez mayor. Y las cosas están cambiando: se puede ver y sentir”. Así lo aseguraba el Papa Francisco en su visita a los jesuitas de Bélgica y Luxemburgo durante su viaje apostólico a estos países en 2024.
Como de costumbre en cada viaje papal, Francisco se reunía entonces, a puerta cerrada, con sus compañeros de la Compañía de Jesús. Aquella vez, en el Collège Saint-Michel de Bruselas, fueron 150 jóvenes sacerdotes los que pudieron hacer sus preguntas al Papa. Y uno de ellos puso sobre la mesa un tema que ha sido un continuo durante el pontificado de Jorge Mario Bergoglio: el papel de la mujer en la Iglesia. “La Iglesia es mujer”, respondía Francisco, un Papa al que no solo preocupó –como a sus predecesores– esta cuestión, sino que hizo lo necesario para que la voz femenina, muchas veces olvidada e ignorada dentro de la jerarquía católica, no solo se escuchase, sino que también se transformase en voto de pleno derecho.

El Papa y el diaconado femenino
Sin embargo, si bien ha quedado en el aire la cuestión del diaconado femenino –que puede verse como una asignatura pendiente del pontificado de Francisco– lo cierto es que Jorge Mario Bergoglio intentó dar pasos en esta dirección. Y ha sido un auténtico dolor de cabeza durante todo su ministerio. Ya en 2016 estableció una comisión teológica para que analizase el tema. Sin resultado, volvió a crear una nueva comisión en 2020.
La cuestión pareció zanjarse –no sin críticas– al finalizar el Sínodo de la Sinodalidad en octubre de 2024, cuando el cardenal prefecto para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Victor Manuel ‘Tucho’ Fernández, dijo ante los medios que el Papa les había pedido que dejasen la cuestión a un lado. Poco después, rectificó, instando a centrarse en todos los cambios de facto que había llevado a cabo Francisco a lo largo de su pontificado.
Presidir un Dicasterio
Pero, ¿qué hizo exactamente el Papa? Lo cierto es que hubo dos documentos fundamentales para lograr este cambio: por un lado, la constitución apostólica ‘Predicad el Evangelio’; por otro, el motu proprio ‘Spiritus Domini’. Con la primera –que, a escala vaticana, vendría a suponer un cambio en la constitución de un país–, Francisco estableció una profunda reforma en la Curia, abriendo la puerta a los laicos a desempeñar cargos de alta responsabilidad dentro de la Santa Sede. Y es que, el texto subraya que “cualquier fiel puede presidir un Dicasterio -nombre que el Vaticano da a sus ‘ministerios’– u organismo”. Es decir: para ser ministro del Vaticano ya no hay que pertenecer a la vida consagrada, ni, por supuesto, ser hombre.

Poco después daba un paso si cabe más arriesgado y que reconocía sobre todo, lo que muchas mujeres, sobre todo religiosas en territorios de misión, estaban haciendo ya en muchas partes del mundo: ser quienes están presentes en las comunidades más remotas, quienes leen la Palabra y dan la comunión. Esta decisión del Papa surgió de los resultados del Sínodo de la Amazonía, en el cual se expuso la realidad de muchas misioneras, presentes allí donde no había sacerdotes, así como el valor de su labor con las comunidades locales y la posibilidad de reconocerla teológicamente.
Pero, como decía Francisco sobre otras cuestiones, “mientras los teólogos se ponen de acuerdo”, el Papa ponía negro sobre blanco una nueva reforma en 2021 con ‘Spiritus Domini’, un documento en el que modificaba el Código de Derecho Canónico para dar más protagonismo a la mujer en la Iglesia. Y es que, a partir de ese momento, las mujeres pueden ejercer los ministerios de acólito y lector. Es decir, las mujeres pueden no solo leer las escrituras durante la misa, sino que, en situaciones extraordinarias, administrar la eucaristía.
Mujeres en el altar
En concreto, Jorge Mario Bergoglio cambiaba con este documento el párrafo 1 del artículo 230, que reservaba estos ejercicios a los varones. “Los laicos que tengan la edad y las habilidades determinadas por decreto de la Conferencia Episcopal, pueden ser empleados permanentemente, mediante el rito litúrgico establecido, en los ministerios de lectores y acólitos; sin embargo, esta concesión no les da derecho al sustento o remuneración de la Iglesia”, reza el párrafo con la reforma de Francisco.
Un cambio histórico que establecía que las mujeres podían tener funciones en el altar y que obedecía, según señaló entonces Francisco, al “desarrollo doctrinal que se ha logrado en los últimos años”. “Los ministerios laicos, basados en el sacramento del Bautismo, pueden confiarse a todos los fieles que sean idóneos, de sexo masculino o femenino”, explicó el Papa, convencido de que “todos los bautizados, hombres y mujeres, tienen la misma dignidad en la Iglesia”.
El último cambio importante en este sentido llegó con las preparaciones del Sínodo de la Sinodalidad, celebrado en Roma en octubre de 2023 y 2024. Y es que Francisco estableció que, por primera vez, los laicos –hombres y mujeres– podrían votar en una asamblea en la que las decisiones estaban reservadas a los obispos. Con este nuevo ‘sufragio universal’ en el Vaticano, el Papa apostillaba su decisión de situar a mujeres en puestos clave dentro de la Curia romana. Y, aunque la cuestión del diaconado siga abierta, lo cierto es que de facto Francisco dio los pasos necesarios para que los techos de cristal de la Santa Sede fueran, cada vez, más fáciles de romper.