En la historia de la humanidad pocas figuras han despertado tanto horror y fascinación como Isabel Báthory, conocida como la Condesa Sangrienta. Nacida en 1560 en una de las familias más poderosas y ricas de Hungría, su nombre está grabado como la mujer más letal de todos los tiempos.
Báthory era una mujer de gran belleza y aspecto inocente y frágil. Formaba parte de una estirpe húngara con una vasta influencia política y económica. Su familia controlaba Transilvania y su tío era el rey de Polonia. Con solo 11 años fue prometida con su primo Ferenc, de 16. A diferencia de lo propio en la época, ella recibió una buena educación y su cultura sobrepasaba a la de la mayoría de los hombres. Tenía una inteligencia excepcional y hablaba varios idiomas como el latín, el alemán y el húngaro.
A los quince años se casó con Ferenc que para entonces contaba con 20. La ceremonia tuvo lugar con gran lujo en el Castillo de Varannó al que acudieron 4.500 invitados.
Ferenc era un noble conocido como el Caballero negro de Hungría por su crueldad en el campo de batalla. Pronto comenzó a instruir a su esposa en la tortura. Empezó con la inmovilización de una muchacha cubierta con miel, dejando que los insectos y otros pequeños animales la asediaran. Regaló a su esposa unos guantes con garras de espinas con los que ésta golpeaba a los sirvientes cuando cometían errores.
Ferenc e Isabel Báthory apenas se veían debido a las actividades guerreras, así que no fue hasta 10 años después que la condesa dio a luz a su primera hija. Juntos tuvieron 4 hijos.
Provocado quizás por la soledad, Isabel comenzó a poner en práctica las torturas preferidas de su marido. Introducía finas agujas debajo de las uñas de sus sirvientas o las arrojaba a la nieve para echarles agua fría y ver cómo morían congeladas. La crueldad de Isabel Báthory fue creciendo. A una de las criadas que hablaba mucho hizo que le cosieran la boca. A otra le prendió fuego el vello púbico. Una tercera fue obligada a sentarse en una parrilla al rojo vivo; la levantaron dos horas después.
El 4 de enero de 1604, su esposo murió de enfermedad tras una de sus batallas dejando a Isabel viuda con 44 años. Despidió a su muy odiada suegra del castillo junto con el resto de la parentela. Empezaba una nueva vida.
Se desata el horror
Una mañana, mientras una sirvienta le peinaba, ésta le dio sin querer un tirón de cabello. La condesa le propinó un fuerte bofetón provocando una hemorragia nasal. Y algo insólito sucedió: cuando la sangre de la criada salpicó la mano de Báthory, creyó notar que las arrugas desaparecían y su piel recuperaba el aspecto juvenil.
La Condesa se convenció de haber encontrado la clave para combatir el paso del tiempo. Consultó con brujas y alquimistas que reforzaron su creencia. Con la ayuda de su mayordomo degolló a la sirvienta y recogieron la preciosa sangre en un barreño. Báthory se bañó en ella, convencida de que obtendría la belleza eterna.
Necesitaba más
Para tener un baño de sangre diario se necesitaban chicas. Muchas chicas. Los criados y seguidores de Isabel se encargaban de reclutar jóvenes entre 9 y 16 años. Decenas, cientos de ellas. Báthory comenzó además con la práctica de beberse la sangre de sus víctimas. Para ello les mordía en las mejillas o los pechos.
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Imagen de la película ‘La Condesa’ , Elizabeth Báthory
Las sirvientas en la región comenzaron a escasear ya que las numerosas muertes generaban desconfianza y nadie de origen humilde quería trabajar en ese oficio. Así que la Condesa utilizó sus contactos para atraer a niñas y adolescentes de familias respetables. El pretexto era educarlas y brindarles compañía. Pero también ellas morían de causas misteriosas.
“Una joven de 12 años llamada Pola logró escapar del castillo y buscó ayuda en una villa cercana. Pero los sirvientes se enteraron de dónde estaba y la llevaron de vuelta al castillo. Vestida sólo con una larga túnica blanca, la Condesa le dio la bienvenida con amabilidad, pero llamaradas de furia salían de sus ojos. La pobre ni se imaginaba lo que le esperaba. Fue metida en una jaula, demasiado estrecha para sentarse y demasiado baja para estar de pie. Estaba forrada de cuchillas. Una vez que la muchacha estuvo en el interior, levantaron bruscamente la jaula. Pola intentó evitar cortarse con las cuchillas pero manipulaban las cuerdas de tal modo que la jaula se balancease de lado a lado. El tormento terminó al día siguiente, cuando las carnes de Pola terminaron despedazadas por el suelo”.
La caída
Por fin una de las víctimas logró escapar antes de ser asesinada y alertó a las autoridades religiosas. El Rey Matías II de Hungría ordenó que se investigara de inmediato. Se registró el castillo y lo primero que encontraron fue a una joven en el patio, agonizando tras recibir una brutal paliza. En las mazmorras hallaron a una docena de muchachas todavía con vida. Habían sido sometidas a torturas, con perforaciones y cortes que testificaban semanas de sufrimiento. En el subsuelo del castillo desenterraron los cuerpos de otras 50 víctimas. Un diario encontrado – presuntamente de Isabel – relataba con escalofriante detalle a un total de 612 jóvenes torturadas y asesinadas durante seis años.
El lugar estaba impregnado de muerte: toneladas de ceniza y serrín cubrían los suelos. Eran utilizados para absorber la sangre derramada en cantidades descomunales. El castillo despedía un persistente olor a putrefacción.
El juicio
Ante la abrumadora evidencia, Isabel y sus colaboradores fueron sometidos a juicio. La condesa se negó a declararse culpable o inocente y nunca compareció, acogiéndose a sus derechos nobiliarios. Los testimonios de más de 300 testigos y supervivientes la incriminaron de forma abrumadora. El mayordomo testificó que, en presencia de la Condesa, había matado al menos 37 chicas de entre 11 y 26 años. Todos los sirvientes y seguidores de Isabel fueron decapitados y sus cuerpos quemados. Katrina, que con 14 años era la ayudante más joven, salvó la vida. Así lo pidió una de las víctimas, pero recibió 100 latigazos.
Isabel fue condenada a cadena perpetua en el propio castillo. Tras introducirla en sus aposentos, las puertas y ventanas fueron selladas. Solo dejaron un orificio para introducir la comida.
La muerte de Isabel
El 21 de agosto de 1614 uno de los carceleros la vio en el suelo. La condesa había muerto tras cuatro largos años encerrada, sin haber visto la luz del sol. Tenía 54 años. Los Archivos Nacionales de Hungría custodian documentación sobre ella, como cartas personales y las actas del juicio. Sus diarios, al igual que su retrato original, están en paradero desconocido.
Es imposible saber con certeza lo que realmente ocurrió en torno a Isabel y el número de víctimas. Desde una perspectiva psiquiátrica, su caso es una anomalía que escapa al patrón de los asesinos en serie conocidos. La Condesa se ha convertido en un símbolo de la crueldad extrema y obsesión con la juventud. Hoy en día se puede visitar el infame castillo y recorrer la exposición que cuenta su historia. El legado de Isabel perdura en libros, películas y leyendas que nos recuerdan lo oscuro que puede llegar a ser el alma humana.