Cuando el juez firma el acuerdo de custodia compartida, muchas madres sienten que lo pierden todo: tiempo con sus hijos, la oportunidad de vivir momentos esenciales, el control sobre la rutina diaria y la comodidad de tenerlo todo bajo un mismo techo. “La mayor angustia es qué va a pasar con mis hijos, si estarán bien. La segunda, ¿qué va a pasar conmigo y con mi vida?” explica Rocío López de la Chica, divorciada y fundadora de ‘Creada, separaciones conscientes’. “Es como estar en el abismo, a punto de saltar a un precipicio sin saber si habrá red o no. Y eso genera mucha culpa, mucha angustia y, sobre todo, ansiedad”.
La culpa es, para ellas, algo parecido a una cárcel mental. “Es el peso de todos los juicios y creencias que tenemos sobre ser madres y divorciarnos. Nos preocupa profundamente que la separación marque o perjudique las vidas de nuestros hijos, y esa culpa se convierte en un lastre que dificulta el avance y la elaboración del duelo”, afirma López de la Chica.
La gimcana del divorcio
Desprenderse de la culpa es el primer paso para reconstruir una nueva forma de ser familia. “Es fundamental reflexionar sobre el concepto de familia que hemos interiorizado desde pequeños. Solo así entenderemos que no se rompe, sino que se transforma. Existen tantas formas de familia como familias hay. Cuestionar y, si es necesario, romper los esquemas impuestos nos permite vivir en paz con el tipo de familia que realmente deseamos construir y amar”, afirma Sara Reig, psicóloga y madre divorciada.
Un divorcio con hijos es como una gincana llena de desafíos, donde cada obstáculo superado te acerca un poco más a tu felicidad. Uno de los mayores retos de la custodia compartida es desaprender la idea de que una madre debe estar siempre disponible y presente, como una heroína en misión de rescate.
“La dificultad que enfrentamos las madres es que solemos identificar nuestra vida a través de las necesidades, vivencias y deseos de nuestros hijos. Cuando nos vemos obligadas a estar sin ellos, porque ese tiempo les corresponde al padre o a la otra madre, la sensación de vacío es abrumadora”, señala López de la Chica.
La lucha silenciosa: el síndrome del nido vacío… temporal
Cuando los hijos se van con el otro progenitor, muchas madres describen un vacío incómodo. Acostumbradas al ruido y a las tareas por supervisar, el silencio de un hogar sin niños puede resultar aterrador. Para algunas, es el primer contacto con el síndrome del nido vacío.
“Los primeros fines de semana que mis hijos pasaron con su padre, me sentía perdida”, confiesa Laura Pedret, madre de una niña de 10 años. “Me di cuenta de que no sabía qué hacer conmigo misma. Había pasado tanto tiempo siendo mamá, que se me olvidó cómo ser Laura”. Reconectar con una identidad que trascienda el rol de madre es fundamental. “Es una excelente oportunidad para reencontrarnos como mujeres, para descubrirnos más allá de la maternidad. Estar sin los hijos no significa estar de luto, puede ser también una oportunidad para crecer,” explica López de la Chica.
Hay algo en lo que todas las madres divorciadas coinciden: el primer año tras la separación es el más difícil, porque está lleno de primeras veces que desafían nuestra resiliencia. Para superarlo hay un factor clave: “Es fundamental elegir bien el entorno, ya que muchas veces, alientan al miedo”, señala López de la Chica.
Aprender a soltar
“La separación nos enseña muchas cosas, y una de las más importantes es a soltar. Incluso en familias que viven juntas, no estamos las 24 horas acompañando a nuestros hijos en todos sus hitos; los progenitores se reparten el tiempo con ellos y, en muchos casos, por la ‘conciliación’, los niños se ven involucrados en actividades extraescolares o cuidados por terceros, ya sean formales (canguros, au pairs) o informales (abuelos). Así, una lección que nos deja la separación es valorar el tiempo que pasamos con nuestros hijos. Es preferible disfrutar dos semanas al mes de manera plena y presente, que vivir cada día diciéndoles que esperen, mirando pantallas mientras nos reclaman, o pidiéndoles que se vayan al cuarto porque estamos agotados”, concluye Reig.
La custodia compartida no es un camino sin baches, pero muchas madres coinciden en que puede ser transformadora, tanto para ellas como para sus hijos. Desde aprender a soltar el control hasta valorar los momentos de tranquilidad inesperada, las lecciones son muchas, y hay toda una vida por delante para seguir descubriéndolas.