DRAMA MIGRATORIO

El cayuco que unió a tres mujeres en su huida de la violencia

Se llaman Aida, Lawa y Marie y actualmente están en el centro de acogida “Croix Blanch”, en Las Palmas. Las tres hablan con Artículo14 sobre los horrores vividos hasta llegar a España

Tres mujeres unidas por la tragedia en cayucos Antonio Sempere

En 2024, España alcanzó cifras récord de llegadas de personas migrantes. Más de 63.000 personas lograron cruzar hacia territorio español a través de tres principales rutas: la península y el Mediterráneo occidental, las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, y la ruta canaria. De todas ellas, las Islas Canarias fueron el principal punto de llegada, con más de 46.000 personas arribando al archipiélago en un año marcado por una crisis migratoria sin precedentes.

En lo que va de 2025, los datos continúan siendo alarmantes. Según cifras del Ministerio del Interior, hasta el 15 de enero, 3.223 personas habían desembarcado en las islas, cifra que se incrementó drásticamente tras la llegada de más de 700 migrantes en apenas 48 horas. El martes, cinco cayucos arribaron al puerto de La Restinga, en El Hierro; en uno de ellos, se encontró el cuerpo sin vida de un hombre, sumando otro nombre a la interminable lista de víctimas de esta travesía.

Entre estas cifras se encuentran las historias de tres mujeres que compartieron su viaje en un cayuco rescatado en noviembre frente a las costas de El Hierro. Aida, Laway Marie narran sus historias de vida, marcadas por la violencia, la pobreza y la desigualdad, y unidas por la búsqueda desesperada de un futuro mejor.

La violencia contra mujeres y niñas no tiene fronteras ni contextos específicos: atraviesa culturas, economías y geografías, dejando una estela de dolor y desigualdad. Tres mujeres, dos de Senegal y una de Gambia, representan en su unión fortuita en un cayuco el rostro de una lucha común. A pesar de sus orígenes distintos, todas comparten un pasado marcado por las múltiples formas de violencia que afectan a millones de mujeres en todo el mundo: matrimonios forzados, abusos físicos, violencia sexual, pobreza extrema y la constante amenaza que supone vivir bajo sistemas patriarcales que perpetúan estas desigualdades.

Ellas no solo se enfrentaron a las dificultades de sus entornos, sino también a la odisea de la migración, un recorrido plagado de riesgos que, para muchas mujeres, multiplica las vulnerabilidades: explotación sexual, violencia de género y exclusión. En este cayuco, no solo compartieron el frío, el hambre y la incertidumbre de cruzar el océano, sino también la necesidad de escapar de vidas marcadas por el abuso y la opresión.

Este reportaje explora sus historias entrelazadas, donde la violencia no solo fue el origen de su huida, sino también el vínculo que las unió en un viaje hacia la esperanza. Sus relatos ponen de manifiesto cómo la desigualdad de género sigue siendo un factor estructural que condiciona la vida de millones de mujeres y cómo, incluso en las circunstancias más extremas, la resiliencia y el deseo de un futuro mejor son más fuertes que el miedo. A través de sus voces, se evidencia que la lucha contra la violencia hacia las mujeres no es solo una cuestión de supervivencia, sino también de justicia y dignidad.

Un encuentro en Las Palmas

A las tres mujeres las encontramos en el centro de acogida Croix Blanch, un antiguo colegio público adaptado para albergar a personas migrantes. El lugar, en régimen abierto, está dividido en bloques para familias, madres solas y menores no acompañados. En la entrada, un grupo de mujeres espera pacientemente a que el vigilante las deje pasar. Gallinas y gatos corretean por los alrededores, mientras algunas madres caminan con sus bebés en brazos por los alrededores del recinto.

El día anterior, habíamos visto a las tres cerca de la estación de guaguas de Santa Catalina, donde muchas migrantes buscan recoger pequeñas remesas enviadas por familiares. Allí, la sonrisa de Mami, la bebé de Lawa, llamó nuestra atención. Tras intercambiar algunas palabras, acordamos encontrarnos en el centro de acogida al día siguiente.

Al llegar, Lawa nos saluda desde lejos, levantando la mano mientras sostiene a Mami. Junto a ella está Marie, con sus dos hijos pequeños. Aida, la menor del grupo, llega unos minutos después. Nos sentamos en un banco de un parque infantil cercano al centro donde, entre juegos de los pequeños,las tres comienzan a relatar sus historias.

Aida: una vida de preguntas sin respuesta

Aida tiene 17 años y es originaria de un pequeño pueblo de Gambia. Había terminado de estudiar en la escuela secundaria y vivía con quienes siempre pensó que eran sus padres. Sin embargo, su relación con ellos estaba plagada de conflictos. “Las personas a las que llamo mis padres, aunque no estoy segura de que realmente lo sean, siempre me hicieron pasar momentos muy difíciles. Me mandaban a vender, a hacer trabajos domésticos y no me dejaban concentrarme en mi educación ni en mi carrera. Esto me creaba mucha impotencia”, recuerda con amargura.

Después de graduarse, deseaba trabajar, pero sus padres se lo prohibieron. Solo le permitían vender frutas y frutos secos en el mercado. “Me di cuenta de que eso era una completa pérdida de tiempo, así que decidí probar suerte como modelo en una agencia donde otras amigas estaban. Eso desató un gran conflicto familiar”, relata.

El enfrentamiento llegó a su punto máximo cuando su padre intentó casarla. Aida se negó y, al hacerlo, cuestionó por primera vez si realmente eran sus padres. “Le pregunté directamente, y su respuesta fue: ‘Sé que me harás preguntas más difíciles que esta’. Después de eso, me dijo que, si no aceptaba el matrimonio, me maldeciría o tendría que buscarme otros padres.”

Aida decidió marcharse de Gambia con una amiga. Pasaron por Senegal y llegaron a Mauritania, donde vivieron en extrema precariedad. “Cuando mi familia supo que estaba en Mauritania, dejaron de hablarme. Mi amiga y yo pasamos días enteros sin comer. Trabajamos en un restaurante durante tres meses para sobrevivir”, explica. Sin embargo, su amiga, Olleymatou Cham, desapareció tras intentar cruzar a Europa. “Nunca volví a saber de ella. Espero que esté bien en algún lugar”, dice mientras muestra una foto y nos pide que hagamos todo lo posible para encontrarla

Lawa: de campeona deportiva a sobreviviente

Lawa, madre de tres hijos, es una deportista senegalesa que dedicó su vida al judo, el kayak y el boxeo. Aunque obtuvo medallas de oro en competiciones africanas, sus logros no bastaron para cambiar su realidad. En Senegal, entrenaba durante horas después de vender pescado seco en el mercado, trabajo que le ayudaba a mantener a su familia. “El deporte era mi medicina. No podía comprar medicamentos, así que me sanaba con el ejercicio”, explica.

Su situación económica, combinada con la falta de apoyo para las deportistas mujeres, la empujó a emigrar. Mami, su hija menor, nació en Marruecos dos semanas después de que Lawa saliera de Senegal. El padre de la niña, de origen magrebí, rechazó el embarazo y se negó a reconocerla. “Él no quiso aceptarla, pero yo no me detuve”, señala.

En Marruecos, Lawa intentó embarcarse en varias ocasiones, pero las condiciones de los cayucos la obligaron a desistir. Finalmente, desde Mauritania, logró cruzar en noviembre. El viaje fue especialmente duro para su hija, que no dejó de temblar de frío durante toda la travesía y vomitaba cada vez que intentaba alimentarla.

Marie: la violencia como punto de partida

Marie, también senegalesa, carga con una historia de violencia y abusos. Ella nos invita a apartarnos del lugar para que sus dos niños no escuchen la terrible historia de sufrimiento y sometimiento que su marido le hizo pasar. Aún así, no quiere que sus hijos se eduquen pensando que su padre la maltrataba porque no quiere infundir odio hacia el padre.

Obligada a casarse con un primo, vivió años de maltrato físico, humillaciones y violaciones. “Me decía que no valía nada. Si intentaba trabajar para mantener a mis hijos, me golpeaba al regresar a casa. Cuando me negaba a mantener relaciones sexuales, me amenazaba con matarme a mí y a mis hijos”, relata.

Sin apoyo de su familia, Marie tomó la decisión de huir con sus dos hijos. “Abandonar mi hogar y enfrentar lo desconocido fue aterrador, pero era la única forma de salvarnos”, explica. Su travesía desde Senegal, con sus dos hijos, la llevo a Mauritania donde embarcaron en un cayuco donde se hacinaban más de 100 personas. Sabía que no iba a ser fácil y tenía miedo por sus hijos.

Marie vive con el temor constante de que aquel hombre que marcó su vida con violencia y control intente encontrarla algún día. Ese miedo, según ha trasladado, es una carga que la acompaña incluso en su nueva realidad, y refuerza la importancia de proteger su identidad para garantizar su seguridad. La posibilidad de ser localizada representa para ella un recordatorio del pasado que intenta dejar atrás, un pasado que aún proyecta sombras sobre su presente.

Aida, Lawa y Marie llegaron a Canarias tras vivir en carne propia los peligros de la migración. Sus historias reflejanque detrás de cada cifra hay un rostro, una vida y una lucha por escapar de la violencia, la pobreza y la desigualdad. Unidas por el azar en un cayuco, comparten ahora no solo el recuerdo de una travesía peligrosa, sino también el anhelo común de reconstruir sus vidas lejos del miedo y la opresión.

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