Generación conectada Phil González
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El camino a la inmortalidad: ¿ciencia, milagro o estilo de vida?

Imagina que abres los ojos un lunes cualquiera, en el año 2150. Te preparas un café, miras por la ventana y, al mirarte en el espejo, ves que para ti no ha pasado el tiempo, que sigues teniendo la misma cara que cuando tenías cuarenta, a pesar de que acabas de cumplir los 130. Podría parecer ciencia ficción, pero lo curioso es que cada vez estamos más cerca de vivir este tipo de situación.

Alargar la vida humana más allá de lo que definió la naturaleza, ya no es de novelas, películas extranjeras o cosa de laboratorios secretos. Durante estos últimos años se han realizado cientos de nuevas investigaciones, nuevas terapias, formas de cuidarse y experimentos. Es un negocio que significaría cientos de miles de millones de dólares de ingresos al año, y una lista de clientes “ricos” sumándose a esta nueva moda de prolongar su paso por el mundo.

Parte de la comunidad científica asegura que la vejez, tal y como la definimos hoy, podría tener los días contados. Los más escépticos nos recuerdan que prolongar la vida de forma abusiva, no es únicamente sumar años: es reescribir, en parte, lo que simboliza estar entre nosotros. Quizá lo más interesante del debate no es únicamente sumar años. Es también reescribir lo que significa estar vivos.

Inmortalidad: la ciencia en busca de la fórmula secreta

Durante siglos hemos aceptado el envejecimiento como algo natural e inevitable, como si fuéramos florecitas que se van marchitando y tienen una fecha de caducidad ineludible. Pero, desde hace varias décadas, un número creciente de investigadores ha decidido tratarlo como si fuera una enfermedad reversible, e incluso evitable.

Uno de ellos es David Sinclair, profesor de genética en la Escuela de Medicina de Harvard y uno de los nombres más reputados cuando se trata de estudios sobre longevidad. Sus conclusiones apuntan a que nuestras células tienen una especie de “programa de juventud” que podría reactivarse. Mediante terapias genéticas con fármacos como la metformina, utilizado en el tratamiento de la diabetes, podría promoverse un envejecimiento saludable y tener un efecto protector frente a la edad y sus enfermedades.

Grande corporaciones y fortunas están invirtiendo miles de millones en este tipo de investigaciones. Google, no solamente invierte en mejorar su algoritmo de búsquedas, sino también en genética. De hecho, y, aunque parezca mentira, Google destinó parte de sus esfuerzos iniciales a temas de salud y longevidad. En concreto, su filial Calico es una de las empresas más emblemáticas en este terreno.  Altos Labs, creada en el 2022, es otra de las empresas que cuenta con inversiones de grandes figuras tecnológicas como Jeff Bezos, el dueño de Amazon, la mayor plataforma de comercio en línea. Ficharon hasta a premios Nobel de la talla del japonés Shinya Yamanaka, buscando rejuvenecer el cuerpo humano, como si se tratase de actualizar un programa. Unity Biotechnology, Life Biosense o Neuralink de Elon Musk (el hombre se mete “en todas las historias”) son otras de las grandes firmas en la carrera a la supervivencia genética.

Peter Diamandis, que tuve la gran suerte de escuchar en Madrid hace unos años, es autor de libros de éxito y emprendedor americano detrás de varios negocios relacionados con la longevidad y capital riesgo. Diamantis opina que “la longevidad no es solo un reto para la ciencia, es también una nueva frontera para la humanidad”. Efectivamente, vivir más tiempo conllevará hacernos preguntas existenciales y filosóficas. ¿Estamos preparados emocional y socialmente para alargar nuestra presencia sobre la faz de la tierra durante cuatro o cinco décadas más?

Congelados hasta que avance la ciencia

Corre la leyenda urbana de que un dictador alemán u otro cantante americano no estarían realmente muertos, sino que habrían sido congelados de cuerpo entero. Permanecerían refrigerados en algún lugar secreto hasta que avance la ciencia para poder devolverles sanos y salvos a este mundo.

La leyenda hoy ya no es tan descabellada. Ante la posibilidad de que los avances no lleguen a tiempo en este siglo, Tomorrow.bio, una startup alemana, ofrece criogenizar a personas recién fallecidas con la esperanza de que, en un futuro cercano, puedan ser devueltas a la vida. Los fans de ‘La guerra de las galaxias’ recordarán probablemente la escena en la cual unos cazarrecompensas congelan a Han Solo (un joven Harrison Ford) en carbonita.

Pues esta empresa ofrece ya a sus clientes, a cambio de firmar un contrato en vida y pagar unas habituales cuotas, tener reservado un espacio en un tanque de nitrógeno líquido y quedarse ahí dormido hasta que, quizá algún día, la ciencia encuentre solución a su vuelta y suene el despertador o la alarma. Algunos clientes solo quieren congelar su cerebro a la espera de ser injertados en algún cuerpo ajeno en el futuro, otros prefieren ser congelados de cuerpo completo. Suena raro, sí. Pero las películas de ficción nos alcanzan de forma tan frecuente últimamente que nada se descarta científicamente.

Sin embargo, entramos de lleno en un debate que supera lo tecnológico o económico. Se toca un tema profundamente humano. Porque, si algún día es posible poder volver a “salir de la nevera”, ¿no será arriesgado o al menos inquietante despertarse en un mundo donde todo lo que conocías ya no existe?

¿Cómo adaptarnos sin “los nuestros” que probablemente habrán desaparecido hace años, en un planeta totalmente transformado?

La vida sana como alternativa

Más allá de la criogenización y de los avances de la ciencia, hay una realidad cada vez más mediática, y es que cuidarse en el día a día, y de forma natural, funciona. No hablamos de “brebajes milagro” o pasarse todo el día en el gimnasio, pero adoptar sencillas rutinas cotidianas como caminar a menudo, dormir adecuadamente, no beber o fumar “tanto” o comer mejor o con menos ultraprocesados, puede prolongar nuestra estancia en este universo.

Muchas áreas geográficas como Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia) o algunas zonas en España han sido estudiadas por su alta concentración de personas centenarias. El secreto podría residir en comidas simples, una actividad diaria en entornos abiertos y naturales, evitar los excesos, y en mantener relaciones profundas y estables.

Está demostrado que rodearse de buena gente y proyectar positivismo frente a la vida, nos ofrece más años de regalo y en buena forma. En este caso, nada de tomar píldoras mágicas, ni contar con laboratorios futuristas. Solo una vida más lenta, con un cuerpo cuidado y la mente más conectada a lo que nos rodea, podría ser sinónimo de ganarle tiempo al tiempo y alcanzar esa deseada subsistencia.

El biogerontólogo italiano Valter Longo, una eminencia en la materia, asegura que “la longevidad está más relacionada con el estilo de vida que con la genética”. Así que, aunque la tecnología pueda algún día “resetear” y prolongar nuestras células, quizá lo primero sea aprender a adaptar nuestros hábitos y hacer lo que la mayoría ya sabíamos. Mente sana en cuerpo sano.

Vivir más, pero ¿a qué coste?

Alargar nuestra vida es una prioridad cuando superamos la fatídica llamada “mediana edad”. Vemos cómo ya no sumamos años, sino que tenemos la sensación de ir restándolos de la cartera. Será, sin duda, un negocio enorme y nos llevará a un mundo en el que grandes fortunas podrían permitirse superar los cien años los primeros y de forma frecuente. Luego, el abaratamiento de costes podría generalizar el alargamiento a todas las demás clases. Pero pregunto: ¿si no repensamos antes el mundo del que disfrutamos, no podríamos acabar en un escenario preocupante? Porque, si todos vivimos 50 años más, ¿cómo le afectará todo esto al planeta?

Con ya más de 8.000 millones de habitantes, si duplicamos la esperanza de vida, sin cambiar la forma en la que producimos, consumimos y nos relacionamos con el planeta, el equilibrio se resquebrajará.

Más necesidad de recursos, más tensión social, más contaminación, menos sostenibilidad. ¿Podemos aumentar nuestra longevidad sin agotar nuestra querida Tierra? Quizá, vivir más tiempo no sea tanto un problema de ciencia, sino de aceptación de un final definido, de haber agotado nuestro crédito y una cuestión de conciencia, equilibrio y respeto. El verdadero futuro no está solo en retrasar el paso al “más allá”, sino en vivir mejor en la corta (o larga) vida que nos toca. El tiempo puede dilatarse, pero el secreto está en saber a qué dedicarse.

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