Salimos de casa escopeteadas para llegar al trabajo: cartera, llaves y, en la mano, nuestro smartphone. Fotito en el ascensor acompañada de una frase que, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, siempre termina resonando a Mr. Wonderful, y a Instagram que va. Porque una cosa es no tener tiempo, y otra, no alimentar nuestra frágil autoestima con una -siempre insuficiente- cantidad de corazones vacíos de vuelta.
Los móviles se han convertido en el complemento imprescindible por el que pasa todo: compras, operaciones bancarias, búsqueda de información, envío de correos, lectura del periódico y un sinfín de interacciones sociales a través de diferentes apps. Reconozcámoslo, aquel principio básico de las relaciones sociales de ‘dime cómo vistes y te diré quién eres’ ya está demodé. Hace tiempo que el principio es este: ‘dime qué apps tienes y te diré quién eres’.
En una sociedad consumida por la falta de tiempo y de dinero, lo de salir a cenar con una cita random que no te asegure acabar bien la noche, se ha convertido en una quimera.“Las apps nos han facilitado el acto inicial de ligar, han agilizado ese primer contacto. Pero es recomendable tener claro qué buscamos en estas aplicaciones: amistad, sexo o una relación amorosa a largo plazo”, cuenta Natalia Prado, psicóloga.
Álvaro es estudiante de ingeniería. Tiene 22 años y cuenta con “15 minutos al día” -los que reconoce- para swipear en Tinder, la aplicación para ligar más descargada a nivel mundial.“En ese rato me da para descartar 50 chicas, darle like a otras 20 y hacer match con cuatro o cinco, de las que, con suerte, me pueda citar con alguna esa misma tarde”, afirma nuestro protagonista. “Las relaciones amorosas han cambiado, eso es un hecho, pero hay que pensar también en otros aspectos”, apunta Natalia. Por ejemplo, la cultura de la inmediatez, el primer punto a tener en cuenta. El arte de la seducción y del cortejo, reducido a deslizar una foto a la izquierda o la derecha. Segundo punto: la búsqueda de la recompensa inmediata, la gratificación por conseguir y acumular “me gustas” y seguir engordando nuestro ego, sin importarnos demasiado a dónde nos llevará esa nueva conversación. O lo que es lo mismo, ser más superficial que una piscina para niños.
Las apps para ligar han transformado nuestra manera de relacionarnos. Algunos estudios aseveran que fomentan conexiones rápidas y menos comprometidas, llevándonos a tomar decisiones más basadas en la apariencia física que en los valores compartidos o la personalidad. “Con el uso de estas apps calmamos con cierta facilidad el miedo al rechazo, ya que se pueden acordar distintos encuentros con distintas personas para sentir que siempre hay alguien ahí”, afirma Natalia. Y añade: “Cuando a través de una app se mantienen relaciones con tres contactos a la vez, con los que se tienen encuentros fugaces meramente sexuales, puede aparecer la culpa y el miedo a ser descubierto. A la vez, surge una sensación de no conocer ni dejarse conocer, manteniendo relaciones totalmente superficiales”.
De estos polvos, estos lodos. En esta nueva era de amor digitalizado -que ya tiene algunas décadas- los comportamientos tóxicos han aflorado y terminan por crear moho en tu media naranja mucho antes de que te la comas. Atrás quedan la responsabilidad afectiva, el compromiso y la lealtad a tus principios. Esto va de otra cosa. Según Natalia, “en estas apps, las relaciones que se construyen tienden a colocar al otro como un objeto que cumpla con todos los atributos fantaseados que se exponen en las fotos o descripciones del perfil. La manera de exponerse a uno mismo debe cumplir unos prototipos deseados por la sociedad”.
Isabel es divorciada, acaba de cumplir los cincuenta, tiene una hija y un trabajo que absorben su vida. “No tengo tiempo para nada, así que estas aplicaciones me sirven para conocer gente de forma fácil y rápida”, explica. Sin embargo, su experiencia reciente ha sido muy distinta: “La última cita que tuve parecía un cuento de hadas. Después de intercambiar mensajes diarios durante semanas, pasamos el día en su barco. Me insinuó que quería presentarme a sus padres, porque sentía una conexión especial conmigo. Al día siguiente me marché, y desde entonces no ha vuelto a responder a mis llamadas. Sólo un mensaje de WhatsApp diciendo que está muy ocupado y que me llamará él. Han pasado dos meses”, lamenta.
Natalia nos explica por qué cada vez son más habituales este tipo de comportamientos tóxicos.“Las aplicaciones, a la vez que facilitan el acto de ligar porque se usa la pantalla como escudo, también pueden propiciar la falta de respeto y la percepción de las personas como meros objetos de consumo. Facilitan transacciones rápidas y fugaces en las que, en la mayoría de los casos, se pierde la responsabilidad de tratar con individuos y, por lo tanto, la responsabilidad hacia ellos, bajo el concepto de ‘usar y tirar’.”
¿Para qué detenernos en la introspección personal, reflexionar sobre nuestras metas en la vida o corregir lo que no estamos haciendo bien? Sin duda, es mucho más cool -más trendy- inventar nuevos términos anglosajones para etiquetar –que no modificar- nuestras conductas más indeseadas. Y ahí surgen el “ghosting” y un montón de gerundios más.
Si les gustan las emociones fuertes y quieren adentrarse en estas aguas turbulentas del amor líquido -término acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman para referirse a relaciones efímeras y sin compromiso-, cojan aire, respiren profundamente y recuerden consumir de manera responsable, pues podrían intoxicarse.