Barbie fue la película más taquillera de 2023. Recaudó 1.400 millones de dólares en taquilla en todo el mundo y recibió ocho nominaciones al Óscar. Pero solo se acabó llevando uno. El de la mejor canción. Que es como no llevarse nada, la verdad.
La ganadora absoluta fue Oppenheimer, una película que a mí particularmente me pareció un tostón soporífero, y que se llevó siete Óscares. Siete.
No sé si ustedes han visto Oppenheimer. Sí la han visto, recordarán que, según la película, Robert Oppenheimer se había liado con una chica muy mona que estaba medio loca, se había casado con otra diferente, y también había tenido una amante.
En la película las tres mujeres están interpretadas por bellísimas y talentosísimas actrices, pero sus personajes solo están ahí como contrapunto del protagonista masculino.
Por ejemplo, la amante de Oppenheimer aparece solo como eso: su amante. Pero ella era Ruth Sherman Tolman.
Sherman Tolman fue una doctora en psicología clínica, la primera mujer elegida como miembro la Sociedad para el Estudio Psicológico de las Cuestiones Sociales. Sherman Tolman comenzó a trabajar como psicóloga al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos soldados padecían trastorno de estrés postraumático y necesitaban algún tipo de tratamiento. Ella es una de las psicólogas que acuñó el término “estrés postraumático” y una de las pioneras en el campo.
Después de la guerra, Ruth Sherman Tolman participó activamente en la Asociación Estadounidense de Psicología, y convenció a Oppenheimer, entonces director del prestigioso Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, para que incluyera a la Psicología entre las ciencias que se estudiaban en el Instituto, que por entonces era un bastión de las ciencias consideradas “puras” como las matemáticas o la física. Y esa es una de las razones por las que a día de hoy a la carrera de Psicología se la considera una carrera de ciencias y no de letras. Es decir, que a Ruth le debemos todos los psicólogos que se nos respete como profesionales (en lo poco que se nos respeta, vaya).
Pero la película pasa por alto los muchos logros de Ruth Sherman Tolman y simplemente le presenta al espectador a Ruth como la mujer de un colega de Oppenheimer y como la amante de Oppenheimer… De la misma forma que la película le presenta a usted a Jean Tatlock como poco menos que a una loca desequilibrada.
Hablemos de Jean Tatlock. La mayoría de las escenas de Oppenheimer en las que Jean aparece son aquellas en las que ella mantiene relaciones sexuales con Oppenheimer, o en las que está deprimida. O en las que tiene sexo con Robert a la par que está deprimida.
Pero Jean Tatlock tuvo toda una vida más allá de Oppenheimer. La película omite tendenciosamente el hecho de que Jean era bisexual o quizá lesbiana. En aquel momento, los analistas freudianos consideraban la homosexualidad como una condición patológica que había que superar, y tampoco a los comunistas les parecía qué la homosexualidad fuera más que un deleznable vicio burgués. Y esa fue la tragedia de Jean Tatlock, comunista y psicoanalista freudiana.
Jean mantenía una relación romántica obsesiva con su amiga Mary Ellen Washburn. El padre de Jean quemó las cartas de ella después del suicidio de su hija y por eso nunca ha quedado claro si Jean y Mary Ellen fueron amantes o si la relación fue platónica. Pero sí queda claro que Jean estaba enamorada de Mary Ellen.
La noche anterior a su suicidio (o quizá asesinato) Jean llamó a Mary Ellen, no a Robert. Sin embargo, la película da a entender que Jean se suicidó porque Robert se había casado con otra.
La realidad es que la vida de Jean no giró en absoluto en torno a Oppenheimer. Sí, seguía teniendo sexo con él de cuando en cuando, pero muy probablemente lo hiciera para demostrarse a sí misma que no era lesbiana.
Es decir: el director cambia la historia para presentar a Jean cómo obsesionada con Robert y como un personaje femenino cuya vida gira alrededor del protagonista masculino.
El hecho de que los académicos premiaran a una película masculina, que se centra en el drama tormentoso de un personaje masculino, y que coloca a las mujeres orbitando a su alrededor como meras comparsas, olvidándose de lo que realmente esas mujeres hicieron en su vida, o directamente cambiando los hechos, podría explicarse si tenemos en cuenta que los que votaron a Oppenheimer como mejor película fueron los académicos. Y solo el 34% de los académicos de Hollywood son mujeres. Lo que es lo mismo que decir que el 66 % son hombres.
Por eso entiendo yo que Oppenheimer tenía muchas más posibilidades de ganar estatuillas que Barbie. Porque Barbie es una película que les gusta a las mujeres y Oppenheimer una película que les gusta los hombres. Y los que votan en Hollywood son , en su mayoría, hombres.
¿Han asistido ustedes alguna vez a una gala de los Premios Goya en directo? Yo sí. Prácticamente a todas durante los últimos veinte años. Cuando una está sentada en las gradas, lo que puede ver desde su asiento es una marea negra salpicada ocasionalmente por notas de color. Son los smoking negros de los académicos, y los vestidos de noche de las actrices. Y es que de los 1.809 miembros que componen la Academia de Cine, 1.286 son hombres y 523 son mujeres. Lo que significa que tienen muchas más posibilidades de resultar premiadas las películas que muestran un punto de vista masculino.
Y eso… ¿por qué?
Pues porque instintivamente los seres humanos tendemos a sentirnos más identificados con personajes que se parezcan a nosotros mismos. Personajes de nuestra edad, nuestro género o nuestro color de piel.
La identificación con los personajes opera mediante un mecanismo a través del cual los sujetos experimentan e interpretan una narración como si los acontecimientos que se relatan les estuviesen ocurriendo a ellos mismos (1).
Se trata de un concepto multidimensional que comprende diferentes procesos, pero, entre otros, opera desde la “percepción de similitud” (2). Es decir: que nos identificamos con aquello a lo que nos parecemos (3). Por eso es más fácil que un académico hombre premie a una película protagonizada por un hombre. Por eso Oppenheimer tenía más posibilidades que Barbie.
Y aquí nos encontramos con un problema. Si hay más hombres en una Academia de Cine, queda claro que hay más posibilidades de que se premie a películas hechas por hombres. Y así no se crea lo que llamamos el “impacto persuasivo incidental”.
Y ¿eso qué es?, me preguntarán.
Pues cuando hablamos de impacto persuasivo incidental, queremos decir que la exposición a una película con un mensaje favorable hacia un determinado colectivo crea simpatías hacia ese colectivo, y puede fomentar un cambio social.
Es decir, que cuantas más películas protagonizadas por mujeres vea un hombre, más proclive se sentirá a empatizar con las mujeres. Y lo mismo podría decirse si hablásemos de protagonistas con discapacidad, o de una etnia determinada (4).
Por eso, una forma de mejorar las actitudes sociales hacia un grupo estigmatizado (minorías étnicas, personas con discapacidad, prostitutas, migrantes…) es fomentando la empatía con respecto a un miembro que forma parte de dicho grupo, y que protagoniza una película o una serie (5).
En este sentido, las películas pueden ayudar a fomentar la empatía hacia ciertos colectivos, al permitir que las audiencias empaticen con los personajes que las protagonizan.
Por ejemplo, un estudio muy famoso sobre la recepción e impacto de la serie televisiva Ally McBeal, (6) encontró que la identificación con la protagonista principal influía en la interpretación que los espectadores tenían sobre las mujeres abogadas o sobre el feminismo.
Resumiendo: ¿Por qué a las mujeres nos interesa que haya más mujeres trabajando en cine? Pues porque cuantas más mujeres estén trabajando en la industria cinematográfica, más películas se crearán desde el punto de vista de las mujeres. Y eso supondrá, poco a poco, la disminución (y quién sabe si la erradicación a futuro) de las actitudes sexistas. Era de cajón, pero espero haberlo podido demostrar con argumentos.
Y es que, como decía Michelle Obama, la única forma para llegar al poder es conseguir que a una le conozcan y le escuchen, y que le permitan usar su propia voz para contar su propia historia.
(1) Cohen, 2001
(2) Chory-Assad y Cicchirillo, 2005; Chory-Assad y Yanen, 2005; Cohen, 2001; Eyal y Rubin, 2003; Hoffner, 1996; Hoffner y Buchanan, 2005; Hoffner y Cantor, 1991
(3) Slater y Rouner, 2002
(4) Wilkin et al, 2007
(5) Batson et al, 1997
(6) Cohen, 2022