Helena (nombre ficticio) llegó sola a España desde un país de Latinoamérica. Sin familia, amigos ni apenas conocidos se puso a buscar trabajo y encontró a su “príncipe encantado“. Atento, cariñoso, caballero. Era el hombre ideal, hasta que se le cayó la máscara. El absoluto control, los gritos, los insultos y el aislamiento se convirtieron en su día a día. Se quedó embarazada y pensó que tenía que darle una oportunidad a su familia en construcción. Al fin y al cabo estaba sola, adónde iba a ir.
No es lo común, pero fue en el colegio de su hijo donde detectaron el maltrato. Su actitud y su tristeza llamaron la atención del director del centro, un hombre familiarizado con la violencia de género y con conocimientos sobre el tema. “A ti te pasa algo”, le dijo. Ella lo negaba. Tenía miedo, no estaba en su país y no quería meterse en líos. Sin embargo, tras un ataque de su pareja reunió las fuerzas, que el maltrato psicológico había aplacado, para pedir ayuda. No es fácil denunciar, tampoco lo fue para ella. Sin apenas ingresos se tuvo que buscar un lugar donde vivir y hacer malabarismos para comer y alimentar a su pequeño al tiempo que se enfrentaba a un largo y duro calvario judicial.
El padre se negó a cuidar de su hijo
Mientras intentaba reconstruir su vida y en pleno proceso de recuperación, llegó el diagnóstico: cáncer de mamá, un tipo agresivo. Su vida se vino abajo, se paró. No podía trabajar, no contaba con un red de apoyo y las sesiones de quimioterapia eran tan duras que tenía que quedarse ingresada varios días. ¿Quién se haría cargo del niño? Al principio, se ocuparon los abuelos paternos, pero ellos mismos le pidieron a su hijo, la expareja de Helena, que cuidase del niño. Él se negó. El propio chaval escuchó una de estas conversaciones. Imaginen, un menor, asustado, víctima de violencia de género que de pronto ve a su madre enferma en el hospital y la única familia que tiene discute por cuidarlo. Llamó a su madre en ese momento que continuaba ingresada. Fue lo más duro para Helena.
Los asistentes sociales, ante esta situación, hablaron con ella y le ofrecieron una casa de acogida para el pequeño mientras ella se enfrentaba a la enfermedad. Helena creyó morir. “Me quedé en shock, no me salían ni lágrimas, me destrozó el alma”, recuerda. No solo porque le dolía pensar en su hijo con unos desconocidos, si no porque se dio cuenta de que si le pasaba algo, su hijo quedaría desamparado. “Él es mi vida, mi razón de ser, mi fuerza, mi todo”, repite.
“Mueve el culo que solo te han quitado una teta”
El cáncer asusta, pero cuando a ese miedo se une el pánico y el maltrato solo hay desgarro. Helena tuvo que oír desde la cama de un hospital “que moviese el culo, que solo le habían quitado un teta y que se hiciese cargo de su hijo de una vez”. Palabras que no olvida y que todavía le emocionan. Ante esta situación, apeló a la sororidad. Llamó a su exsuegra y le rogó que por favor no permitiese que su hijo acabase en el sistema. A la abuela del niño estas palabras le hicieron despertar. No solo le prometió que cuidaría de su hijo mientras estuviese ingresada, le ofreció un apoyo incondicional y lo más importante, le pidió perdón por todo lo que había vivido con su hijo hasta tal punto que le confesó: “Si tengo que demandar a mi propio hijo, lo haré”.
Hoy Helena está recuperada y vive feliz con su hijo. Un niño que a pesar de todo lo que ha vivido en tan poco tiempo es un joven estupendo, empático, responsable y alegre, maduro para su edad, pero siempre con una sonrisa en la boca. Es el gran triunfo de Helena y su orgullo. Además, lejos de su maltratador, ha conseguido hacer amigos. Ya no está sola. En cuanto pudo se puso a estudiar y ahora acompaña y aconseja a mujeres vulnerables y migrantes que se enfrentan a lo que ella ya ha superado. El maltrato y el cáncer. No le teme a la muerte. Y manda un mensaje a las mujeres que estén en su situación: “Pedid ayuda, buscad apoyo y no os preguntéis por qué me pasa esto a mí”. Helena ha aprendido a priorizarse, a escucharse y a sentir una máxima que repite sin parar. “Sois merecedoras de lo mejor de la vida”, solo hay que creérselo.