Mañana larga la de este jueves en los juzgados de Toledo. Juan entró temprano por la puerta del garaje, en el interior del furgón policial que lo trasladaba desde la Comandancia de la Guardia Civil donde ha dormido las tres últimas noches. La última vez que durmió en su cama, en la casa que su padre tiene en Mocejón, fue la del domingo tras cometer presuntamente el asesinato de Mateo. Allí lo encontraron los agentes de la Policía Judicial de Toledo, tras una búsqueda exprés que culminaron con dos registros, incautación de ropa y una primera declaración espontánea llena de incongruencias, en la que el joven de 20 años reconoció haber matado a Mateo y haber tirado el cuchillo a la acequia. Pero también dijo haberlo vivido como si lo viera “a través de otro”, fuera de sí, como en un videojuego. Y llegó a justificar su imagen perfectamente reconocible en las cámaras de videovigilancia porque alguien le había “copiado la cara”.
La juez ha contado con asistencia de una trabajadora social en la sala para poder tomarle declaración. Juan tiene una discapacidad intelectual del 75 por ciento y “a fin de ayudarse a entender y ser entendido” se ha pedido que estuviera acompañado expresamente. Fuera, todos sus familiares esperaban expectantes. Su padre, Fernando, hasta instantes antes seguía firmemente convencido de que no tenían nada contra él.
Más allá de una primera confesión inconexa cuando le detuvieron, tienen las cámaras de videovigilancia, donde se le ve entrando en el polideportivo con la cara embozada y saliendo con el rostro descubierto. También la ropa hallada en los registros: dos camisetas que llevaba presuntamente al cometer el crimen; una blanca de manga corta, que estaba lavada, y otra negra de manga larga sin lavar. Esta última es la que se anudó al cuello y luego usó para cubrir las manchas de sangre al salir huyendo. No llevaba pañuelo ni iba encapuchado. Así lo registra la cámara exterior de un bar de Mocejón, corriendo en dirección al interior del pueblo, con las mismas zapatillas beige que llevaba 24 horas después cuando fue detenido. Su destino era la casa de su abuela paterna.
Su abuela, Mari Carmen, prácticamente no pisa la calle desde que detuvieron a su nieto mayor (su hermano Pablo tiene 16 años) y registraron su vivienda en busca de la ropa que Juan dejó allí el domingo por la mañana, cuando llegó sudando. “Me aseguró que la camiseta no estaba manchada de sangre”, insiste el padre del acusado, “fíjate que sólo lavó esa y la otra no, y ambas las marcó igualmente el perro”. Ese perro es Dylan, el olfato de élite del Servicio Cinológico de la Guardia Civil, el mismo que ayer marcó sin ninguna duda uno de los dos cuchillos encontrados. El primero estaba manchado de pintura verde y pertenecía a una vecina, y el segundo dio positivo en restos biológicos en el filo de sierra y en el mango de madera. Falta aún por confirmar si tienen ADN del pequeño asesinado.
Ese cuchillo, el presunto arma del crimen, que los especialistas del GEAS buscaron a mano sin descanso en la acequia donde Juan dijo haberlo tirado durante su huida, apareció en un descampado a 30 metros de la casa del padre. Se trata de una zona que no habían peinado, y aun así los investigadores están convencidos de que no lo habría tirado allí en un primer momento. Creen que con ese cuchillo pudo ir a la misa de 12:00 del domingo, dos horas después de asestar 11 puñaladas al menor de 11 años, o dejarlo en casa de su
abuela y que él o alguien lo tirase entre los rastrojos con posterioridad.
Sea como fuere, la Guardia Civil asume que el encubrimiento entre parientes es una conducta impune en nuestro país y que, más allá de sospechas, no tirarán de ese hilo. La juez ya ha adelantado que durante la instrucción del caso se deberá realizar un dictamen forense para valorar la imputabilidad del joven. Mientras tanto, Juan ingresará en un centro o departamento vinculado a Instituciones Penitenciarias, pero adecuado a su situación de discapacidad.
¿Por qué lo hizo? ¿Hubo premeditación? ¿Por qué buscó a su víctima entre ese grupo de niños? ¿Por qué Mateo? Son preguntas para las que quizás nunca haya una respuesta certera. “Mi hijo me decía que lo insultaban, que se metían mucho con él”, apuntaba Fernando con los ojos vidriosos horas después de la detención en su propia casa, situada a apenas unos pasos del cementerio, donde ayer dieron sepultura al pequeño Mateo.