Imaginen ser invisibles en un sistema diseñado para vernos a todos por igual. Ahora, además, imaginen tener que ocultar y disimular su propia inteligencia. Es el día a día de muchas mujeres con altas capacidades que viven camufladas en un modelo educativo que mira hacia otro lado. En España, solo el 30% de estas mujeres son detectadas en las aulas. “No es algo aislado ni casual”, explica Anna Roig, fundadora de Proyecto Zebra, la mayor plataforma especializada en altas capacidades y neurodivergencias. “Refleja la profunda desigualdad de género que persiste. Los estereotipos sociales de profesores y progenitores, que vinculan a los chicos con brillantez y a las chicas con esfuerzo; y la tendencia de las alumnas a ocultarse y disimular para pasar desapercibidas cuando son muy inteligentes son razones fundamentales de que lleguen menos niñas a las evaluaciones”.
Si le damos la vuelta al dato, el 70% de estas mujeres serán diagnosticadas, con suerte, en su vida adulta, y ese diagnóstico tardío tiene un impacto profundo en su desarrollo. “Muchas mujeres con altas capacidades son diagnosticadas erróneamente con depresión, ansiedad o trastornos de la personalidad. Estos diagnósticos, lejos de abordar el problema real, solo reflejan los síntomas superficiales. Si buscamos más a fondo, encontramos a una niña con altas capacidades que nunca fue comprendida, que se frustró al no encajar a pesar de sus esfuerzos, y que ahora paga las consecuencias de ese desconocimiento”, sostiene.
Cuando Lola (40 años) era un bebé de dos años hablaba casi como una adulta. A los 3 leía, sumaba y restaba sin equivocarse. “Aunque no tenía comprensión lectora total”, matiza, como si le hiciera falta una excusa. Aprobó primaria y la ESO sin estudiar, pero en bachillerato los suspensos coparon su expediente académico. “Me aburría y desconectaba, así que dejé de ir a clase”, relata. Abandonó los estudios y se mudó a Londres en busca de un lugar en el que encajar. “Mi paso por la escuela fue complicado. Me decían que era demasiado sensible y justiciera, que me preocupaba por cosas que no importaban”, recuerda. “Siempre era la rara, como una pieza de un rompecabezas que no encajaba”. A los 30, gracias a una terapeuta, resolvió el enigma: un coeficiente intelectual de 139. “Sentí alivio, pero también frustración. Pienso en todo lo que podría haber hecho si me lo hubieran detectado antes”, admite.
Esther dejó de levantar la mano el día que una profesora, al devolverle un examen, le dijo delante de toda la clase: “Esther, solo un 9. Parece que no eres tan lista”. Ese comentario marcó un antes y un después. “La etiqueta pesa y te expone a un juicio constante”, reflexiona. Esther, como tantas otras, aprendió a esconder sus capacidades para evitar ser vista como diferente. “Las niñas, a veces, hacen preguntas que parecen tontas para dar la impresión de que no entienden todo, así evitan que las demás se metan con ellas”, explica Roig.
El sistema educativo no solo perpetúa estas situaciones, sino que también se ve limitado por un entorno saturado y una falta de tiempo y recursos. “Las madres y padres que llegan a Proyecto Zebra suelen contactarnos con mucho miedo, profundamente preocupados y sintiéndose completamente perdidos. Sin una formación adecuada, muchos docentes no saben cómo actuar y, al considerar el tema demasiado complejo, optan por no intervenir”, señala Roig.
Pero no basta con identificar a estas niñas, también es fundamental proporcionarles el apoyo necesario. “La ley reconoce que este tipo de alumnado requiere que el currículo y su metodología de enseñanza sean flexibles y adaptados a sus necesidades. Sin embargo, en demasiadas ocasiones, esta normativa no se cumple en absoluto”, añade la especialista.
Según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, en las aulas españolas se han identificado 46.238 alumnos con altas capacidades intelectuales. Sin embargo, diversos estudios científicos estiman que alrededor del 10% del alumnado presenta altas capacidades intelectuales y que un 2% corresponde a estudiantes superdotados. Esto sugiere que en España hay aproximadamente 110.000 estudiantes superdotados y más de 600.000 con altas capacidades que no reciben la atención educativa especializada que necesitan. “El diagnóstico de altas capacidades puede ser un catalizador para el autoconocimiento. La detección es solo el primer paso de todo el proceso. No buscamos un informe para decir ‘oh, qué lista es esta chica’. Lo necesitamos para entender sus características y, sobre todo, sus necesidades específicas, que serán distintas a las de otras niñas”, explica Roig. El desafío radica en que estas adaptaciones deben ser completamente personalizadas. “Como docente, no puedes preparar un material estándar para alumnos con altas capacidades y reutilizarlo año tras año. Este trabajo requiere esfuerzo, creatividad y una gran capacidad de adaptación”, concluye.
“No solo sacrificas tu potencial para encajar, también aprendes a aceptar que te acompañará la incomprensión, y que la ansiedad y la depresión se convierten en parte del camino”, confiesa Esther. Porque, a veces, la inteligencia también puede ser un infierno.