Blanca y el corazón perdido de su hermano

El ‘hombre sin corazón’ es su hermano, Miguel Ángel Martínez. Hace 20 años, apareció flotando sin vida y sin varios órganos en un fiordo sueco. Desde entonces, Blanca ha buscado respuestas hasta en la Audiencia Nacional

“Y encima, cuando me he alterado, harta de tantas incompetencias y negligencias, me han dicho con tono paternalista que me calmara”. Blanca lleva dos décadas atrapada en un rompecabezas del que no ha conseguido encajar todas las piezas, pese a que no le ha faltado ni una puerta a la que llamar; desde la policía de Estocolmo al defensor del pueblo sueco, la Fiscalía de la Audiencia Nacional y el Parlamento Europeo. “Algunos parlamentos hasta me escucharon con lágrimas en los ojos y me reconocieron que no tenían instancias a las que derivarme porque yo había recurrido ya a todas las posibles”.

El punto de partida fue una llamada que recibieron el 28 de septiembre de 2005 notificándoles la muerte de su hermano en el fiordo sueco de Lidingö. Miguel Ángel Martínez, vizcaíno, tenía entonces 45 años. Les contaron que le faltaba una mano, que lo había hallado una ciudadana británica, que supuestamente había saltado desde la cubierta de un ferry y que tardaron en identificarlo por no hallar su documentación en un primer momento. La extraña fotocopia de su DNI, que apareció en el bolsillo del pantalón, sin mojar y perfectamente legible aún hoy, se convirtió en una de las mayores incógnitas del caso. Como que nunca se pudiera localizar a la mujer que lo halló y, sobre todo, que descubrieran que en realidad faltaban otros órganos clave, que en cualquier autopsia habrían desatado numerosas sospechas: tres cuartas partes del hígado, parte del páncreas y, ante todo, el corazón.

‘El hombre sin corazón’. Así se conoce este caso a día de hoy, que ha llenado titulares en España, Suecia, ha ocupado páginas del Financial Times y cuentan con un documental repasa la dedicación de Blanca y la desesperación de toda la familia. Durante diez años batallaron en silencio. “Hasta que en 2015 decidí hacerlo público porque mis padres me dijeron: ‘Adelante, Blanca’. Aunque luego llegaron a decirme: ‘Blanca, para, porque se nos ha muerto un hijo y tú te nos vas a morir el día menos pensado’. Porque yo estaba todo el día investigando, mandando papeles, escritos, volcada en el caso de mi hermano… Mi mente no me dejaba creer que lo hubiesen podido matar y que le hubieran hecho desaparecer los órganos, y a nadie le importara”.

Esa sensación de invisibilidad la llena todavía de impotencia. Por el hecho de que alguien haya mirado a otro lado cuando reclamaba respuestas sobre la extraña muerte de su hermano, pero también por sentirse ignorada al ser mujer: “A mí me han pasado cosas que no les habría pasado a otros en mi lugar. Un forense llegó a decir de mí que “a Blanca hay que quererla, entenderla y cuidarla”. Eso lo define todo. Yo soy una tía que no necesita a nadie, que ni con mi marido he vivido esa condescendencia, siendo él el primero que ha estado, además, al pie del cañón”. Sus tres hijos han crecido viéndola revisar todo tipo de documentación, desde la legislación sueca a cómo se realiza el traslado de cadáveres, directivas forenses, protocolos de la Interpol sobre levantamientos de cadáveres, casos similares… “No hablo por hablar. En el caso de mi hermano he estudiado todo lo que no está escrito”.

También ha visto sufrir a sus padres lo indescriptible. El 30 de septiembre de 2022 puso una denuncia en la Audiencia Nacional por maltrato psicológico continuado, porque se sintieron abandonados por las instituciones. En 2020, su madre murió sin tener la certeza de si el cuerpo enterrado era el de su hijo o no. “Se cansó de luchar y esperar… Al menos mi padre pudo morir tranquilo en ese sentido, pero murió enfadadísimo con todo el mundo. Es terrible lo que vivieron”, lamenta Blanca con la voz entrecortada. Su denuncia la interpuso a su vez por omisión en el deber de investigar y perseguir delitos ante un presunto homicidio y desaparición de órganos, “porque quitar órganos a un muerto tampoco debe ser muy legal, digo yo, y a eso tampoco nadie ha sabido darme una respuesta. Igual que no se ha investigado nunca a la forense sueca”.

Esa forense fue la primera que apuntó al posible salto de Miguel Ángel desde el ferry, descartando la intervención de terceros. Tampoco les permitió identificar el cuerpo cuando viajaron a Suecia para reconocer el cadáver, alegando que sería muy desagradable. Con lo que, si no lo hubieran enterrado en Londres, siguiendo el deseo de Miguel Ángel, no habrían tenido una segunda autopsia gracias a la cual descubrieron la ausencia de órganos y las incoherencias que Blanca ha tardado dos décadas en contrastar: “A día de hoy, sé que mi hermano no se tiró desde ningún barco, como me dijeron en un principio. Como sé que, en base al estado de conservación del cuerpo, tampoco llevaba mucho tiempo en el agua. Y tengo la certeza de que no se suicidó, que lo mataron. Sé igualmente que quien está enterrado en Londres sí que es mi hermano, porque al final logramos exhumarlo”. Hasta ese punto llegó su recelo.

A sus 60 años recién cumplidos, con un tercio de su vida dedicado en gran parte a investigar la muerte de Miguel Ángel, asume que “son bastante certezas, pero nunca sabré la causa de la muerte, ni las circunstancias, ni cuándo murió exactamente. He intentado buscar la verdad, pero a mis hijos les digo que a veces no se llega. Que igual que he estado tragándome que a Daniel Sancho sí lo acompañaran desde el consulado a Tailandia, para mí nunca hubo nadie que me acompañase, pese a que tienen que defender los derechos de los españoles en el extranjero”. De todos por igual, recalca, porque insiste en que nunca ha querido ni las palmaditas ni los reconocimiento para ella. Sólo que de una vez reconozcan a su hermano como lo que fue: una víctima, un hombre al que le perdieron o le robaron el corazón.

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