Biliana, Sonia, Francisco, Antonia y Paco: los nombres de una tragedia por investigar

Sus muertes arrojan aún más oscuridad sobre un apagón que está bajo investigación

Miembros de los servicios funerarios y de la Guardia Civil trasladan el cuerpo de una de las tres personas fallecidas, una pareja y su hijo, por inhalación de monóxido de carbono en Taboadela (Ourense).
EFE/ Brais Lorenzo

La familia de Sonia no quiere focos en su puerta. Como han podido, han sacado lo poco que el fuego no arrasó cuando se expandió por el bajo de la calle Clara Campoamor de Madrid en la que vivían las dos hermanas. Ambas intentaron escapar de las llamas, pero sólo lo logró Yolanda. El humo colapsó por completo las vías respiratorias de Sonia, que murió a los 51 años; nueve horas después del apagón masivo por el que, al caer la noche y sin luz en casa, buscaron las alternativas que tenían a mano.

En su caso fue una vela. “No está claro cuál de las dos prendió la llama ni dónde la colocó para que todo ardiera”, deja caer un familiar por toda respuesta. Todo está ennegrecido y aún manchado por la ceniza. El rastro del fuego se puede seguir por el interior del edificio, por esa escalera que bajaron los otros doce vecinos que se salvaron; cinco de ellos terminaron ingresados. “Hay tres niños muy pequeños y temimos por su vida porque justo viven en el piso de arriba y tragaron mucho humo”, apunta Joaquín. Él fue quien, desesperado al comprobar que sin luz no tenía forma de avisar por sus medios a Emergencias o a la policía, decidió asomarse al balcón para gritar auxilio. “¡Y funcionó! Al rato nos estaban socorriendo”.

Allí hoy no ha vuelto la normalidad. Como tampoco lo ha hecho en Taboadela, Ourense, donde les faltan tres de sus vecinos más queridos. “Francisco, Antonia y Paco no eran de aquí, pero como si lo fueran”, repiten con pesar. El matrimonio de 81 y 77 años llevaba treinta años en el pueblo, viviendo con su hijo de 56 “del que nunca se despegaban porque tenía una discapacidad”. Día sí y día también paraban en el café de Brais para el café de primera hora y el de media mañana: “Sobre todo padre e hijo, porque ella estaba pachucha con un cáncer que se estaba tratando y salía menos de casa”.

Aunque era Francisco el que necesitaba de un respirador desde hacía meses, al menos para dormir. Por eso recibían ayuda a domicilio y fue precisamente una trabajadora la que en una visita de chequeo, puerta a puerta 24 horas después del apagón, no consiguió localizarlos y saltó la alarma. “Creemos que se intoxicaron por una mala combustión del generador”, señala Álvaro Vila, el alcalde. En esa línea trabaja la Guardia Civil de Oviedo. El matrimonio se habría dejado sin cerrar la puerta que comunicaba con la planta de abajo, donde tenían el generador, y el monóxido de carbono que despedía hizo el resto.

A Biliana no hubo manera de reanimarla. Su familia asegura que su vida dependía cien por cien de una máquina de oxígeno que dejó de funcionar sobre las 12:30, esa hora crítica marcada por Red Eléctrica en la que dejó de haber corriente y en la que Biliana, rumana de 46 años, dejó de respirar. En ese momento, estaba sola en casa. Su suegra volvió en cuanto se dio cuenta del apagón. “Apenas fueron diez minutos”, relata con el peso de una culpa que para los agentes de la Policía Nacional no debería ser tal. “No podría haber hecho nada. No dependía de ella, sino de la máquina que estaba inactiva”, recalcan.

La llamada al 091 les entró en esa primera media hora de caos generalizado. Durante 20 minutos intentaron reanimarla, sin éxito, y el relevo de los sanitarios tampoco evitó lo irremediable. Sin embargo, para la Consellería de Sanidad el detonante no fue el apagón sino el complejo historial médico de Biliana que, según les consta, en principio no necesitaba respiración asistida de forma permanente.

Sea como fuere, la suya se suma a otras cuatro muertes para las que, en última instancia, está aún por determinar la consecuencia del apagón masivo y si detrás de este hubo realmente una causa accidental o no.

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