Son las 13:30h de un martes de mayo en un restaurante de Madrid. Cuatro amigas –todas madres– han quedado para comer. Solas. Sin parejas. Sin hijos. Hacía tiempo que no coincidían absorbidas por unas agendas y una rutina que las devora. Pero hoy sí han podido arañarle algo de tiempo al día y regalarse su momento. Un respiro, entre confidencias y desahogos, que han querido compartir con Artículo 14.
El menú: Pizza de trufa, carpaccio de ternera, croquetas de berenjena y parmesano, ensalada y tabla de quesos y embutidos italianos. Un atracón de libertad -aunque con toque de queda-. A las 15:30h Laura Baena (42 años), Diana Arias (42), Lorena Renedo (42) y Diana Maján (45) volverán a las cargas. Las visibles y las invisibles. Las cuatro pertenecen a esa generación de mujeres a las que les ha tocado ser madre sin que se les note.
Ponemos el cronómetro en marcha. Antes, una advertencia: no esperen leer aquí el idilio de cuatro madres con la maternidad. Este reportaje va de cómo están. Pero cómo están de verdad. Esto es el desahogo compartido de cuatro mujeres que, como tantas, se sienten agotadas, sin tiempo y más solas que la una. Hay humor. Hay llanto. Y una realidad sin edulcorantes.
“Desde que me he separado concilio”, confiesa entre risas Diana Arias, psicóloga y madre de dos hijas. “Va a ser el camino, chicas, separarse”, le responde con humor Laura Baena, publicista y madre de tres hijas.
Para muchas -bromas aparte- puede que sea el camino. Un dato: En España, casi el 30% de las parejas se separan después del nacimiento del primer hijo. Los expertos señalan como primera causa el agotamiento físico y emocional por falta de corresponsabilidad. “Que las madres estén agotadas y no puedan tener tiempo propio cuando están en pareja, me enfada tremendamente”. Quien habla es Laura Baena, fundadora del Club de Malasmadres. Un club que arrastra a miles de mujeres que se sienten mal por no ser madres -y trabajadoras- perfectas y que nació a raíz de un desahogo nocturno en X. “Me sentía mala madre por no estar con mi hija criándola y cuidándola como marcan los estándares de la buena madre perfecta. A la vez me sentía mala profesional porque no llegaba”. Con la culpa torturándola, Laura tuiteó: ¿por qué te canonizarán como malamadre?. Y una legión de madres empezó a salir del armario.
Lorena Renedo fue una de ellas. Con 32 años renunció a su carrera profesional para criar y cuidar a sus dos hijos. Y se licenció en economía familiar. En nutrición. En medicina. En psicología. En magisterio. En artes plásticas. Aprendió a contar cuentos. A cazar monstruos. A bailar. (Re)aprendió a contar hasta diez. Además ejerció de taxista y en poco tiempo ascendió a responsable de logística de la república independiente de su casa -con nadie a su cargo, por cierto-. Pero ninguna de esas aptitudes figuran a día de hoy en su perfil Linkedin. A ojos de los demás, “menudo braguetazo he pegado”. Lo ha escuchado de la madre de una amiga. De una vecina. De un familiar. Y de una sociedad que la hace sentirse inútil. “Después de una década de trabajo no remunerado, peté. Por los comentarios y la presión externa y porque cada vez que voy a una entrevista de trabajo me preguntan por qué mi vida laboral paró en 2013” explica Lorena emocionada. Y matiza: “Paró mi vida laboral remunerada”.
Diana Arias asiente cómplice. Ella también puso su carrera en pausa cuando nació su primera hija. Tardó casi una década en darse cuenta de que su parón fue -más que un privilegio- una renuncia. “¿Qué supuso renunciar? En mi caso enfadarme. Vivía cabreada. Es una deconstrucción. Un duelo”, reconoce.
Las cuatro forman parte una estadística demoledora: El 87% de las mujeres ha renunciado a algún aspecto laboral para poder conciliar. ¿El motivo? No poder llegar a todo.
“Creemos que hemos avanzado y no. Nos han hecho creer que estábamos eligiendo cuando lo que estábamos era renunciado”, apunta Laura Baena. “Yo emprendí para poder conciliar”, cuenta Diana Maján, arquitecta. “¿Sabéis cuántas veces he tenido que escuchar que vivo muy bien? Y lo más fuerte que es me lo dicen otras madres. Es cierto que puedo ir a recoger a mis hijos al colegio o estar con ellos una tarde en la piscina, pero el trabajo de ese tiempo que no estoy en el despacho no me lo hace nadie. Tener flexibilidad no es estar de vacaciones todo el día”, aclara Maján. “Nosotras mismas somos cómplices de la invisibilidad de la maternidad. A mí llegaron a decirme que mi hija estaba falta de madre”, afirma Baena.
Abrimos otro gran melón: la culpa
“La culpa está para que nada cambie. No es una emoción personal y propia, es una construcción social que nos hace sentir siempre insuficientes como madres y que le viene genial al sistema para eludir sus responsabilidades”, sostiene Laura Baena. “La culpa siempre está presente. Te sentirás culpable hagas lo que hagas, porque el juicio externo de la maternidad siempre está ahí, y porque la creencia de ser una madre perfecta siempre está ahí”, añade Diana Arias. “Parece que tengas que hacer una oposición para ser madre”, replica Lorena Renedo. “Somos la generación puente que está rompiendo el modelo de madre. Entre lo que nos han enseñado, lo que nos han dicho, lo que somos y lo que queremos que sean nuestras hijas, estamos sufriendo este acompañamiento de la culpa”, concluye Baena.
¿Disfrutáis de la maternidad?
Baena: Si las madres no estamos disfrutando de la maternidad es porque no podemos, no porque no queramos.
Arias: El disfrute desde la exigencia no cabe. Es incompatible con conectar.
Maján: ¿Cómo vamos a disfrutar de la maternidad siendo autónomas? Lo nuestro es una presión que ahoga.
Romantizar la maternidad, coinciden, deslegitima a muchas madres. “Porque siempre pones la mirada en lo que te falta”, matiza Baena.
¿Os cuidáis?
Maján: Voy dos días a la semana a boxeo.
Baena: Tener dos horas a la semana no es cuidarse.
Silencio.
Lanzamos otro dato: nueve de cada diez madres se sienten culpables cuando se cuidan.
Asienten.
Las cuatro forman parte de ese 99%. Ellas -como tantas- desearían dejar de pertenecer a una generación de madres agotadas. Ellas -como tantas- quieren tiempo para vivir la maternidad, no sobrevivirla. Ellas -como tantas- no son perfectas, pero sus defectos son encantadores. Ya lo decía Mafalda.