La DANA ha golpeado con toda su fuerza a la Comunidad Valenciana, dejando más de 200 fallecidos y mucho más que destrucción visible: el impacto emocional sobre los supervivientes será profundo y duradero. Más allá de las pérdidas materiales, este tipo de desastres desencadena un complejo abanico de secuelas psicológicas, entre ellas el conocido síndrome -o culpa- del superviviente. Este fenómeno, que suele asociarse con situaciones de guerra o tragedias personales, también afecta a quienes sobreviven a catástrofes naturales, dejando cicatrices emocionales invisibles, pero intensas y difíciles de sanar. “Surge cuando alguien ha sobrevivido a una situación traumática o catastrófica en la que otros no tuvieron la misma suerte”, explica Valeria Moriconi, psicóloga especializada en trauma y duelo. “Se caracteriza por una serie de emociones complejas, como sentimientos de culpa, tristeza, aislamiento y un profundo cuestionamiento sobre por qué sobrevivieron mientras otros no lo hicieron”. Moriconi explica que muchos de los afectados experimentan lo que describe como “adormecimiento psíquico”: una desconexión emocional que les impide procesar adecuadamente el dolor y la tristeza, dificultando aún más la recuperación.
Este fenómeno es particularmente intenso en situaciones donde la devastación es masiva y afecta a la población en conjunto. En casos como la DANA, donde las lluvias torrenciales y las inundaciones azotan repentinamente, la sensación de vulnerabilidad y pérdida se extiende entre los afectados, independientemente de si sufrieron daños directos o si solo fueron testigos de la tragedia.
El impacto emocional: del alivio a la culpa
El síndrome del superviviente es una mezcla de alivio y culpa. Tras un desastre, muchas personas sienten un inmenso agradecimiento por haber sobrevivido o por no haber perdido a sus seres queridos. Pero este alivio se convierte rápidamente en culpa al observar la devastación que otros han sufrido. Según la psicóloga Valeria Moriconi, esto puede dar lugar a lo que se conoce como duelo desautorizado, un tipo de duelo en el que las emociones de la persona no son plenamente comprendidas o aceptadas por quienes la rodean. “Suelen sentirse aislados y avergonzados, ya que sus sentimientos de culpa y tristeza suelen ser minimizados o incomprendidos. Comentarios como ‘al menos estás vivo’ o ‘solo son cosas materiales’ pueden desestimar su dolor llevándolo a cuestionar la legitimidad de sus emociones y a reprimir su duelo”.
Este aislamiento emocional, advierte Moriconi, se refuerza con la vergüenza que sienten al percibir que su sufrimiento no es válido o que no debería ser tan intenso. “En lugar de poder expresar sus sentimientos abiertamente, estas personas tienden a internalizar su dolor y, a menudo, evitan buscar apoyo por temor a ser juzgadas o a que sus emociones sean nuevamente minimizadas. Esto crea un ciclo en el que el pueden retraerse socialmente, incrementando la soledad y profundizando la tristeza. En los casos más extremos, el duelo desautorizado puede volverse una carga emocional crónica, afectando negativamente la salud mental y dificultando aún más la recuperación tras la catástrofe”, añade.
Muchos de los afectados por la DANA enfrentan una combinación de duelos: el duelo por la pérdida de bienes materiales, el duelo por el desarraigo que genera abandonar temporal o permanentemente sus hogares y el duelo colectivo que une a toda una comunidad en su intento de sobreponerse al desastre. Para quienes pierden todo, explica la psicóloga Natalia Morales, el duelo tiene dimensiones complejas, porque en muchos casos no solo se pierden pertenencias, sino el sentido de seguridad y estabilidad. “Las personas pueden desarrollar una sensación de que el mundo se ha vuelto impredecible y peligroso, lo que dificulta que encuentren paz o seguridad en su entorno, incluso tiempo después del desastre”.
La recuperación emocional: un proceso largo y variable
Recuperarse emocionalmente después de una tragedia de estas características no es un proceso lineal ni rápido. “Cada persona lo procesa de manera diferente y no hay un tiempo exacto para superar la experiencia. Algunas pueden mostrar resiliencia y adaptarse con mayor rapidez, mientras que otras pueden quedarse estancadas en el proceso de duelo. La negación y la incredulidad son comunes en los primeros días, y a medida que pasa el tiempo, muchos atraviesan fases de ira, tristeza y, finalmente, aceptación”, apunta Morales.
“Existe una tendencia a minimizar promoviendo mensajes como ‘hay que olvidar’ o ‘hay que superar’ rápidamente. Este enfoque, aunque bien intencionado, empuja a los supervivientes a reprimir sus emociones en lugar de transitarlas, lo cual complica y prolonga su duelo. Cuando las personas no encuentran un espacio seguro para expresar su dolor y su tristeza, tienden a internalizar estos sentimientos, lo que puede llevar a una carga emocional aún mayor”, expone Moriconi.
Al ser un tema tabú, muchos supervivientes no reciben las herramientas necesarias. “Es fundamental reconocer y validar las emociones. Permitir espacio para que puedan hablar y expresar su tristeza sin presión. La sociedad necesita aprender a acompañar en el duelo, permitiendo que cada persona lo viva a su ritmo y sin juicios, fomentando una cultura de apoyo que reconozca que la tristeza y el duelo son parte natural y necesaria de la recuperación emocional”, añade.
De la intervención temprana al acompañamiento prolongado
“La intervención temprana es fundamental para reducir el impacto a largo plazo del trauma”, indica Morales. El apoyo psicológico no solo debe centrarse en el periodo inmediato tras el desastre, sino también a medio y largo plazo. A menudo, el estrés postraumático emerge con mayor intensidad cuando la situación ha vuelto a una aparente normalidad.
Reconstruir la vida y encontrar un propósito
Superar el síndrome del superviviente y el duelo tras una catástrofe implica no solo sanar las heridas emocionales, sino también reconstruir la propia vida. Muchos de los afectados encuentran alivio al involucrarse en labores de reconstrucción o en proyectos de ayuda a otros damnificados. “El proceso de recuperación es una oportunidad para redefinir el propósito y el valor de las experiencias vividas; es encontrar el equilibrio entre el dolor y la gratitud de estar vivos”, concluye Moriconi.
Aunque las heridas son profundas, tanto a nivel individual como colectivo, es posible sanar y reconstruir, entendiendo que el camino de la recuperación es una mezcla de aceptación, resiliencia y comunidad.