Cody Johnson tenía 25 años, una sonrisa fácil y un buen corazón. Jordan Graham contaba con 22 años, y era una joven reservada y religiosa. Él, aunque no especialmente devoto, se unió a la Iglesia por ella. Lo que siguió fue un romance vertiginoso: pocos meses después se casaron. La pareja contrajo matrimonio en una ceremonia que muchos describieron como bonita… pero inquietante. Jordan llegó llorando, desconsolada. Y durante los votos evitó mirar a Cody a los ojos. “Fue como si estuviera en otro lugar, como si no quisiera estar ahí” recuerda una invitada. Aun así, sellaron su unión y bailaron al ritmo de una canción que ella había mandado componer especialmente para ellos.
Los recién casados se fueron de luna de miel a la ciudad natal de ella, para pasar unos días con su familia. Ya de vuelta en su hogar, Cody no se presentó a trabajar. Cameron, su jefe y amigo, fue a buscarle, pero sólo encontró su teléfono en el garaje. “Eso me heló la sangre” diría más tarde. “Cody no soltaba el móvil ni para dormir”.
“Cody se ha ido”
Las alarmas se encendieron rápidamente y comenzó una búsqueda contrarreloj. Jordan entregó a la policía un mail anónimo que recibió en su cuenta de correo: “Mi nombre es Tony. No se molesten en buscar a Cody. Se ha ido. Vino con algunos amigos a pasear en la zona de los acantilados. Tres de los muchachos regresaron sin él: cogió el coche y se fue por otro lado. Cody se ha ido”.
La historia no se sostenía. El correo había sido enviado desde un ordenador ubicado en casa del padre de Jordan. Los investigadores pronto obtuvieron una prueba clave: una cámara de seguridad en la entrada de una zona de acantilados. Las imágenes mostraban el coche de Cody entrando al lugar. ¿La pasajera? Su esposa.
Pero lo más estremecedor estaba por venir. Durante la búsqueda del cuerpo, Jordan condujo a los rescatistas directamente hasta un acantilado de 60 metros. “Aquí está Cody” dijo con una tranquilidad heladera. Nadie entendía cómo podía saberlo. Nadie, excepto ella. La policía ya contaba con pruebas contundentes: triangulación de móviles, el falso correo y su extraña conducta durante el funeral, donde pasó buena parte del tiempo pendiente de su teléfono.
Acorralada, Jordan confesó…a medias. Aseguró que Cody había insistido en recorrer un sendero peligroso y que tras una discusión, él la sujetó del brazo y ella, en defensa propia, le empujó. Pero los amigos no le creyeron. “Tenía fobia a las alturas. No hubiera caminado cerca de un acantilado de día, mucho menos de noche”.
“Me arrepentí”
Durante el juicio se reveló que un día después de la boda Jordan mandó un mensaje a sus amigas: “¿Por qué diablos hice todo esto?”. Finalmente Jordan se declaró culpable de asesinato. “Sí, empujé a mi marido por el acantilado. Me arrepentí de haberme casado”.

Fue condenada a 30 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional. El juez fue tajante: “No ha mostrado ni arrepentimiento ni respeto por la vida de su esposo. Aún no conocemos toda la verdad”.
Durante la sentencia la madre de Cody, entre lágrimas, se dirigió al estrado: “Mi hijo estaba feliz. Ilusionado. Nunca pensó que la persona que amaba sería quien lo empujara hacia su final”. Un matrimonio de apenas ocho días. Una vida apagada en segundos.